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Israel y Palestina

Por Azarael Carrillo Ríos

Israel y Palestina se disputan desde hace más de 70 años un territorio del tamaño y la forma del departamento del Cesar, casi invisible en el mapa mundial.  Israel es una nación admirable.  Desde hace más de 2.000 años fue desterrada por Roma y su memoria puesta en olvido, dispersando sus sobrevivientes por Asia, Europa y África.  Este pueblo con su extraordinaria cohesión religiosa, cultural, lingüística y económica ha prevalecido en forma asombrosa, no solo por su supervivencia, sino por su prosperidad, destacándose en la economía, la ciencia, la tecnología, la cultura, etc.  Jerusalén ha sido capital de paganos, judaicos, cristianos e islámicos. 

Los filisteos, ancestros de los actuales palestinos también tienen un puesto de honor en la historia, por ser los navegantes y comerciantes más extraordinarios de la antigüedad, recorriendo el mar mediterráneo de extremo a extremo y globalizando las naciones costeras de Europa, norte de África y occidente de Asia.  Nuestro actual sistema de escritura tiene sus más primitivos orígenes en este pueblo pujante y próspero y eso no es poca cosa.

Es por la religión y por su situación geográfica que este territorio lleva siglos disputándose ferozmente entre occidente y medio oriente, siendo sometida por egipcios, persas y babilónicos, griegos, romanos, otomanos e ingleses en los siglos más recientes, hasta que las Naciones Unidas propusieron la formación de los estados de Palestina e Israel para acabar con la diáspora milenaria de los judíos después de su exterminio parcial en la segunda guerra mundial.  

A mitad del siglo anterior milagrosamente los judíos lograron establecerse, consolidarse y expandirse en medio de guerras y violencia, pese a estar completamente rodeados de enemigos que tienen un común el islam como religión, al igual que palestina.

Los aparentes períodos de paz entre ambos pueblos en realidad son espacios de preparación para la guerra, como acaba de suceder con el sorpresivo y cruento ataque de Hamás sobre Israel y el brutal contraataque de este último, dejando ya una cifra próxima a los 11.000 muertos, casi todos civiles inocentes.  Tanto Israel como Gaza hoy son gobernados por líderes extremistas que solo piensan en la aniquilación total del enemigo, objetivo no solo utópico, sino generador exponencial de violencia.   

Este cruento conflicto expone los verdaderos alcances de un líder radical.  Un político extremista en búsqueda del poder menciona las cosas que la gente común quiere escuchar, pero guarda sus intenciones más perversas para implementarlas cuando lo alcance. 

El ataque de Hamás fue traicionero, alevoso y perverso, tanto por sus objetivos civiles, como por la exposición de su propio pueblo al contraataque israelí, totalmente previsible por parte de un ultraderechista como Netanyahu.  

Israel hará uso de todo su potencial militar para seguir masacrando miles de civiles inocentes, sin contemplaciones de edad, sexo ni ninguna otra condición.  Un pueblo sometido al más vil genocidio de la historia hace más de ocho décadas, es hoy opresor y genocida.  Claro está que la responsabilidad recae en unas élites que aprovechan su paso por el poder para cumplir con sus más infames propósitos, sin importarle que la mayoría de sus gobernados desaprueben su irracionalidad.  Ambos pueblos eligieron sus líderes sin calcular el horror al que serían arrastrados, olvidando los valientes esfuerzos de quienes tanto lucharon por una frágil paz de parte y parte.  

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