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Inmaculada Concepción y luz de esperanza

“Que linda la fiesta es en un ocho de diciembre, al sonar de un triquitraque que sabroso amanecer”.

Con el corazón arrugado por la nostalgia iniciamos nuestra crónica con un aparte de ‘Las cuatro fiestas’, la más emblemática canción durante la fiesta de las velitas en todo el país, es además la más popular de todas las obras musicales de la autoría de Adolfo Echeverría, muchas veces grabada pero con precario reconocimiento económico para su autor, siendo sus mejores versiones la original que hizo él con la voz de Nuris Borras y el Cuarteto Mónaco que era entonces el grupo musical de planta en un reconocido restaurante barranquillero, y la grabada por Diomedes con Juancho Roys.

Colombia y particularmente la costa norte del país se apresta a celebrar como Dios manda las fiestas de la Inmaculada Concepción encendiendo las velas que simbolizan la concepción sin pecado por parte de la Virgen María y también los anhelos de paz de la gente que se cansó de la zozobra y de enterrar sus muertos de la guerra, es una buena oportunidad para pedir la intercesión de la virgen para que podamos santificar las fiestas y regresen los encuentros familiares sin que esto suceda solo para compartir el dolor.

La fiesta del siete de diciembre por la noche, vísperas de la verdadera celebración ya no huele igual, cuando yo estaba niño la música y el olor a parafina se confundían con el inconfundible olor a triqui traqui que a veces después de rasgarlos en las paredes se nos quedaban pegados en la punta del dedo, era ardoroso y se curaba con crema dental y con leche de magnesia Philips, también “las lluvias” que ahora son más conocidas como “chispitas mariposas”, no sé cómo hacían entonces pero no recuerdo ningún quemado de gravedad, también vendían “torpedos” que eran utilizados por los muchachos más grandecitos y eran arrojados para que detonaran cerca de los sitios donde habían bastantes personas para asustar, la única persona que vendía esos productos era Manuelita Bermúdez, quien los traía de Venezuela y también vendía estejuelas, perdigones y tiros que tenían muchísima demanda para que los parranderos dispararan al aire durante las fiestas cuando estaban contentos y los más viejos que solo sacaban sus escopetas y revólveres los treinta y uno para despedir el año con uno o dos disparos al aire, curiosamente eso se consideraba “normal”, como si fuera un ritual y nadie moría por balas perdidas, las balas de ahora si matan.

Me gustaba que el ocho de diciembre llegara porque era costumbre que en la finca “’El Castellano’, del tío Juan José Fonseca, hicieran una gran celebración familiar frente al altar de la virgencita que allá tenían, papá me llevaba, era un día diferente durante el cual nos encontrábamos con familiares que no veíamos durante mucho tiempo, el asado era obligado, llevaban una banda “chupa cobre” y mientras nuestros mayores tomaban ron la muchachada jugábamos, allá vivían entonces mi tío Moisés y la tía Margot, esa finca pertenece en la actualidad a José Rubén Fonseca, y hace algún tiempo mientras dialogábamos en un acto social le sugerí a su esposa Isabel recientemente fallecida que rescatara esa tradición, ella desconocía esos detalles me dijo y manifestó que le sonaba la idea, no la volví a ver.

Con relación a la sagrada celebración se han escrito muchas historias y se dice que en esa fecha se conmemora el nacimiento de la Virgen que se ha dicho que sucedió el 8 de septiembre, en consecuencia para determinar la fecha en la cual fue concebida María en el seno de su madre, se computa desde los nueve meses anteriores, así llegamos al 8 de diciembre; pasaron muchos años para enterarme que cuando mi vieja aclamaba en momentos de dificultades a “la purísima concepción de treinta” es la misma “Virgen Inmaculada concepción” que existe en el corregimiento de Tomarrazón (Treinta), la cosa ha cambiado, cada vez se habla más de las velas que de la Santa.

Los fabricantes y vendedores de velitas, faroles, cohetes, chispitas y demás productos de luces y ruido para estas fiestas andan en estos días más contentos que dueño de puerca parida de veinte y no es para menos porque su mercado es cautivo, y mientras aumenta la prohibición se incrementan las ventas y el precio, solo preocupa su uso irresponsable que muchas veces acaba prematuramente con la navidad en algunas familias por inesperados siniestros, ojalá este año los accidentes sean sean cosa del pasado porque definitivamente una celebración navideña sin pólvora es otra vaina.

Hoy viene a mi mente un casco con faro que prendía y se apagaba que Ángel mi hermano me trajo de Bogotá, fue aquel un acontecimiento familiar, se regó en el pueblo que mi cabeza prendía y apagaba, hoy estamos ante la cruda realidad de las intermitencias de este mundo donde amanecemos deseando la paz y anochecemos con otros pidiendo la guerra.

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Luis Eduardo Acosta Medina: