Hace 4 meses tomé una de las decisiones más complejas que un ser humano puede afrontar. Le expuse a mis jefes, miembros de la junta directiva de un colegio de Bogotá, mi deseo de dar por terminado mi ciclo allí. Una mezcla de asombro y sorpresa se vieron reflejados en sus caras; pero entendimiento y apoyo fueron los predicados de sus respuestas. Sin duda un buen jefe debe dejar ir a quien ve que su tiempo en un trabajo se está terminando. Un deseo enorme de aplicar la ética de cuidado que he pregonado entre mis equipos y una necesidad de replantear temas en mi vida, me llevaron a quedar cesante, para dedicarme más a la educación superior y para sentarme a organizar aspectos de mi vida hasta ese entonces, desatendidos.
Estos 4 meses, de los que estoy profundamente agradecido, que me tienen en deuda con ese Dios que todo lo puede, me han permitido dedicarme tiempo para pensar, para reflexionar, para trabajar unas 4 horas cada mañana, para replantear esquemas y atender, sobre todo atender, necesidades que son importantes en mi vida, especialmente después de la pandemia. Dormir un poco más, disfrutar los amaneceres y los atardeceres, dejar el ritmo vertiginoso de Bogotá para echar raíces en un pueblito de clima templado, han sido regalos que la vida me ha permitido darme.
Estar en familia, organizar ideas, retomar sueños, tener nuevos amigos, recibir mucho cariño de parte de otros que desde la empatía se preocupan genuinamente por mi bienestar, dejan una marca indeleble en mi corazón durante este tiempo. Salí de Bogotá para vivir una vida diferente, más tranquila -muy parecida a la que disfrutamos los 3 años y medio en el Valle-, para conocer gente maravillosa, que nos ha acogido, que nos ofrece compartir un café, un almuerzo, una tarde de risas, un frustrante partido de fútbol y hasta un aguardiente. Mis vecinos durante estos 4 meses, mi mamá y su esposo que viven cerca y una tía por el lado de mi papá, me adoptaron y han hecho que estas semanas sean únicas y que me aferre, desde la evidencia, a la conclusión de que este tiempo lo necesitaba, me lo merecía. He tejido lazos muy fuertes, vínculos que, pase lo que pase, no estoy deseando romper. Nos han acogido a mi esposa y a mí con amor, con cariño, con generosidad, en cada conversación vemos lo mucho que podemos aprender del otro, lo valioso que es, el bien que nos hace su presencia en nuestras vidas.
Estas palabras son para agradecerle a esas personas que se han convertido en familia; algunas de ellas regresan a Bogotá el domingo en la noche -como lo hacíamos nosotros antes del mes de agosto-, para enfrentar una semana laboral que es, precisamente, la que permite que los fines de semana disfruten de este pequeño paraíso. No quiero dejar pasar esta época navideña para reconocer las bendiciones que estas personas han resultado ser para nosotros. Nos encontramos en ciertos horarios para degustar el café mañanero, para reírnos y ayudarnos en los quehaceres de cada casa, para reírnos un rato, para ver caer el sol sobre nuestros techos, para ayudar al que está en aprietos.
La noche de velitas la disfrutamos al máximo, ¡la música decembrina de este país es inigualable! Gozamos, cantamos, bailamos, reímos, encendimos juntos las velitas, pedimos nuestros deseos y a la 1 a. m. del 8 de diciembre, recogimos y limpiamos como muestra del equipo solidario en que nos hemos convertido. Esto se puede, con ganas se logra.
Deseo para cada uno de ustedes que puedan rodearse de personas tan maravillosas y extraordinarias como las que hoy nos acompañan día a día. Por eso y para agradecer, es que les comparto esta historia.
Mientras tanto, hace pocos días tomaba café en el pueblo con mi mamá. Estábamos despellejando vivo al gobierno Petro, tenemos varias personas cercanas afectadas por el “nuevo” sistema de salud. El vecino de mesa escuchaba atentamente y con respeto, nos afirmó que él sí apoyaba el cambio, que Petro estaba haciendo cosas buenas. En la misma tónica le pedí decirme cuáles para analizarlas. Sólo hizo silencio, se levantó y se fue. Sin duda no tenía algo qué decir…
Por: Jorge Eduardo Ávila.