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Invasiones, abigeato y otra vaina

No fui asiduo visitante de mi buen amigo, el español Miguel Morales Báez, pues también era villanuevero, como yo, pero de Villanueva del Río y Mina en nuestra Madre Patria, que aterrizó en San Juan del Cesar y se casó con la bella y señorial dama Bertha Lacouture Acosta, padre de mi gran amigo Rafa a quien todo el mundo conoce y aprecia, pero una vez que pasaba por su casa vi un tumulto de gente y me bajé para ver qué pasaba y como siempre lo encontré muy risueño y jovial a pesar de su fuerte temperamento y al preguntarle cuál era la razón de ese gentío, me explicó: esos son los invasores de unas tierras de mi propiedad con quienes arreglé directamente para que me pagaran el valor de ellas como quisieran y cuando pudieran y desde entonces vienen todos los días, o cada 15 o mensualmente a traerme lo que pueden y así logré sin pleitos y sin abogados recuperar mi dinero y conservar sus amistades.

Ahora que leo las decisiones judiciales tardías de desalojo en varios barrios que fueron invadidos hace muchos años, con casas bien construidas que creo que ningún alcalde cumpla, pues ya es un acto inhumano, concluyo que la única solución sería la adoptada por Morales Báez o que el Municipio, Departamento o Nación los compre y les legalice la propiedad a los residentes, pues los invasores desde hace rato en su mayoría se largaron de ahí. Todo este despelote es culpa de la falta de autoridad oportuna, pues las invasiones se cortan enseguida porque después de varios años ya no hay poder humano que las evite, tal como ha acontecido con todas las que ha habido en esta ciudad donde los barrios populares han sido producto de invasiones.

Me parece que la familia Pavajeau Molina cuando les invadieron y construyeron ‘Zapato en mano’ y ‘Caballo Viejo’ hicieron lo mismo que hizo Miguel Morales y por las buenas, como ellos son, buenos, alcanzaron a recuperar parte de su dinero.

Otra cosa preocupante: el incremento del abigeato que tiene asolao a los ganaderos que no hayan qué hacer para que no les pelen sus animales en la propia finca o se presenten camiones a robárselos y después esas carnes se venden en los cientos de expendios que funcionan en la ciudad; ellas entran por el norte, sur, este y oeste en las horas de la noche libremente para ser vendidas, ni siquiera baratas, sino a precio normal, que es el caro. No digo lo que me cuentan al respecto porque me resisto a creerlo, pero sería bueno que el señor comandante de la Policía se diera el trabajito de visitar los mataderos para controlar este nefasto mercado e instalar unos retenes en horas de la noche, porque hay que hacer algo y ya, es urgente.

Otra maricadita: sería bueno que los bancos, empresas de servicios públicos y en todas partes donde haya salas de espera o se hacen largas colas, fijaran en carteles muy visibles la ley que le da preferencia a los ancianos, mujeres embarazadas, lactantes y discapacitados para ser atendidos con preferencia y cuándo será que todos esos establecimientos dispongan de servicio sanitario para que los usuarios puedan usarlos en caso de emergencia o necesidad normal; los bancos que tanto dinero ganan, ¿cuándo lo harán?, o será que las Superintendencias tendrán que obligarlos.

En el momento no sé el número de la ley de preferencia a los viejos, pero prometo que la averiguaré y mandaré a hacer unos carteles para instalarlos en forma pública, para que los jóvenes especialmente se den cuenta que no es capricho sino un mandato legal y dejen de tratarnos de viejos de mierda o frases muy poco agradables cuando le solicitamos que nos cedan el turno. 

Por: José Manuel Aponte Martínez.

Categories: Columnista
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