Como cada 31 de octubre, Valledupar se suma este lunes a la fiesta del Día de las Brujitas (o ‘Halloween’ como es conocida internacionalmente), celebración con una larga historia que proviene de una antigua tradición celta que marcaba el año nuevo.
Según los celtas, en el final de octubre “era el día que marcaba el nuevo año y en el que los muertos volvían a caminar entre los vivos. Era el día en que los espíritus retornaban. Para eso se disfrazaban y dejaban comida para que los muertos malvados no los atacaran”.
En Valledupar, nuestros antepasados, sin importar fecha y época del año, contaban historias de espanto propias de la tradición oral de la región.
Fue así como nacieron leyendas como la de Francisco El Hombre o la Sirena de Hurtado y otros cuentos de miedo como el Espanto del Teatro Cesar y el Silborcito.
A propósito de esta tradicional celebración, EL PILÓN realiza en la edición de este lunes una compilación de cuentos de espantos que se han transmitido de generación en generación en la capital del Cesar.
EL JINETE SIN CABEZA DE VILLA MIRIAM
Cuentan residentes del barrio Villa Miriam de Valledupar que en los inicios de este sector había un gran lote enmontado y solo los niños y jóvenes de esa época, entre los años 94 y 96, entraban al lugar para limpiarlo y hacer una cancha de fútbol.
Según la leyenda, todo iba bien hasta que un día apareció un hombre en un caballo diciendo que ahí no podían estar ya que eso era un bien privado y además salía un pigua (cuidador de la finca) sin cabeza.
Los niños y jóvenes, sin embargo, hicieron caso omiso y siguieron entrando, hasta que llegó el día en que realmente salió ese hombre sin cabeza en caballo. “No quedó un pelao por ahí, unos se privaron otros saltaron el cercado y otros quedaron ahí despavoridos viendo como ese hombre, así como apareció, desapareció”, cuenta una de las habitantes del sector.
LA SIRENA DE HURTADO
Cuentan los abuelos que Rosario Arciniegas era una niña muy linda y caprichosa, nacida en el barrio Cañaguate de Valledupar. Acostumbrada a hacer siempre su voluntad, no hizo caso cuando sus padres, fieles a la tradición, le prohibieron que fuera a bañarse a las profundas aguas del pozo de Hurtado en el río Guatapurí, por ser un Jueves Santo, día consagrado a rememorar la Pasión de Jesucristo. Orgullosa y resuelta, Rosario se marchó a escondidas y al llegar al pozo, soltó sus largos cabellos, se quitó la ropa y se lanzó al agua desde las más altas rocas. Eran las dos de la tarde y, no obstante, el cielo se oscureció y cuando Rosario trató de salir de las aguas no pudo.
Un peso enorme en sus piernas le impedía moverse y como pudo llegó a la orilla donde comprobó, horrorizada, que sus extremidades inferiores habían desaparecido y en su lugar había una inmensa cola de pez. Estaba convertida en Sirena. Bien entrada la tarde, su madre, que suponía donde podía estar, salió a buscarla llamándola por toda la orilla del río. Pero nadie respondió.
Enterado todo el pueblo se sumó a la búsqueda de su cadáver creyendo que se había ahogado, pero en la mañana del Viernes Santo al salir el sol apareció sobre la roca desde donde se había lanzado y a la vista de su familia y de todos los que la buscaban, dijo adiós con la cola y se zambulló por última vez. Dicen que desde entonces la ven y oyen su canto los trasnochadores y los que amanecen por la orilla del río.
EL DOROY
Cuentan los habitantes de todos los ríos que atraviesan Valledupar que durante los grandes inviernos en esas crecientes inmensas que se salen del cauce, suele bajar hacia los mares, una culebra tan inmensa, que quien le ve la cabeza casi nunca puede verle la cola. Es el doroy, lleva sobre su cabeza un par de cuernos, posee barba como la de chivo y emite además un canto igual al del gallo, pero quien la oye no puede volver a dormir hasta cuando pase la creciente. Es signo de desgracia si se le ve la cola, pero es buena señal para quien le ve la cabeza, la mujer embarazada que oye una doroy parirá un macho cantor. Además, creen los vallenatos que cuando la doroy suba del mar hacia la Sierra Nevada por los ríos, esta será la primera señal del fin del mundo.
LA LLORONA LOCA
La historia cuenta que en el municipio de Tamalameque, Cesar, una ‘niña bien’ se enamora y en una noche de amor se le entrega a su novio. Él la embaraza. Cuando ella le cuenta que está embarazada el tipo se escurre el bulto, se va del pueblo y la deja burlada, engañada. Lo que pasó, según las lenguas tamalamequeras, es que ella, por miedo al qué dirán y a los comentarios de una sociedad chapada a la antigua, que fustigaba a las madres solteras, decidió consultar a una matrona para darle otra vía a su destino, y prepararon un brebaje. La joven encinta lo bebió, se fue hacia el caño Tagoto y cometió el crimen en sus orillas.
La criatura fue arrastrada por la corriente, pero la culpa hizo volver a la muchacha que, al no hallar a su hijo, se lanzó también a las aguas torrentosas y murió.
De ahí, cuenta la leyenda, sale llorando en las noches hacia las calles de Tamalameque, preguntando por su hijo.
EL CARRO FANTASMA
Es un espanto que aparece en contravía, principalmente por la carrera 8ª, sin chofer y que con las luces altas encandila a quienes les sale, dejando solo ver el celaje.
LA CULEBRA DE LAS SIETE CABEZAS
Aparece en el túnel que va del antiguo convento (hoy La Catedral) hasta el Colegio de Las Monjas (donde funciona hoy el Concejo de Valledupar).
EL SILBORCITO
Otro espanto contra los niños. Es un enano, usa un saco de grandes bolsillos y un sombrero más grande que su propio cuerpo que usa para llevarse a los niños que encuentra de ambulando solos por la calle, especialmente a mediodía, cuando el sol está caliente.
EL ESPANTO DEL TEATRO CESAR
Esta historia está dentro de un compilado publicado en este diario en años anteriores por el escritor y columnista de EL PILÓN, Jacobo Solano. Según este cuento, en el Teatro Cesar, desde hace muchos años, algunas personas cuentan que escuchan ruidos en las noches, como si agitaran sorpresivamente las cortinas, además personas que susurran y mascullan, se trata del alma en pena de un solitario y enigmático hombre, amante del cine que frecuentaba el lugar y siempre vestía de negro. Se aparece en forma de espanto para hacer funcionar el viejo aparato reproductor y se materializa para proyectar antiguas películas, luego se sienta, expectante, con un resplandor que aterroriza, hasta que termina la película. Entonces, sale y se pasea por la Calle del Cesar y luego regresa a la sala que se ha convertido en su morada, al parecer, nunca aceptó que el teatro haya cerrado sus puertas.
POR: JOSÉ ALEJANDRO MARTÍNEZ / EL PILÓN