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José Antonio Murgas, mi amigo poeta

José Antonio Murgas Aponte bendecido por su longevidad cercana a los 94 años, el 24 de mayo, con el silencio atrapado en sus labios, cerró sus ojos para despedirse de la estancia terrenal. En esa noche la luna escondida por las nubes de la lluvia, tal vez recordaba al poeta que tantos versos le cantó. Mientras que sus familiares y amistades en tiernos sollozos de gratitud resaltaban sus gestiones administrativas y políticas, y las bondades de su condición humana.

En San Diego de las Flores nació José Antonio Murgas Aponte (1930). Perfecta Murgas Puche, su madre, excelsa mujer consagrada a los ritos del evangelio católico, perfila su infancia por las rutas de la responsabilidad y el estudio; ya en los años de bachiller en el Liceo Celedón de Santa Marta se destacaba en los centros literarios por su oratoria poética, y luego en la Universidad Nacional de Bogotá es reconocido por su participación en el movimiento estudiantil contra la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla, en los años de 1953 a 1957. En su vida pública: insigne abogado, congresista en representación del Magdalena Grande, y su histórica obra: autor del proyecto de Ley de la creación del departamento del Cesar (Ley 25 de 1967). Después fue gobernador del Cesar, ministro de Trabajo, Embajador de Colombia ante la Organización delas Naciones Unidas (ONU) y rector de la Universidad Popular del Cesar. Estas dignidades lo erigen como un personaje de la historia del Cesar; pero hay otra dimensión que lo eterniza en el podio del arte, y es su obra poética (aún inédita); los que la han leído, no dudan en calificarlo como un poeta mayor. Además, fue virtuoso declamador.

El ser humano es un inmenso soñador y creador, y si consagra la vocación por la poesía se propone a dibujar el mundo en palabras. José Antonio Murgas con su galope blanco cabalgaba por el canto ancestral de primavera y los caminos mestizos de llanuras sonámbulas con raigambre de lluvia. Se extasiaba de imágenes provincianas y universales: de pájaros pincelando de azul el viento, de los ríos en la arboleda perfumada de colores, de las montañas en la fértil estación de las semillas, de las calles de la ciudad abrazadas a la solitaria compañía de la nostalgia, de los monumentos que guardan las gestas de las tradiciones, de los amores que con conquistaron la geografía de su alma y su corazón. Escuchaba a los rapsodas con los heraldos de sus ancestros, la procelosa negra bailando en los estambres sonoros del palenque, la magia del maíz que convoca a las mujeres vallenatas al ritmo de piloneras y la lírica narrativa de los trovadores del canto vallenato; pero también escuchaba las palabras luminosas de los filósofos, y tuvo como el escritor Jorge Luis Borges: “el siempre enrevesado enigma de la vastedad del universo, que devanea a sabios literatos”.

Para el poeta siempre existe un diálogo entre la razón y la emoción, la prudencia para pensar antes de hablar. José Antonio Murgas cultivaba las orquídeas en las ramas de la aurora y en la concordia vital de los aconteceres. Nunca aprisionó el vuelo de las mariposas, soltaba el viento en los colores de sus alas. Recorrió con claridad hermenéutica los logos de la filosofía, la política, la historia y la literatura; de ahí nutrió su elocuencia aforada en la acústica luminosa de la poesía.

El 25 de mayo, la tierra amorosa de Valledupar recibió su cuerpo dormido; pero su espíritu de hombre cristiano, fiel al amor de Dios, ya reposa en la mansión celestial. La elegancia de su decencia, el respeto por la gente y la honestidad de sus acciones son racimos de luz en la memoria y en el corazón de su familia, de sus amistades, de sus paisanos y de la historia del Valledupar y del Cesar.


Por José Atuesta Mindiola

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