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Influir en la seguridad alimentaria

Según la proyección del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas WFP, anunciada junto con la publicación del Informe Mundial sobre Crisis Alimentarias, elaborado con 15 socios humanitarios y de desarrollo, se prevé que el número de personas que hacen frente a la inseguridad alimentaria aguda (fase 3 de la escala de Clasificación Integrada de las Fases de la Seguridad Alimentaria, IPC / CH) aumente a 265 millones en 2020, 130 millones más de los 135 millones en esa situación en 2019, como resultado del impacto económico impuesto por la pandemia de la covid-19.

El análisis del Programa Mundial de Alimentos, coincide y se refleja con las metas del Objetivo de Desarrollo Sostenible N° 2, que plantea estrategias para que haya fin del hambre en la humanidad para el año 2030. Son crudas las descripciones de este objetivo, derribando la disyuntiva o el falso dilema entre economía o salud, debido a la pandemia que azota al mundo.

El panorama alarmante de salud pública mundial carece de alternativas de solución, su única opción es el antídoto, hasta el momento los científicos que desarrollan prototipos para la vacuna están en las fases de investigación y desarrollo preclínico, desarrollar la vacuna tiene estimativos de duración con promedio entre 18 y 24 meses. Este periodo es preocupante, sin embargo, concibe oportunidades, para iniciar la conversación sobre el nuevo liderazgo y reordenamiento mundial, en el cual la especie humana debe ponerse en el centro de las operaciones. Es inútil continuar amasando fortunas y creando desigualdades, mientras el hambre arrecia y un virus ha puesto en evidencia las fragilidades de la especie humana.    

Antes que la Organización Mundial de Salud hiciera el anuncio sobre la pandemia de la covid-19, presenciábamos el debate del negocio petrolero para concertar el establecimiento del precio del barril. La pandemia y la marcha baja o ralentización de la economía mundial conllevó a la más histórica y estrepitosa caída del precio del crudo.

Aunque se vienen desarrollando investigaciones e implementaciones de nuevos recursos energéticos a partir de fuentes no convencionales, el petróleo seguramente se mantendrá como commodities comercial y como insumo primordial para la recuperación económica, además, no hay un dato exacto sobre la fecha de la última gota en la tierra de este combustible fósil, al contrario, la cuestionada practica del fracking ha mejorado su oferta.      

Muchas hipótesis advierten sobre el nuevo orden mundial, la incursión e irrupción de la tecnología, investigaciones científicas de salud, la incertidumbre del petróleo, la cooperación y la seguridad alimentaria. Esta última variable es el introito de esta opinión. Colombia tiene ventajas comparativas que facilitarían la diversificación de su economía y disminuiría la incertidumbre por la dependencia de los ingresos por la venta de petróleo y carbón.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, Colombia es uno de los territorios llamados a ser despensa de alimentos para el mundo. Esa expectativa es cierta, Colombia cuenta con 40 millones de hectáreas para producir alimentos, condición favorable y pertinente para construir el futuro agropecuario para comprenderlo y poder influir en el, llegó el momento de materializar la porfiada transformación agropecuaria, apropiando una política agraria que enfrente los retos de diseñar el inventario de los predios baldíos, legalización de tierras, uso del suelo, cooperación, agremiación, vías terciarias, transporte multimodal, aprovechamiento y protección del recurso hídrico, agricultura de precisión, tecnología, migración rural y blindar al sector con garantías fitosanitarias.

Las oportunidades se asumen para aprovecharlas y mejorar condiciones de vida, para hacerlas eficientes debe desterrarse el discurso retórico que ha descontextualizado nuestra vocación agropecuaria.

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