“Ay como se dejan quitar los médicos su clientela, de un indio que está en la sierra que cura con vegetales”.
Los casos que están pasando y que afectan, con toda razón, la confianza de la gente en los servicios médicos me han hecho recordar la canción titulada ‘El indio Manuel María’ de la autoría del viejo Emiliano, a la cual corresponde el aparte transcrito, ese tema musical fue incluido por ‘Poncho’ y ‘Emilianito’ en el LP titulado ‘Río crecido’, que fue sometido por la CBS a consideración del publicó el 20 de abril de 1974, en el cual el prolífico músico y compositor llama la atención de los médicos en el sentido que los aciertos de un tegua curandero con su maranguango los estaba dejando sin clientela.
Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia, sucesivos accidentes e incidentes que se están presentando en el país con la prestación de los servicios asistenciales han propiciado una percepción de desconfianza de los usuarios de esos servicios frente a las instituciones prestadoras de servicios de salud porque en esto sucede lo que decía mi abuelo, que “lo bueno es para el dueño y lo malo es para todos”, porque hay que reconocer, y lo digo por experiencia, que así como encontramos en Colombia verdaderos mataderos humanos con nombres de IPS, también hay instituciones, la mayoría que prestan excelentes servicios, y de ello puede dar testimonio mi primo Fabián Acosta, quien se encuentra en los actuales momentos como acompañante en una clínica de Bucaramanga a donde fue operada de urgencia su esposa Yake por una gravísima complicación del corazón, él para describir mejor el lugar, me dijo que no parece un hospital sino un hotel de cinco estrellas, todo por cuenta de su EPS por su condición de docente de educación primaria en La Guajira.
No contó con la misma suerte nuestra amiga Judith, esposa del ginecólogo Jairo Toro, quien tuvo que dejar este mundo, a su vieja, su esposo y sus muchachos adolescentes solos como consecuencia de una cadena de inexplicables omisiones en una clínica de la ciudad de Barranquilla, pude darme cuenta durante mi visita en aquella ciudad a donde fui a expresarles mis condolencias, que la infortunada mujer, bacterióloga de profesión, presentaba un leve sangrado cerebral, el neurocirujano que debía operar ordenó un examen previo para ubicar el sitio, intervenirla y cerrar el punto donde se encontraba el problema y a pesar de la autorización de su EPS y de la solicitud de su esposo para que lo realizaran y el asumiría el costo, fue imposible que lo hicieran durante tres días de espera, como consecuencia la paciente se complicó por una hemorragia masiva que le produjo muerte cerebral, eso es inaudito, denunciable, investigable y exige una explicación, todos los facultativos con los que he dialogado han dicho que faltó diligencia y oportunidad, ese caso debería ser examinado por el Tribunal de Ética Medica y amerita una investigación por parte de la Fiscalía porque más de uno estuvo transitando por los renglones, artículos, títulos y capítulos del Código Penal Colombiano.
Su familia perdió una gran persona que apenas había cumplido un poco más de cuarenta años, el gremio de bacteriólogas y bacteriólogos a una profesional responsable y atenta, sus amigos a una amiga siempre igual, cariñosa y que todo el tiempo parecía contenta, con ella compartimos en el Seguro Social primero y en la E.S.E. José Prudencio Padilla después durante nueve años y nunca cambió conmigo, nuestra relación continuó porque su hija Kiara estudiaba con Gretta, mi hija, y cuando ellas iban a fiesta con sus amigas del colegio muchas veces trajo a mi niña por las noches a la casa; cada vez que nos veíamos se reía porque a propósito me preguntaba a “¿A quién se parecen tus hijas? para que yo le contestara, “bonitas como su padre”. ¡Cuánto lo sentimos!
Por Luis Eduardo Acosta Medina