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¿Hay que informarlo todo?

Es una cuestión que se viene planteando a menudo en los medios profesionales del periodismo. Nuestra tendencia libertaria, menos rigurosa, es contestar afirmativa y entusiastamente. Pero el entusiasmo es siempre peligroso. En realidad, están sucediendo a cada rato infinidad de hechos que no merecen ser divulgados. Algunos porque no tienen importancia y otros porque lesionan gravemente el honor de las personas. Estas informaciones pueden ser positivamente dañosas, inclusive para la misma comunidad en ciertas circunstancias, por ejemplo, cuando la información produce desorden y desconcierto en vez de suscitar la crítica de abusos.

Hacerle propaganda a candidatos que no se lo merecen, en nombre de la libertad de expresión, de información o de cátedra, es una imbecilidad. Si fuera necesario decirlo todo, la misma vida social sería imposible: no haríamos diálogo de información si no enredos de chismes. Precisamente, uno de los grandes problemas de nuestra región es la desinformación, una de las peores pestes de Valledupar. En esto hay que ser juiciosos.

Y como es mi costumbre, trataré otros temitas, el mejor regalo que le podemos dar a nuestros hijos es, sin duda, lo que tanto está faltando a la sociedad y lo que es una de las principales causas, tal vez la más importante, de la tremenda crisis en la que nos encontramos: es el carácter, y muchas veces nos preguntamos: ¿Qué es eso que llaman carácter? Hay muchas definiciones, pero para mí la más apropiada es la que lo define como aquello que determina en alguna persona sus decisiones morales.

El carácter tiene que ver con los pensamientos y sentimientos, con la acción y con la historia se forma a través de la vicia y todo lo influye. La educación moral de los niños es precisamente para darle carácter, para enseñarle a tomar decisiones correctas, basadas en sólidos principios que le permitan distinguir claramente lo que está bien y lo que está mal.

Los cimientos del carácter se construyen en la casa, en el seno de la familia y el carácter que es a su vez uno de los lazos más fuertes del núcleo familiar, la base de toda sociedad. Uno de los problemas más graves de nuestra sociedad es que nos olvidamos de este concepto tan básico o lo relegamos a un segundo plano en la educación de nuestros hijos. Le hemos dado prioridad, por ejemplo, a lo que ahora se conoce como autoestima, que no es otra cosa que procurar que las personas se sientan bien con ellas mismas. Creo que darle prioridad a la autoestima por encima del carácter, se acaba formando una juventud narcisista que se siente mejor con el enriquecimiento fácil y rápido que con el trabajo duro y honrado. Esto último lo estamos viviendo aquí en Valledupar, ¡caramba! Mucha mermelada. La verdadera autoestima produce la satisfacción del deber cumplido. Parte de este enfoque equivocado de los niños obedece a que los padres ahora prefieren que sus hijos sean felices a que sean buenos. Es decir, se concentraron más en los sentimientos que en el comportamiento. Una de las víctimas de este enfoque es la disciplina y el respeto a la autoridad. Y una sociedad difícilmente puede funcionar adecuadamente si su futuro ciudadano crece sin principios de disciplina y respeto.
Personajes segundones: lo peor es nombrar algunos segundones en posiciones importantes, cada

vez que ocupan un cargo público se desdoblan y cambian de personalidad a pesar de su origen humilde. Son personas que se conocen de inmediato, no contestan el saludo, se creen unos príncipes, son vanidosos, petulantes y cínicos. Son agresivamente peligrosos para el mal. Son torpes y mezquinos, ambiciosos o bandidos. Por lo general, se rodean mal y utilizan a sus amigos para ocultar sus delitos. Nadie los fiscaliza. Este es el típico hombre que sale de su condición común, sube trabajosamente la escalera del poder, pero comienza la mano del destino a derribarlo. Y una reflexión final para aquellos funcionarios que se sientan aludidos: los puestos son aumentativos y magnifican a las personas que lo ejercen. Cambien de actitud, traten bien a los demás cuando vayan de subida porque cuando vayan de bajada te los volverás a encontrar.

Por Alberto Herazo Palmera

 

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