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Haga una pausa, señor presidente

Las declaraciones de alias Marcos Calarcá, que fueron divulgadas por RCN la semana que termina, generan un gran impacto. Y no gracias a que ellas muestren algún cambio de parte de las Farc, sino por lo contrario.

Es decir, porque indican que siguen cabalgando sobre conceptos que son rechazados por la mayoría de los colombianos. Los voceros del Gobierno en las conversaciones han dicho, una y otra vez, que fueron a Cuba no a dejarse convencer, ni tampoco con el fin de persuadir a los pupilos de Tirofijo.

Dicen que están en la isla en procura de que los terroristas dejen las armas y participen en la vida política de la nación. Eso en teoría no estaría mal.

Lo que ocurre es que para llegar a ese punto se están dejando llevar por caminos peligrosos. Así quedó demostrado, nuevamente, con las afirmaciones sentenciosas de Calarcá.

Lo que dijo es otra evidencia de que, para ellos, en la mesa se sientan dos partes iguales, no un Gobierno legítimo y una organización terrorista, y que todos los crímenes que han cometido han sido en ejercicio del derecho a la rebelión.

Por esa razón, dice con soberbia que no le preocupa la justicia internacional porque el que nada debe nada teme.
No reconoce, entonces, la comisión de ningún delito y agrega, en forma arrogante, que la jurisdicción especial para la paz no es para procesar a las Farc sino a “Raymundo y todo el mundo”.

¿Está claro, señor Presidente? o ¿todavía cree en argumentos jurídicos ingenuos elaborados por juristas de buena fe, mientras del otro lado hay claridad sobre lo que en realidad persiguen?

Sería imperdonable cerrar esos acuerdos sin promover un gran acuerdo nacional primero.

Lo que está en juego es de mucho fondo, razón por la cual seguir actuando con tanto afán lo único que logra es debilitar progresivamente la posición del Gobierno, en tanto cada paso presuroso es una concesión más a las Farc en materias muy delicadas.

Por otra parte, todo el contenido de la entrevista, sin excepción, lo que hace es llenar de más razones a quienes pedimos que el mecanismo que finalmente se decida, para que el pueblo se pronuncie sobre los acuerdos, le permita a la gente decidir si aprueba o rechaza los distintos puntos del mismo.

Insistir en una sola pregunta, buscando, de manera engañosa, que se le diga sí o no a la paz, sería una trampa histórica.

Si tal cosa llegara a suceder, y Dios no lo quiera, el famoso objetivo de poner fin al conflicto habría que tirarlo en el cuarto de las cosas inútiles porque, en la práctica, lo que conseguiría el Gobierno sería dejarle un semillero de conflictos inagotables al país en el futuro.

Es mejor hacer las cosas despacio y bien, que con afanes y mal. Los documentos que se conocen hasta el momento parecen inocuos pero no lo son.

Mediante ellos se tocan asuntos estructurales cuyas consecuencias después harían despertar con pesadillas a los colombianos. No se le escapa al autor de estás líneas que está nadando contra la corriente. Poco importa que así sea.

En momentos trascendentales es mejor asumir la tarea de hacer advertencias constructivas que ceder a la tentación de la inmediatez.

Haga una pausa, señor Presidente, convoque a verdaderos consensos nacionales sobre temas sensibles, y téngale más temor a las consecuencias de un acuerdo precipitado con las Farc que al tiempo que tendría que dedicarle a construir dichos consensos.

Por Carlos Holmes Trujillo G

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