Lo que le está pasando al planeta, y aunque pueda sonar a mensaje repetitivo, ciertamente es lo que nos sucede a nosotros mismos como participes del mundo, a través de la transmisión de la vida y con la unión de los vínculos. Nuestra irresponsabilidad es tan manifiesta que todo ha entrado en crisis, el amor ya no entiende de desprendimiento, tampoco es una actitud donante y de servicio, como tampoco lo es la alianza educativa de la sociedad con los hogares, ni el hacer de la vida un todo en común. Tenemos que enmendarnos si en verdad no queremos destruirnos por sí mismos. A propósito, me llena de alegría saber que, este año, la celebración anual del Día Internacional de las Familias (15 de mayo), refleje la importancia que la comunidad internacional les otorga y su papel en el desarrollo. No hay otra pasión más grande que la del amor verdadero, que es lo que realmente nos infunde deseos de vivir y de dar vida. Todo se celebra por amor. También se sufre por amor. No olvidemos que nuestro motor de vida es el amor, que todo lo vence y convence, porque domina todas las cosas, sin pedir nada a cambio.
En efecto, nunca me cansaré de repetir, lo de hágase el amor entre nosotros, como familia que somos. Jamás la guerra. ¡Nunca más! No seamos tercos. Cultivémonos en grupo, bajo la cepa de la genealogía; activemos otras políticas más de vínculos que de divisiones, pongamos sensibilidad en nuestras acciones para acompañar, discernir e integrar la fragilidad, pues nadie ha de quedarse atrás en esa unión mística de corazones que todos ansiamos y nos merecemos. Quizás tengamos que aprender a comprendernos más y mejor. Hay que salir del terreno de la confusión, con el valor de la acción, de ese espíritu libre al que hemos de estimular con la plenitud de ese amor que siempre está ahí, haciendo que caminemos, creando horizontes, forjando sueños más allá de nosotros mismos. No desesperemos. Más pronto que tarde, regresaremos al verso y cultivaremos esa comunión de sensaciones y liturgias que nos trascienden como humanidad, como seres pensantes, y al fin, cada latido será como un candelabro en el camino; y esto, a todos nos hará bien, máxime cuando nuestro propio linaje alcanzó un número récord de desplazados internos en 2018, motivados por conflictos, desastres climáticos, u otras situaciones sobrevenidas. Por ello, insto a que vuelvan nuestros innatos pensamientos al níveo amor. Necesitamos amarnos con toda la energía que esta donación exige, para ganar vidas y extender pulsos que acompañen, para sentar cátedra y sustentar emociones, ante tantas cumbres borrascosas, pues hay una fuerte atmósfera de odio sembrada por algunos caminantes sin alma que no respeta muchas veces ni a los propios defensores de derechos humanos. Al respecto, nos consta que la Oficina de Derechos Humanos de la ONU en Colombia está siguiendo de cerca estas acusaciones. Al parecer, los asesinatos se producen en un contexto de estigmatización de los actuales quijotes de los justos, especialmente los que viven en zonas rurales.
Si cada territorio, con sus familias al frente, injertase el amor en sus andares, seguramente no deberíamos preocuparnos por aquellas especies en vías de extinción, porque ellos, la humanidad en su conjunto las albergarían y las protegerían. Es cuestión de dejarse sorprender y amar. De ahí, la importancia de fortalecer la conciencia de que somos un único y exclusivo tronco humanístico, al que le salva el amor, solo el amor, y con el amor nos basta. Universalicémonos y no seamos una contradicción matándonos a nosotros mismos, tanto a nuestro hábitat planetario como a nuestro interior. Es una cuestión central de pedagogía poética. Enseñémoslo en las casas y luego en todas las escuelas. Nunca es tarde para rectificar.