Se cumplían los actos protocolarios de la entrega de premios del Festival Vallenato y un sonoro aplauso recorrió el laberinto de lo desconocido, en busca de las desaparecidas palomas que por años hicieron nido en la antigua plaza y viviendas vecinas, queriendo descubrir en la sabiduría de quién desprevenidamente ha visto coronar muchos reyes, lo que significaba realmente el anuncio del presidente de la Fundación Festival Vallenato, Rodolfo Molina Araújo, quien segundos antes había notificado que para el año 2020 volverían los reconocimientos al festival.
Inicialmente todos entendimos que había acabado la impopular decisión de no hacer homenajes y que, por el contrario, volvíamos a ponderar la admiración y el talento folclórico de nuestros juglares, en una manifestación pública de nuestra máxima fiesta de acordeones. Pero casi que inmediatamente algunas personas cercanas a la organización del festival recordaron que el presidente había dicho reconocimiento y no homenaje.
La incertidumbre fue mayor entonces. Semánticamente había aparecido la sinuosa línea que diferencia un homenaje de un reconocimiento. En las redes sociales incluso, algunos pidieron asesoría a la Real Academia de la Lengua para determinar los alcances de cada palabra, porque para el coro de la plaza los homenajes son “el acto o la serie de actos que se celebran en honor de alguien o de algo” y un reconocimiento puede ser parte de ellos.
Sobre todo, porque con la rimbombancia que se hizo el anuncio, a un año de llevarse a cabo, presagiaba algo muy diferente al insignificante reconocimiento que de alguna manera desconoce la valía de las figuras representativas. O si no hagamos un ejercicio, tratemos de recordar a quiénes le hicieron el tal reconocimiento en la versión del 2019.
Personalmente solo recuerdo al gran Ovidio Granados, columna vertebral de una importante dinastía, excelente músico y mejor ser humano, quien reúne todas las condiciones musicales y personales para merecer la dedicatoria de una versión del festival y no la simple entrega de un pergamino en una ceremonia de diez minutos que nadie le pone atención y que al día siguiente nadie recuerda.
Insisto en que las decisiones de la Fundación Festival Vallenato no pueden ser contrarias a la soberanía del pueblo, porque corre el riesgo de perder la adherencia popular y por ende quebrantaría su razón de ser; sobre todo porque la grandeza del festival ha radicado precisamente en eso, en integrar nuestra idiosincrasia a la raigambre folclórica y presentarla al mundo como un gran patrimonio cultural. Por esto todos aplaudimos a Leandro Díaz, a Calixto Ochoa, a las dinastías Zuleta y López y varias veces a Rafael Escalona entre otros.
Entonces prefiero creer que el presidente de la Fundación anunció el regreso de los homenajes utilizando un vocablo que en algunos casos es sinónimo, porque si solo se trata de las menciones entregadas en la versión del año 2019, muy seguramente los decepcionados aplausos de la profanada plaza se devolverían sin las palomas, a esperar que otros eventos agradezcan el talento de quienes los hicieron grandes. Un abrazo.