La pandemia propuesta por la covid-19 está gestando una recesión a la que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ya le ha puesto nombre: “El Gran Confinamiento“, varios sectores de expertos llegan al consenso de estimar que este problema de salud pública, tendrá impactos superiores a los sucedidos en la crisis económica de la gran depresión de 1929; incluso, incomparable con la crisis financiera global de 2008, desatada debido al colapso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos en el año 2006.
Otro escenario muestra que la crisis de covid-19 aparentemente proporciona una visión repentina de un mundo futuro, uno en el que lo digital se ha convertido en el centro de cada interacción, lo que obliga a las organizaciones y a las personas a avanzar más en la curva de adopción casi de la noche a la mañana.
Un mundo en el que los canales digitales se convierten en el modelo principal (en algunos casos, el único) de compromiso con el cliente, y los procesos automatizados se convierten en el principal impulsor de la productividad, y la base de cadenas de suministro flexibles, transparentes y estables.
La crisis de covid-19 nos ha demostrado que las tecnologías emergentes como el Internet de las cosas y la inteligencia artificial no son solo herramientas, sino que son esenciales para el funcionamiento de nuestra sociedad y economía. Nuestra capacidad de ser adaptativos, centrados en el ser humano e inclusivos en la forma en que desarrollamos políticas y protocolos para tecnologías emergentes nunca ha sido tan esencial.
Alvin Toffler predijo un futuro en su éxito de ventas de 1970, el shock del futuro, que se parece mucho a la realidad de hoy. Anticipó el surgimiento de Internet, la economía compartida, las empresas basadas en la “adhocracia” en lugar de la burocracia centralizada, y las confusiones sociales más amplias y las preocupaciones sobre la tecnología. Previó que la relación en evolución entre las personas y la tecnología daría forma a cómo se desarrollarían las sociedades y las economías.
Si se puede encontrar un lado positivo, podría estar en la caída de las barreras a la improvisación y la experimentación que han surgido entre clientes, mercados, reguladores y organizaciones. En este momento único, las empresas pueden aprender y progresar más rápido que nunca. Las formas en que aprenden y se adaptan a la crisis de hoy influirán profundamente en su desempeño en el mundo cambiado del mañana, brindando la oportunidad de mantener una mayor agilidad, así como lazos más estrechos con clientes, empleados y proveedores.
Reinventarse es la invitación extensiva para todos en la humanidad, cambios en los sectores económico, político, salud y social, revela cálculos y hábitos nuevos, explorando necesidades de repensar las situaciones en medio de una profunda contracción económica y en la nube de la exploración hacia la rápida migración a las tecnologías digitales impulsadas por la pandemia. En mi tesis optimista de la situación, pienso en la conversación de un nuevo orden mundial en la que el ser humano debe estar en el centro de las operaciones. Sé está demostrando que es inútil amasar la riqueza y en paralelo multiplicar la pobreza y la desigualdad.
El optimismo está lleno de altas dosis de positivismo, sin embargo, el contexto de la humanidad requiere ajustes, cooperación y aprovechamiento de las herramientas tecnológicas como insumo que ayude al cierre de brechas, en vez de propiciar mayor segregación social. Aunque en aprietos esa es la lógica en una sociedad globalizada.