Por: Ciro Quiroz Otero
En este lapso en que ha muerto Cecilia Meza Reales, nuevamente busco el sentido de la existencia, despiertan los recuerdos trayendo a la mente vivencias que dormían silentes en nuestra conciencia. Discurrir sobre el pasado, en alusión a épocas vividas que añoramos al percatarnos de la imposibilidad de ser repetidas, es la nostalgia que nos abraza y de manera alguna entrecorta nuestra respiración, para decir con Ortega y Gasset que el tiempo en su trasegar fija sus huellas.
Ha muerto Cecilia Meza Reales y muchos de mi generación estarán recordando los años de nuestro despertar, la era de la sencillez y las algarabías juveniles del internado, en El Loperena. Pendientes de la hora en que Cecilia pasaba, no se cuantos, recostados a los muros en ladrillos del colegio, convocados por el agradable momento de verla pasar de su casa al colegio de monjas por la mañana y luego al medio día de regreso, con su andar pausado de armónica feminidad. Lucia entonces su cabellera larga, negra, libre y ondulante cautivante de aquella belleza juvenil. Solo nos bastaba con su sonrisa, cuando escuchaba los piropos de siempre que festejaba con sesgada mirada, adornada de un disimulado coqueteo, de dulce belleza tropical, singularmente Caribe, jamás repetible para nosotros.
Ceci encarnaba la pujanza de esta selecta raza mestiza, representativa de la identidad de nuestra estirpe, que el poeta Machado inmortalizó al definirla por los encantos que la mujer acuñada por los años y las generaciones que le preceden, engalanándola con el canto de cuya imagen surge su poesía.
Cecilia era eso, síntesis y perfil de la sencillez y la gracia, por quien rivalizábamos en su recorrido por la acera del internado, cuando todos queríamos verla pasar, llenando las expectativas estéticas de aquellos espíritus jóvenes en formación. Este secreto era solo revelado a Migue, quien con celoso enfado no sabía como deshacerse de los comentarios impetuosos y nada malintencionados, de aquellos lejanos admiradores de su hermana, sin posibilidad de susurrar esta admiración colectiva o individualfrente a ella.
El tiempo fue pasando y la vida nos dispersó colocándonos en diversos y distantes lugares; sin que aquella imagen que nos convocaba pereciera tiempo después. Cuando se hablaba de la mujer vallenata, Cecilia Meza era, es y será punto de referencia. Ella era consiente de su gracia y encanto particular, más aún cuando fue la primera en feminizar un acordeón, instrumento hasta entonces solo para hombres, demostrando que era dominable este instrumento por la mujer sin socavar su integridad. Prueba de ello fue la agrupación femenina que invocó los cantos vallenatos para hacer más fuerte el folclore regional y sentirse parte del mismo.
Atraída por el embeleso de la magia del folclor, hizo parte del esteticismo y jerarquía de la música andina que la escogió como su reina. Ya había participado para la época, en un concurso en la ejecución y canto vallenato, obteniendo como premio un acordeón, en el cual sus hermanos alistaron sus experiencias melódicas, descubrieron sus tonos y melodías hasta llegar a donde han llegado y seguir en la tarea de elevar su nombre.
Si tratamos de evitar momentos como este, ante personas que se alejan de nuestras vidas, es por que resulta difícil resignarse a aceptar que todos nuestros recuerdos, tristezas, alegrías, sufrimientos y amores terminaran algún día desapareciendo definitiva e incontrolablemente.
Para mi es triste este instante que nos embarga, y pretender describir el dolor sobre lo que en verdad sentimos, es por que inevitablemente se lleva al partir, parte de nuestras irrepetibles vivencias.
Adiós Ceci, hasta siempre.