La disponibilidad de recursos en las campañas políticas ha hecho que cada vez se respete más el cronograma oficial impuesto por la organización electoral, unos porque deben dosificarlos para no llegar sin fuerzas al final y otros, porque están tan sobrados de poder político y económico que al final ponen a cualquiera, convencidos de su fortaleza y favoritismo para quedarse con los cargos a proveer.
Por esto se han ido corriendo los tiempos, hasta ajustarlos casi a los tres meses de campaña que manda la ley. Esta vez no fue el marco del Festival Vallenato el escenario y límite de las grandes coaliciones. La espera continúa. Ya viene el veranillo de San Juan del mes de junio y siguen indefinidas las candidaturas que con dignidad enfrentarán a la casa de gobierno departamental.
Mientras que estos, despreocupados del tema, liberaron el abanico a lacayos con aspiraciones de ser ungidos por la poderosa empresa electoral, al punto que hasta al carismático y simpático ‘Migue’, jocosamente creo yo, le han ofrecido dejar de cuidar carros en la carrera novena de Valledupar para convertirlo en nuestro gobernador.
En esas estamos. Mientras tanto, el canibalismo progresista consolida la inercia política local con las zancadillas centralistas, los promotores oficiales del cambio se niegan a ser sus agentes generadores porque insisten en practicar los vicios politiqueros que en discursos rechazan y como si esto fuera poco, inexplicablemente algunas fuerzas alternativas sacan pecho apoyando reeditados alfiles del paramilitarismo. Aún no mencionamos los soterrados negocios que hay detrás de los avales.
Incoherencia total, en fin, la burbuja de un triunfo presidencial que no se ha visto en las regiones, nos tiene confundidos al momento de encauzar la euforia política de las bases. Hay petrismo pero acuerdo local poco.
Es decir que la alternatividad de la izquierda se diluye en una diáspora de aspiraciones sin vocación de triunfo, incapaces de integrar una multicolor fuerza política, capaz de derrotar la filosofía de gobierno que le rinde culto a la apropiación irregular de los recursos públicos, contraria a la utilización de estos en la construcción del bienestar general.
Se preocupan más por utilizar epítetos como clanes, mafias y todo tipo de sonoros calificativos de la acalorada demagogia que se fundamenta en la vana emotividad, que en conectarse a una estrategia cierta para encontrar el camino de la victoria electoral. Aún no se han dado cuenta que la clave está en ganar y no seguir siendo oposición por siempre.
Definitivamente siguen sin entender la enseñanza de Gustavo Petro. Un curtido político con sólidas bases ideológicas de izquierda, pero que comenzó a edificar su triunfo hablándonos de Pacto Histórico, luego de Frente Amplio, de unión, todo en torno al loable propósito de derrotar la exclusión política de doscientos años de inequidad, sin desfigurar la llama transformadora que motivó tantos años de lucha revolucionaria.
Localmente algunos se autoproclaman custodios del petrismo pura sangre y tal vez hasta con buenas intenciones lo hagan, lo que al parecer no comprenden es que van en contravía ideológica de su mentor, cada vez que reverencialmente rinden culto a las manipuladas decisiones tomadas desde Bogotá, siendo que el presidente Petro defiende la autonomía regional del federalismo. Estos amigos solo hablan de inclusión al momento de política y económicamente utilizar a las personas.
Afortunadamente los tiempos aún permiten recomponer el camino, deponer las bajas pasiones en torno a la construcción de un proyecto político integrador, con expectativas de triunfo, capaz de devolver la fe a todos esos cesarenses que soñamos con emanciparnos de la esclavitud política, la cual se roba nuestros recursos y desprecia la inteligencia, la solidaridad y el trabajo comunitario, como paliativos de la brecha social que nutre la inequidad, gestora de la inmemorial violencia. Aprendamos de Petro. Ese es el camino. Fuerte abrazo. –