¿Cómo es el ocaso de la democracia moderna? Ésa es la pregunta que dos politólogos de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, se propusieron responder en su nuevo libro, ‘Cómo mueren las democracias’.
En el mundo actual, las democracias mueren más a menudo con un gemido que con un estallido. Levitsky y Ziblatt han analizado múltiples ejemplos de “desconsolidación” democrática en todo el mundo durante el último siglo y han llegado a la conclusión de que el principal peligro para las democracias contemporáneas no son los golpes militares ni las tomas de poder por parte de paramilitares con camisas marrones y botas militares.
En realidad, los aspirantes a autoritarios prefieren socavar la democracia desde dentro, obteniendo victorias electorales legítimas sobre plataformas populistas y luego lentamente (y, en una perversa ironía, a menudo en nombre de preservar o reformar la democracia) socavando instituciones democráticas liberales como la separación de poderes, el Estado de derecho y las libertades civiles.
Las fragilidades de la democracia exacerbada por los autoritarios comparten escenario con las narrativas que conducen a los extremos. Este ha sido el “cóctel molotov” que ha conducido a la ideologización política de América Latina. En la región la ideología no pesa tanto en la decisión del voto de los latinoamericanos como el pragmatismo para resolver los problemas endémicos urgentemente, lo que lleva a propuestas de soluciones mágicas cargadas de populismo de izquierda y derecha.
El continente a finales del siglo pasado vio cómo las dictaduras aplastaban los sueños revolucionarios. Pero en las últimas tres décadas la región convive con el debate ideológico y sin el oficio del pragmatismo, para enfrentar la corrupción, la pobreza, la violencia y el desgobierno, en contraste, el populismo cada periodo de tiempo toma bocanadas de aire, para disputar el poder y sacar al que lo ostenta. Cada gobierno nuevo trae sus propias recetas para solucionar los problemas preexistentes, son constructores de un nuevo día, pero sin ideas concretas ni recursos disponibles, es decir, en todo este tiempo, ha sobrado ideología y nos han faltado ideas prácticas
Nicolás Maquiavelo afirmó: “Hay que considerar que no hay nada más difícil de llevar a cabo, ni éxito más dudoso, ni más peligroso de manejar, que la implementación de un nuevo orden de cosas”.
En el sur del continente, el argentino Javier Milei, economista libertario y experto en televisión, es el favorito en la carrera presidencial de su país. Se hizo famoso despreciando a la gente en la televisión y por lanzar duros ataques contra los críticos en línea. Luce un peinado rebelde que se ha convertido en un meme. Y ahora es el líder de la extrema derecha de su país.
Sus ideales libertarios lo han hecho menos conservador en algunas cuestiones sociales. Ha dicho que mientras el Estado no tenga que pagar por ello, podría apoyar la legalización de las drogas, la inmigración abierta, el trabajo sexual, los derechos de las personas transgénero, el matrimonio entre personas del mismo sexo y la venta de órganos.
No sorprende que los argentinos estén ansiosos por el cambio. Décadas de mala gestión económica, gran parte de ella en manos del actual partido peronista de Massa, han hundido a Argentina en un gran agujero financiero. En teoría, todo el mundo comprende la necesidad del cambio, pero en el nivel cotidiano, el ser humano es hijo de la costumbre. Demasiada innovación resulta traumática y conducirá a la rebelión. America Latina sigue sin percatarse del hueco que está cavando en nombre de la ideologización política, mientras sus problemas socioeconómicos engordan. Hemos sido muy buenos para vociferar, pero muy malos para escuchar y resolver.
No hay un norte definido en la región, pero sí suficiente retórica engañosa sobre mercados y libertad, que ha tenido mucho éxito en concentrar la riqueza en unas pocas manos pese a la alternancia del poder, con un impacto obvio en las instituciones democráticas.
Por: Luis Elquis Díaz.