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Imitemos a “Ira”

Por muchos años fui cliente 1A del famoso Patacón Pisao de doña Edith Sarmiento, “La Mona”, ya retirada de ese arduo y duro trabajo y ahora dedicada a labores culturales y filantrópicas y atendiendo a través de sus leales empleados con Idalia “La Negra”, su fiel ama de llaves, a sus amigos y veraneando en su casa de campo Portachuelo, donde cultiva y cría frutas, hortalizas, pancoger, pavos, gallinas, perros y gatos que regala a sus amigos, entre ellos yo, Álvaro Castro, Eduardo Santos y a sus hijos María Pía y Guillermo y cuando vivían Carlos Alberto Atehortúa y el Quinki Molina y cuando viene “El Mono”, Guillermo, su hijo el ingeniero, de Inglaterra, los ágapes y festejos son famosos por la cantidad y calidad de lo que ahí se brinda.

Pero bueno, ya está bueno de La Mona, desaparecido el Patacón deambulé por aquí y por allá, hasta cuando descubrí o llegué a donde “Ira”, que así se llama el restaurante en la Avenida Pastrana con 11 de propiedad de Iralia y Jorge su esposo. Ahí todo es bueno, no hay presa mala, comenzando con los desayunos con hígado o gallina guisada, acompañado de arepa de queso o limpia, bollo de lo mismo y yuca, carnes molida y esmechadas sin un pellejito, mondongo, chivo guisado o en friche y crocantes chicharrones, cerdo, lomo o espinazo guisados y unos almuerzos siempre con sancocho y no caldo, con un menú criollo amplio y exquisito y fuera de eso unos pasteles parecidos, casi iguales a los “aristocráticos” de mi prima querida La Cacha Aponte.

Llegué como es ya costumbre y no todos los días a echarme mi desayunito con agua de maíz bien helada y de una “Ira”, me dijo: no has visto el boulevard, para complacerte con tu cantaleta del sucio y la maleza lo mandé a limpiar y ojalá que los vecinos hagan igual, pues la verdad que el sucio trae es plaga y la clientela se me retira; me sentí feliz y hoy le pido a todos los que tienen sus frentes enmalezados, especialmente el restaurante Dalila que lo limpien y contribuyan con el aseo de la ciudad como lo hace la familia Zequeda en la carrera 11 y siguiéndole los pasos los residentes del Rosas del Ateneo. Si todos hiciéramos igual, la ciudad sería un bello y fragante jardín.

Desde hace muchos años he tenido por costumbre visitar muy temprano a familiares y amigos, pero donde más voy y casi siempre en pijama a tomarme mi tinto, en mi tacita de peltre exclusiva, agua bien helada en mi vaso particular acompañado de un buñuelo, rosquete, arepuela o pastelito que llevo yo comprado donde mi parienta Soco y El Ñame aquí en el San Joaquín o donde Gladys Guerra en el Cañaguate y Giovanny en el Parque El Viajero, con un abanico directo donde mis hermanas Gladys y La Negra, rajamos un poco, comentamos bastante sobre Villanueva y nuestros paisanos, nos reímos y pasamos una hora agradable. Eso se acabó, una señal prohibiendo el parqueo fue la causante, ya que la última vez que fui me sorprendieron con una gritería avisándome que los agentes fotógrafos en su móvil me habían tomado una foto, pero los alcancé y creo que logré convencerlos para que no me sancionaran.

Ellas y todo el vecindario están desesperados, pues no pueden recibir sus visitas y sus familiares y creen, como yo, que si en el resto de la 12 hasta la convergencia con la 9 no hay señales prohibiendo el parqueo, ellos también deben de gozar de ese privilegio y para tal fin están recogiendo firmas para solicitar al señor director de Tránsito que la levante, tal como ha sucedido en otras partes, como la carrera 8 entre 16A y 19 que el distinguido comerciante Jaime Farah, al borde de la quiebra que no vendía, consiguió que le levantaran esa señal y hoy sus ventas como la de los demás se han incrementado; invocarán el derecho a la igualdad.  

José Manuel Aponte Martínez.

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