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José Eugenio Martínez, ciudadano ejemplar

Y ADEMÁS…

Por: ALBERTO HERAZO PALMERA

Muchos fueron los actos conmemorativos que se realizaron en la ciudad de Valledupar con motivo del centenario del natalicio de este ciudadano ejemplar. El primer acto religioso y cultural se realizó en el colegio que lleva su nombre: José Eugenio Martínez, donde hicieron uso de la palabra el destacado dirigente, Armando Armenta Mestre, y la directora del plantel la exsecretaria de Educación, Mercedes Cadena, quienes en brillante intervención destacaron la vida de este gran educador y ciudadano.
El segundo evento privado se realizó en los elegantes salones del Club Valledupar presidido por su familia y lo más granado de la sociedad vallenata. La tercera ocasión se ofició una misa solemne celebrada por Monseñor Oscar José Vélez Isaza con la presencia de los presbíteros Armando Becerra y el padre Jesús Alberto Torres, en la Parroquia de la Concepción, ahí llevó la palabra el Dr. Jaime Calderón Brugés, que de manera magistral traza un perfil humano a este distinguido personaje. Posteriormente, en los salones del honorable Concejo Municipal se develará un cuadro de quien fuera uno de los hijos más ilustres de esta ciudad.
En las intervenciones los oferentes dijeron todo de este incansable servidor público hasta casi el último instante de su vida, así que es muy poco lo que tengo qué agregar. Sin embargo, trataré de explorar otras facetas y momentos de su vida.
Contrae matrimonio con la distinguida dama de la sociedad valduparense Beatriz Mestre Castro, quien gozó de una gran simpatía, mujer noble, buena, generosa y sana. Su recuerdo me trae a la memoria a distinguidas mujeres vallenatas ya fallecidas: Teota Cabello, Rita Molina de Pavajeau, Nepta Cotes, Adela María Maestre de Pupo, Leti Castro de Pupo, Avelina Uhía, Pacha Pumarejo, Rosa Luisa Vidal y a mi querida madre Leti Palmera, entre otras. Mujeres como estas difícilmente volverán a nacer. Con doña Beatriz formó un hogar feliz y ejemplar, donde había sólo amor y comprensión. Dedicando con generosidad sin límites toda su vida en la formación y crecimiento de sus hijos a quienes dejó el mejor legado de enseñanza de un hombre verdaderamente bueno. Era una persona especial, siempre atento y gentil con sus sabias enseñanzas, atendía generalmente a los suyos y semejantes que acudían a él siempre a pedirle sus sabios consejos. Lleno de ideas, amante de la vida y de su tierra.
Fueron sus hijos: Celina, José Alfonso, Adela, María Francisca, Laura y María Beatriz. No tuvo la fortuna de conocer a sus nietos o de no, hubiera sido un abuelo amantísimo. Tuve la fortuna de conocerlo desde muy niño, frecuenté su casona colonial situada muy cerca a la mía; mantuve y mantengo una estrecha familiaridad con sus hijos, en especial con Celina y José Alfonso (mi hermanito).  Conservo con ellos, como manifesté la misma amistad y gratos e inmensos recuerdos. Estos recuerdos también me traen a la memoria a muchos amigos de infancia, entre ellos Gustavo Gutiérrez Cabello, Carlitos Murgas, el Turco Pavajeau, Darío Pavajeau, Libardo y Armando Cuello (fallecido), Jaime Calderón, Fredy Pumarejo y Alfredo Cuello Dávila, entre otros.
De Don José Eugenio se pueden decir muchas cosas, fue político, luchador, un combatiente, pero un combatiente conservador siendo figura prominente, perteneció al Partido Conservador, disciplinado como ninguno, casi que político en todas las horas. Perteneció a esa era vallenata de los políticos con una cultura humanística sólida, su modo de vida, sus costumbres sociales, sobrias y discretas, entre sus aficiones muy conocida la que tenía por los idiomas, intelectual y devoto de las bellas artes, pocos de su generación pudieron exhibir tanta experiencia humanística, no hubo político prominente no sólo a nivel local sino nacional que no se hubiera beneficiado de su amistad, vivió y murió a su ley, fiel y leal a una visión política propia, en lo esencial intransigente, en lo demás abierto al compromiso, nunca se molestó en disimular su carácter fuerte, ocupó importantes posiciones de servicio, y fue un ciudadano que labró su puesto en la historia vallenata a base de lucha, de éxito y fracaso, enamorado de Valledupar y fue uno de sus principales promotores, fue un hacedor, un realizador y, cómo no decirlo, un soñador.
Ya está inscrito a la historia y su vida ejemplar marcada con una recta personalidad nos queda como valioso legado. Una herencia que le pertenece a su familia pero, también, a todos sus conciudadanos.
Murió muy joven en Bogotá. Tenía yo apenas 31 años cuando recibí la noticia. Su sepelio se llevó a cabo en la ciudad de Valledupar, en medio de una demostración de afecto y solidaridad.

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