Los paisas son organizados, pujantes y hábiles para los negocios; los santandereanos son berracos, emprendedores y aguerridos, y los barranquilleros son alegres extrovertidos y festivos, son algunas de las características que definen a una ciudad, a una región y a una cultura por lo que sería bueno preguntarnos ¿y los vallenatos qué somos?
Por un tiempo fuimos tierra del algodón y de bonanza , luego ganaderos y por supuesto la música vallenata nos sigue identificando en el mundo, pero resulta obligatorio cuestionarnos si en verdad hoy seguimos siendo una cultura de música y tradición folclórica como un sello de los que habitamos el gran valle o si estamos próximos a ser rotulados por lo que nos hemos convertido, en una ciudad sucia, desordenada, sin Dios y sin ley pero sobre todo una ciudad sin dolientes porque quienes somos responsables de ella solo generamos la queja y la crítica y muy pocas opciones de solución.
Lo primero que debemos tener claro es que las leyes son ineficaces si la cultura está arraigada en una sociedad puesto que el hombre es un ser de costumbres y se adapta al medio donde vive entonces desde esta perspectiva ya tenemos claro en donde hay que trabajar.
Seguidamente debemos definir y tiene que ser un pacto de sangre, es en el tipo de ciudad que queremos para nosotros y nuestros hijos, y aquí nos toca ser pragmáticos y excluyentes puesto que hoy el 50% de los habitantes nunca ha vivido en otro lugar por lo tanto no extraña ni añora nada diferente a lo que vive hoy, para esa porción de la población la ciudad tal y como está es perfecta puesto que no debe obedecer ninguna norma, ningún código de conducta y mucho menos rendir cuentas pues hay que recordar que el hombre es rebelde por naturaleza y nuestro instinto primitivo siempre nos va a forzar a actuar de manera salvaje incluso a responder con violencia cuando pretenden hacernos entrar en razón.
Como hay dos generaciones completas a las que nadie les enseñó a vivir en una ciudad y mucho menos a comportarse como tal, resulta muy difícil enseñarlos y entrenarlos, pero no es imposible si se construye una política real que incluya desde programas permanentes en los colegios incluso en los hogares infantiles y hasta el último grado de bachiller, una cátedra de cultura ciudadana, valores, tolerancia, respeto y apego a la ley, pero no solo a los colegios sino a las universidades y simultáneamente al ciudadano, al transeúnte, al usuario del transporte, al deportista, al visitante del parque público, al que visita el balneario etc. Para ello ya existen modelos efectivos que fueron probados en otras ciudades como el siempre recordado y exitoso modelo del alcalde Antanas Mockus en la capital del país, en ese mismo sentido, la misma política convertirla en eje transversal para que quede inserta por los siguientes 50 años dentro del plan de desarrollo municipal y actualizada cada 5 años.
Resulta imprescindible que ese pacto sagrado de ciudad lo aceptemos todos en mayoría, o por lo menos ese 50% que si añoramos una ciudad limpia, ordenada, respetuosos de las leyes pero sobre todo enamorarnos de nuestra tierra y visionarla como modelo a nivel regional y por qué no como en el pasado reciente, un referente nacional, y tengo la convicción que sí hay esperanza porque escucho con frecuencia cuando mis paisanos comentan que estuvieron en otras ciudades y debieron hacer la fila, que fueron reconvenidos por algún policía por haber tirado la envoltura en la calle o cuando les ha tocado respetar los límites de velocidad o como celebran cuando la autoridad ejerce con fuerza el cumplimiento de la ley, entonces ¿Por qué no lo hacemos en nuestra casa?
Pues precisamente la respuesta está en la cultura que dejamos que una minoría nos impusiera y todos terminamos mirando para otro lado y eso es precisamente lo que a esa gente le conviene, que nadie los exponga o los sancione socialmente.
Los que aun somos conscientes de lo que se requiere para hacer esta ciudad un poco más tolerable y medianamente vivible, empecemos por ser buenos vecinos, buenos compañeros, por ceder el paso, por respetar la luz en rojo, por no avanzar por la derecha, por respetar la cebra, por depositar nuestra basura en la caneca, por saludar y desear buenos días al que se cruza en el camino, construyamos la cultura que queremos para nosotros y estoy seguro que a los otros les va a gustar también.
Por: Eloy Gutiérrez Anaya