Una de las películas más conmovedoras del cine latinoamericano es La noche de los lápices, dirigida por Héctor Olivera. Conmovedora porque no es ficción y porque su guión contó con la participación de Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes de la redada que el 16 de septiembre de 1976 le tendiera la dictadura encabezada por Videla a los estudiantes de secundaria de La Plata, militantes de la UES, Unión de Estudiantes de Secundarios que habían encabezado múltiples manifestaciones para que les otorgaran el boleto estudiantil.
Pues bien, este es uno de los casos más extremos de América Latina con los estudiantes, quienes siempre han constituido una fuerza importante en el mundo entero, magnífica por entusiasta y avasalladora, también por la pasión de las ideas que buscan cambios legítimos e imprescindibles. Pero casi nunca se ha visto así este reclamo y casi siempre, termina desvirtuándose.
Lejos ha estado Colombia de tener una noche como la septembrina de La Plata. Los estudiantes, ni aun infiltrados por subversivos desde siempre, porque no se puede pensar que no lo están y que haya provecho en las manifestaciones, son en Colombia una fuerza que el gobierno debería sumarse en una posición de diálogo permanente y de atención a sus demandas, que sin duda pueden atenderse, no como cumplimiento a promesas ni para darles un contentillo momentáneo, sino de manera proyectada y seria frente a un plan que es obligatorio por parte de un Estado que tiene una deuda enorme con la educación.
Claro que es necesaria la gratuidad en la educación, claro que es imprescindible, claro que el reclamo tiene derecho no solo desde los estudiantes sino desde toda la sociedad colombiana. Es lamentable que en medio de las manifestaciones que reclaman un derecho legítimo haya actos de vandalismo, eso, es lamentable, pero casi inevitable en este país. Lo que debe separarse es la viva voz que reclama el derecho a la educación de estos actos, porque si se meten en la misma caja habrá una excusa perfecta para rechazar todo y no dialogar. Ahí, señor presidente, no puede caer usted.
Sería mejor, para un gobierno que no cesa en su convicción de dialogar y trabajar de manera conjunta y pública con todos los sectores, sumarse a los estudiantes como motores de cambio y de construcción del país. No será imposible si hay un acercamiento desde la empatía que produce la búsqueda del ideal de una educación gratuita y de calidad. Reciba a los estudiantes, señor presidente, podrían ser su mejor coro.
Por María Angélica Pumarejo