A mi parecer, el Manifiesto de Cartagena escrito por El Libertador en 1812, después del fracaso de la Primera República de Venezuela, proclamada en 1810, es como el proemio ideológico de su Carta de Jamaica del año 1815. Pero es en el Discurso de Angosturas, donde planificó su pensamiento ilustrado y retrata de cuerpo entero nuestras falencias de pueblos criollos iberoamericanos.
En el primero expone las causas de la caída de la Primera República de Venezuela y en el segundo documento, ilustra a los destinatarios sobre el estado de cosas de las colonias latinoamericanas interesadas en la independencia del gobierno español y las series de circunstancias adversas para lograr aquel propósito.
LOS DESTINATARIOS
Digo a los destinatarios pues si bien es cierto que la carta estaba dirigida en singular al ciudadano inglés Henry Cullen, residente en la Isla de Jamaica, no es menos evidente que esta se encontraba bajo el gobierno del general Petión, y por el entonces coronel Bolívar, necesitaba llamar la atención auspiciosa de este y la de los gobernantes europeos– especialmente los del Reino de la Gran Bretaña– amantes de la libertad –, a fin de recabar su solidaridad y colaboración moral y física para la causa independentista.
El Libertador tenía fe en ella, al tiempo que era consciente de las inmensas dificultades para coronar sus nobles aspiraciones de carácter humanista y de la desbalanza bélica. Aquí trato de anotar unas y otras.
La primera de ellas que inferimos de la carta es la contemplación de la vastedad del territorio continental por liberar del dominio español, desde México hasta Chile. Esa extensión lo abrumaba y sin embargo era consciente que la victoria no sería definitiva si quedaba algún territorio bajo aquel gobierno. Lo cual una vez más pone de presente la capacidad estratégica de la totalidad de su cometido.
Luego plantea cuestiones negativas que consideraba insoslayables, pero que no serían obstáculos definitivos que su genio político y militar no pudiese vencer. Quiero enumerar algunas de ellas porque, guardadas las proporciones, aún subsisten y hacen parte muy importante de nuestra incapacidad suramericana para saber ser libres y prósperos, y cuya rememoración me justifica en este escrito.
Así pone de presente las siguientes consideraciones que conllevaban la legitimidad del alzamiento militar independentista. Es decir, la justificación de la guerra, no civil, sino, contra un gobierno extranjero, que había realizado durante tres centurias “los actos más horrorosos de un frenesí sanguinario”.
Invoca a América para afirmar: “el lazo que la unía a España está cortado“. Consideraba más fácil unir los dos continentes que reconciliar los espíritus de ambos países. Admirable es su fuerte convicción de que ya no se trataba de la relación entre las colonias y la metrópoli, sino, la de dos países distintos.
Sin embargo, El Libertador no desconocía que se enfrentaba a un enemigo poderoso, y por eso escribe: “en las administraciones absolutas no se reconocen límites en el ejercicio de las facultades gubernativas“. Para un buen entendedor pocas palabras bastan.
Igualmente, no se le escapaba que por falta de adiestramiento en las funciones públicas corríamos el riesgo de no saber gobernarnos. Estábamos, dice: “ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y administración del Estado”. Pone de presente de que, jamás éramos virreyes, ni gobernadores, obispos o arzobispo, diplomáticos nunca, militares sólo como subalternos, ni nobles, ni magistrados ni financistas, ni casi nunca comerciantes.
INCAPACES DE AUTOGOBIERNOS, SOLO SIERVOS DE LA GLEBA
Poco menos que privados de dignidad. Peor aún, estos permanecían obnubilados por un imaginario supersticioso que les impedía pensar correctamente.
Por citar solo un ejemplo de la excesiva ignorancia de nuestros coterráneos americanos en aquellos tiempos traigo aquí el recuerdo del gran sismo mortal ocurrido en el norte de Venezuela, el jueves santo del año 1812. Sus habitantes fueron incapaces de encontrar una explicación racional y eclesiásticos españoles, enemigos de la independencia americana se encargaron de predicar que se trataba de la ira de Dios, contrario a aquellas aspiraciones libertarias.
De tal manera que, debido a ello, nos podemos explicar, en parte, los inconvenientes humanos padecidos por gobernantes y gobernados, especialmente, en la primera centuria de las administraciones ya independientes del imperio español.
ALZAMIENTOS MILITARES Y GUERRAS CIVILES
El final de la vida gloriosa de El Libertador fue más que triste y dolorosa. Después de la inicua conspiración septembrina de 1828, y su retiro, en 1830, de las funciones de gobierno, a caballo, con un pequeño grupo de leales, partió de Bogotá hacia la costa Atlántica y en La Quinta de San Pedro Alejandrino, de la ciudad de Santa, lo abrazó la muerte en el mes de diciembre.
Cuentan las voces de los oídos que lo oyeron que cuando ya salían de Bogotá balbucean las siguientes palabras: “Vamos, vamos, que aquí ya no nos quieren. Y los suramericanos seguimos ahí, extraviados emocionalmente, confundidos, tanto los de arriba como los de abajo. En cambio, mediando las orientaciones de la razón, podríamos convivir y prosperar con justicia” .
POR RODRIGO LÓPEZ BARROS/ESPECIAL PARA EL PILÓN.