A mitad de mes, nos asombra al vernos sin una moneda; al llegar a consulta médica, nos sorprende el peso en la báscula; cuando nos despiden del trabajo, nos extraña escuchar que tenemos bajo desempeño. ¿Somos muy inocentes o demasiado inconscientes?
Gastar sin control, comer hasta enfermar, discutir sin necesidad o romper reglas hasta recibir una sanción, son síntomas de estar necesitando una autorregulación urgente, toda vez que sin ayuda o supervisión externa no lo logramos. Por lo general, son los niños quienes necesitan de límites y restricciones en su diario vivir, pero existen muchos adultos que crecieron en medio de tanta libertad e informalidad que siguen quejándose por los golpes de la vida, asumiendo que el problema son las acusaciones externas, cuando en sí, todo radica en la falta de evaluación interna.
La madurez no está determinada por una edad, sino por la capacidad para afrontar la vida, asumiendo la responsabilidad de nuestros actos; el niño se queja, mientras el adulto se compromete. El freno del niño es el adulto, quien debe indicarle cuántos dulces comer, a qué hora acostarse, ser respetuoso con los demás, cómo comportarse en el colegio; el freno del adulto, debe ser su capacidad para autoevaluarse. Pero, ¿cómo hacerlo?
Primer paso, divide tu vida en metas. Ver la vida como un conjunto de metas permite comprender que nada está finalizado, que todo necesita de tu esfuerzo, dedicación y disciplina para conservarlo y disfrutarlo, que se debe luchar por cada cosa que queremos conservar, de lo contrario, estaremos luchando por perderlas. El empleado de una organización, si no contempla como meta mantenerse en la empresa a largo plazo, e implementa acciones para ser productivo, de forma implícita estará abonando a su despido.
La meta no es casarse, es mantener una buena relación matrimonial; la meta no es tener un hijo, es educarlo y darle siempre un buen ejemplo; la meta no es conseguir un empleo, es ser productivo y adherirse a la conciencia organizacional; la meta no es bajar el nivel de azúcar, es aprender a comer.
Si ya lograste dividir todas las áreas de tu vida en metas, el segundo paso es definir rutinas realistas y prácticas para cada una de ellas; por ejemplo, si deseas mejorar la relación con tus hijos, comienza con pequeñas charlas a la hora de compartir la mesa, durante las salidas o en reuniones familiares en las que te involucres más con ellos; todo debe ser gradual y progresivo.
No es fácil cambiar nuestras rutinas de la noche a la mañana, por ello, si fallamos un día, lo importante es identificar en qué fallamos, realizar ajustes y continuar con nuestro plan. Las rutinas que se delimitan para alcanzar una meta deben ir acompañadas de emociones positivas, como lo son la alegría, la paz o la gratitud. La razón por la que a veces se fracasa en el logro de alguna meta es la emoción; una actividad que se realiza con ira, agresividad o rencor, es anulada por completo.
El último paso es la autoevaluación constante; toma unos minutos antes de ir a la cama y evalúate, identifica si te acercaste, o te alejaste de tu meta, y al levantarte, implementa correctivos, activa las emociones positivas, y disfruta al ser el creador, y no el espía, de tu propia vida.
Por: Angélica Vega Aroca.