BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
Hace más de dos mil años, un hombre revolucionario cambió la historia de la humanidad con su mensaje de amor y esperanza para todos aquellos que creyeran en Él. Dejó sin piso la religiosidad en la que primaba la forma, para mostrar la primacía de Dios sobre el mundo, mostrando que podía amar incluso a sus detractores, perseguidores y verdugos.
Jesús quiere que cambiemos nuestras vidas, no importa las equivocaciones que hayamos tenido, pues no vino al mundo a juzgarnos, sino a salvarnos; por eso espera la renovación de nuestro corazón mediante la obediencia, oración, fe y caridad. Cristo sigue esperando que llenemos nuestra vida de su amor y esperemos en Él la salvación, pues todo lo que nos ofrece está respaldado por el Padre.
Ser amado es la motivación más poderosa del mundo. Por lo general, amamos a otros en la medida que nos aman, sin embargo, Jesús nos manda a amar como Él nos amó. Es decir, ayudando sin interés, sacrificándonos aunque nos duela, dedicando tiempo y esfuerzo al bienestar de otros en lugar del propio, sin quejarnos, sin murmurar. Es difícil amar de esta manera, pero cuando hemos recibido poder de una fuente sobrenatural como Jesús, es más fácil y llevadero hacerlo.
El amor es más que una simple sensación emocional, es una actitud que se refleja en nuestras acciones. El amor debe ser más que una palabra o cliché; es reconocer al otro desde la diferencia, sin celos, sin egoísmos. Por eso amar es un mandamiento nuevo, sólo si amamos como Cristo, quien murió por nosotros. Quizás no sea necesario que entreguemos nuestra vida por otro, pero existen otras formas de practicar el amor sacrificial; esto es, escuchando, ayudando y alentando a los demás. Jesús nos pide que le obedezcamos, pero sobre todo en amor. “Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros.” (Juan 13:34-35) .
Aunque es difícil seguir mirando con amor a una persona que nos hizo daño, la gran medida del amor está en poder perdonar y amar, incluso a quien nos ha causado dolor; esta es la verdadera dimensión del cristiano. Nadie ha dicho que sea fácil, pero si oramos a Dios y leemos su palabra para que nos dé fortaleza, encontraremos el testimonio de un poderoso hombre cuyo corazón fue y sigue siendo tan grande, que amó y llegó a pedir perdón por quienes intentaban asesinarlo. Agradecerle a Jesús ese hermoso gesto, es imitarlo, sin que nos dejemos llevar por pasiones, odios y rencores que tanto nos desnaturalizan.
Si alguien nos pregunta si amamos a Dios, de seguro diremos que sí, convencidos de eso porque vamos a la iglesia, oramos, porque no matamos, ni robamos; sin embargo, la misma palabra de Dios nos confronta y nos pone a pensar en nuestra verdadera capacidad de amar, cuando nos deja esta reflexión profunda, incisiva y revolucionaria: “Si alguien afirma: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto. Y él nos ha dado este mandamiento: el que ama a Dios, ame también a su hermano”. (1 Juan: 20-21).
La mejor promesa que Jesús nos hace es la salvación. Por su gracia nos ofreció la vida eterna a través de su muerte en la cruz. Él sintetizó todo en una expresión: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos. De ahí la importancia de saber que esto representa la máxima expresión del amor de Dios por la humanidad, hasta el punto de entregar a su hijo para salvarnos.
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