A José Blanco de la Cruz lo conocían en Caimán, Magdalena, donde nació hace ciento cinco años, como el cajero de Juancho Polo Valencia. Sin embargo, existe otro hecho importante en su vida que no resulta conocido en el lugar donde habita, el haber intervenido en la guerra de Colombia con el Perú.
Antes de su muerte, y luego de viajar por casi dos horas en moto hasta Caimán, a José lo encontré sentado en la puerta de su casa, estaba sin camisa huyéndole al calor, parecía estar abandonado a sus pensamientos o quizá envuelto por el sopor del medio día.
Tras saludarlo y preguntarle qué tenía de nuevo, me respondió que a su edad qué de nuevo podía tener: “Todo lo mío es viejo”. Del patio surgió una mujer que tras entrar a la casa me la presentó como su hija mayor: “Es mi hija Marta, la mayor que tuve con Pacha, mi segunda mujer”.
A su edad era un hombre de voz fuerte, mirada triste, su pelo cano lo cubre con un sombrero vueltiao, su nariz y sus orejas son protuberante. Una incipiente barba marcaba una línea blanca en el extremo de su mandíbula. “Háblele duro, que él está bien de la mente, pero no de los oídos”, fue la única advertencia que me hace Marta.
Fue el hijo mayor de Félix Blanco y de Digna de la Cruz, pareja que procreó diez hijos, y para criarlos debieron contar con la ayuda de este. “Yo ayudé a criar a mis nueve hermanos, desde peladito acompañé a papá en las labores de pescador y agricultor. Era el piloto de su canoa, tempranito íbamos a coger la comida en la ciénaga, regresábamos a la casa y nos íbamos para el monte. Madrugando para la ciénaga a tirar atarraya para asegurar el salado de la comida fue cuando papá oyó cantar (llorar) a Valencia (refiriéndose a Juancho Polo) por primera vez; acababa de nacer. Cuando lo escuchó se devolvió para la casa y le dijo a mi mamá: ‘¡Digna, Digna, Rosario parió! Mi mamá se levantó y se fue a acompañar a la recién parida. Figúrese, si vivíamos frente con frente”.
GUERRA DE COLOMBIA
Fue en su juventud cuando tomó la decisión de enrolarse al Ejército nacional, lo que se produjo después de haber dado un paso adelante cuando preguntaron quienes estaban dispuestos a irse para el sur a combatir.
“Mi papá y yo tomamos la decisión de que debía irme a prestar el servicio militar. Salimos tempranito, en burro, para Cerro de San Antonio, donde después de hacerme los exámenes médicos me montaron en un barco donde venían reclutas desde Mompox hasta abajo.
Llegamos a Sitionuevo en la noche, el capitán Silva nos dijo que en la mañanita nos íbamos para Barranquilla. Así fue, nos embarcaron para Barranquilla, después para Ciénaga donde nos estaba esperando el tren que nos llevó a Santa Marta. Recuerdo que cuando llegamos al batallón nos gritaban: ‘¡Carne fresca, carne fresca!’”.
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Fue el tiempo que sucedió la guerra entre Colombia y el Perú: duró casi un año; inició seis meses después del primero de setiembre de 1932, en la que asegura participó.
“Fue por la guerra que yo pagué más tiempo en el Ejército. De Santa Marta nos enviaron para Barranquilla, de ahí para Puerto Colombia donde nos embarcaron en el buque ‘El Marítimo’. Estuvimos diez días navegando, atravesamos el mar Atlántico hasta llegar a Belén del Pará, Brasil. En Belén nos pasaron para el barco Ciudad de Pasto y entramos por el río Amazonas por el que navegamos como cinco días hasta llegar una tarde a Puerto Leticia.
De ahí nos enviaban a patrullar a Providencia, a Puerto Asís, a Tarapacá. Duré diez meses por allá, pero llovía mucho y varios soldados nos enfermamos de una tembladera en las piernas; por eso nos sacaron en un trimotor para Bogotá. Yo iba tullido, imagínese que en el aeropuerto quisieron que caminara y me caí. Me diagnosticaron beriberi y duré dos meses hospitalizado”.
Dice, a manera de reclamo, que por ser veterano de la guerra de Colombia con el Perú nunca recibió ningún tipo de compensación, ni exaltación.
Advierte, además, que la prueba de su participación en ella es una cicatriz en la rodilla derecha, porque la libreta militar se la robaron unos ladrones venidos de Mico, otro pueblo nacido al lado de la ciénaga de Cerro de San Antonio, junto con la ropa donde estaba envuelta. “Después que terminó la guerra quedaron a darme una plata. La plata llegó a Santa Marta, pero cuando me avisaron y fui a buscarla ya la habían devuelto, eso me dijeron”.
MUERTE Y PACHA
De regreso a Caimán tuvo su primera mujer de asiento, como la identificó para separarla de las que fueron ocasionales, su paisana María del Rosario Muñoz, con quien tuvo dos hijos: José y Juan Bautista. Ambos murieron. De Joselito, el anciano recuerda: “Cogía mi acordeón queriendo tocarlo, yo le decía a mi mujer: ‘déjalo que aprenda’, pero se murió siendo un peladito. Cómo podía prohibirle que lo hiciera si yo aprendí a tocar acordeón con los de mis tíos Florentino y Joselito, que eran tocadores de merengue y son. Y con ellos comencé a tocar caja en los fandangos, porque lo de platillero fue en la banda del Ejército”.
