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Juntos en Europa

Seguimos con la reseña de este refrescante viaje a Europa. Luego de dejar Ballum, Dinamarca, volvimos a enrutarnos hacia Alemania. 670 km de recorrido nos esperaban. Volvimos a disfrutar de un paso por los túneles que en la zona de Hamburgo ahorran mucho camino y permiten, pasando por debajo del agua, unir a Dinamarca y Alemania de manera sencilla y efectiva. Vale la pena recordar que, en ninguno de estos países, que tienen una malla vial impecable, existen los peajes; uno puede salir de la casa a tomar carretera sin un solo euro o corona en el bolsillo.

Pasamos de nuevo cerca de Bremen, Münster, Hannover y, finalmente, llegamos a la región donde está ubicada Colonia. Esa es la zona que por primera vez visité en Alemania cuando tuve la oportunidad de participar en la Jornada Mundial de la Juventud por allá en agosto del 2005. En ese entonces aterricé en Bruselas procedente de Madrid y por tierra, llegué a Brüggen, pequeño pueblo de Bracht, muy cerca de la frontera con los Países Bajos. Allá me acogió como un hijo más la familia Mertens, dueños de sembrados de XXX y de crías de cerdos. Luego de una semana allí nos acercamos más a Colonia, llegamos Elsdorf-Berrendorf, donde una familia de médicos, los Halstenberg, nos hospedaron en su casa. Es una región altamente industrializada, donde están ciudades de renombre como Düsseldorf, Dortmund, Bonn, Möenchengladbach, región donde emerge imponente la catedral de Colonia; la he podido visitar muchas veces y cada que la veo, al fondo, en el horizonte, me lleno de emoción como la primera vez. 

Llegamos finalmente a Bieshausen, que pertenece a Gummersbach, lugar donde residen desde hace años los tíos de mi esposa. Compartimos en familia ricas comidas, conversaciones siempre mediadas por carcajadas generadas en chistes y en el uso de mi insipiente alemán -lengua en la que me defiendo a punta de sustantivos y 3 verbos: essen, schlafen y arbeiten; en su orden: comer, dormir y trabajar-. 

Hicimos una provechosa visita a Königswinter, un lugar mágico, a orillas del Rin, que goza de unas vistas maravillosas. Es una región de numerosos castillos, en los que vivieron muchos duques y sus familias; los nobles competían entre sí comparando de la majestuosidad de sus palacios. Visitamos uno en particular, en la misma zona en la que el gran Konrad Adenauer tenía su vivienda y a donde se resguardó para sembrar rosas una vez le llegó el retiro de la política. Ese castillo construido en el siglo XIX, llamado Drachenfels, al que llegamos en un teleférico que nos mostró los mejores viñedos de la zona, rompe el molde en el horizonte y, escondido entre árboles frondosos, se destaca por sus torres imbatibles por el tiempo. Bajamos del castillo, nos tomamos un tentempié en el Café Nice: algunos torta de queso y otros pastel de cerezas, eso sí, todos acompañados de un delicioso cafecito.

Vale la pena contarles que en los viajes que he podido realizar a Alemania, en 19 años, he hecho el recorrido del Rin sumándolos todos. He estado en el lago Bodensee, al sur en la frontera con Suiza y Austria, hasta su desembocadura en el Mar del Norte en los Países Bajos. El río atraviesa Alemania de sur a norte, recorre varios países y la vida de la región ha dependido de él por años. Uno se extasía contemplando las torres de la Catedral de Colonia en su ribera.

El mismo día en que nos dirigíamos al aeropuerto de Düsseldorf para tomar nuestro vuelo a Madrid, hicimos una corta pero provechosa visita a Wuppertal, la ciudad de donde es originaria la familia de mi esposa, la misma donde nació mi suegro. Vimos de nuevo la Schwebebahn, único tren elevado de Europa que ofrece su servicio de transporte público sujetando sus vagones desde el techo para que los pasajeros disfruten viendo el paisaje debajo de sus pies mientras se movilizan sobre calles y el río que da su nombre a la ciudad.

Regresaremos pronto a Madrid, nuestra Madrid del alma. La que siempre nos recibe con los mejores recuerdos de una historia de amor que sigue escribiéndose. 

Ojalá, nuestro Real Madrid, obtenga la XV Champions. ¡Hala Madrid!

Jorge Eduardo Ávila

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