Hubo un hecho que, asegura, cambió su vida de hombre de campo y otras rutinas en un pueblo donde nada pasa: la muerte de María del Rosario. “Entonces me volví andulero, volantón, y solté la perra con la bebida. Todos los fines de semana me iba para la cantina de Irsa Escorcia, que era dueña de un acordeón, a tocarla y a tomar trago”.
En ese tiempo fue que se enamoró de Francisca Rodríguez, a la que le compuso una canción, el merengue ‘Los amores de Pacha’, que grabó Juancho Polo Valencia. Pese a la duda que me genera su afirmación, le pido que tararé unos de los versos de esa composición: “Pero con todo y con todo/ Yo me enamoré de Pacha/ Con todo y con todo/ Un amor así se piensa”.
Pero, además de hacerlo, me explica cómo el acordeonista conoció la existencia de su inspiración: “Un día que Valencia y yo estábamos bañándonos a la orilla de la ciénaga le canté unas estrofas de los Amores de Pacha, le gustó y me dijo: ‘Voy a grabarla’”.
¿Cómo era Pacha?, su segunda mujer, le pregunto, casi gritando: “Era morena, no era fea ni bonita, pero de buen cuerpo. Tenía varios enamorados y le gustó fue el viudo”. Lo dice y me mira con ojos pícaros. Marta, su hija, lo interrumpe para comentar lo que conoce de esas relaciones amorosas: “La familia de mi mamá se oponía a los amores con mi papá; y que por haber tenido otras mujeres le iban a echar un mal. Pero nada los detuvo, un día cualquiera se fueron a vivir y tuvieron ocho hijos”.
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ALICIA Y JUANCHO POLO
Desde ante de los años cincuenta, Juancho no volvió a Caimán, desde entonces José dejó de verlo. Cuando volvía, este era su cajero, por lo que asegura puede dar fe de muchos hechos que vivió el acordeonista en su vida. La última vez que Valencia vivió en esa población fue después de la muerte de Alicia Cantillo, en 1942, cuando abandonó a Flores de María y se fue a radicar en Caimán. En ese lugar se unió con Alicia Hernández, con la que tuvo dos hijos. Ella lo abandonó porque tomaba mucho ron, me lo dice José, a manera de confidencia.
Aprovecho y le pregunto si conoció a Alicia ‘Adorada’, asiente con la cabeza y con tono resignado me dice: “Vea las cosas de la vida, cuando se la trajo de Malabrigo para acá, estaba conmigo. Y cuando le vinieron a avisar que se había muerto, también estábamos juntos. Yo estaba en un novenario en Malabrigo con mi compañero de armas Manuel de León Polo, también estaba Valencia. Del otro lado del patio de la casa donde estaban haciendo el velorio estaba Alicia con unas amigas. Yo la conocía, figúrese a la voz de amigo de Valencia. Como vainas mías me le acerqué a Juancho y le dije al oído: ‘Por qué no te sacas a Alicia esta noche’. Él giró la cabeza hacia mí, para verme, y mirándome a los ojos me dijo: ‘Se querrá ir’. Y sin dejarlo de mirar le respondí: ‘¡Qué si se va!’”.
Sigue contando: “Entonces le hice señas con la mano a Alicia, para que se movilizara hacia donde yo me había ubicado, cerca de un rancho que servía de cocina; se acercó a mí, entonces le comenté que Valencia le mandaba decir que si se quería ir con él esa noche. De inmediato aceptó y ahí mismo nos pusimos de acuerdo que la esperábamos en el camino que va para Moya. Al rato llegó, entonces Juancho la ayudó a montar en el sillón, él se ubicó en el anca del burro, y yo como un buen pendejo atrás y a pie”.
De Alicia se sabe que murió solita en Flores de María, pero sobre el sitio donde se encontraba Juancho al momento del deceso hay distintas versiones. Su cómplice, José, tiene la suya: “Él había venido a pasar la Semana Santa acá, iba a tocar en el merengue del sábado de Gloria. Un día que estábamos sentados en la puerta de una tía de él vimos que venía un primo de Juancho y mío, por el lado de mi mamá, llamado Jesús Pacheco, que vivía en Flores de María.
Llegó donde estábamos y sin bajarse de la bestia en la que venía le dijo a Valencia: ‘Alicia se murió’. Él me tiró el acordeón en las piernas y se montó en el caballo que le habían traído desde el pueblo de Carreto, y se fue”.
DE BLANCO
José vivía en compañía de su hija Marta, quien nos hizo confidente de algunos secretos familiares: “Mi mamá era curiosa, conocía sus cosas, tanto que sabía que se iba a morir antes que mi papá, pese a ser menor que él. Fíjese, pese a que murió de pronto, con tiempo escogió su mortaja: un vestido blanco. Además, me advirtió que cuando mi papá muriera debía vestirlo con ropa blanca, que no permitiera que fuera con ropa de color, no sé por qué. Yo estoy pendiente de cumplir con lo que me recomendó, le tengo su ropa blanca, pantalón y camisa, en el baúl que ve a la entrada del cuarto. Se la lavo cada vez que puedo, porque si se muere no lo podemos enterrar con su ropa sucia. Pero a veces me pongo a pensar si seré yo quien lo vaya a vestir cuando se muera. Imagínese usted, mi papá que sepultó a sus padres, a sus dos mujeres, a sus suegros, a sus tíos, a Fabiancito que fue su amigo de toda la vida, a seis hermanos, a dos hijos; quien quita que él sea quien escoja mi mortaja”.
Sin embargo, las indicaciones de Pacha fueron cumplidas al pie de la letra: el día del fallecimiento de José Blanco lució la ropa que esta, cinco años antes, había escogido, y pese a los temores de su hija, ella fue la encargada de vestirlo.
Por: Álvaro Rojano