Por: Amylkar D. Acosta M1
La mejor coraza protectora de la economía nacional frente a los embates de los recurrentes oleajes que provocan los ciclos recesivos de la economía mundial, es un modelo económico que promueva la ampliación y diversificación de la base productiva del país, la ampliación y diversificación de la oferta exportadora así como el destino de la misma, rescatar y repotenciar la integración regional y – finalmente- ampliar y profundizar el mercado interno.
El éxito de esta política está en función de los progresos alcanzados en materia de productividad, la cual, como lo sostiene el Nobel de economía Paul Krugman, “no lo es todo; pero, a largo plazo, lo es casi todo” y el Estado debe intervenir para avanzar en ello, ya que, como lo afirma el experto Sergio Bosier, “la productividad debe asociarse a la brisa que tiene que aportar el Estado para elevar la cometa”.
El rezago de la infraestructura vial, de transporte, portuaria y logística que tiene Colombia sigue siendo el mayor escollo para avanzar en materia de competitividad, dado que el mismo se traduce en sobrecostos que van en detrimento de ella. Medidas tales como la desgravación arancelaria, la supresión de la sobretasa en la tarifa de los servicios públicos que se prestan a la industria, que ha tomado el Gobierno recientemente, con todos sus bemoles, ayudan, pero no alcanzan a compensar tales sobrecostos. Estas medidas que el Ministro Echeverry califica de “antidotos” contra los sintomas de la enfermedad holandesa, son sólo paliativos. El Gobierno, además, se ha quedado corto en las medidas tendientes a frenar la revaluación del peso que conspira contra las posibilidades de competir con éxito no sólo en los mercados externos sino en el mercado interno.
Mucho se ha hablado de que esta será la década de América Latina; pero, como lo advierte el Presidente del BID Luis Alberto Moreno “estamos pasando por un buen momento económico, y tenemos una excelente oportunidad para hacer de esta nuestra década, pero me temo que no lo estamos aprovechando para invertir en calidad educativa, ciencia y tecnología e innovación”. De modo que estos aspectos están entre los pendientes en Latinoamérica en general y en Colombia en particular. Colombia entró a hacer parte del nuevo grupo de países emergentes conocido como CIVETS (Colombia, Indonesia, Vietnam, Turquía y Sudáfrica) caracterizados por sus buenas perspectivas y por considerar que “tendrán un dinamismo especial en los próximos años” y eso está muy bien.
Pero, el camino para lograr su concreción no es el que viene transitando el país de la reprimarización de su economía, que la hace cada vez más vulnerable a factores exógenos, comportándose como un corcho en medio de un remolino. Como lo sostiene el ex ministro de Hacienda Rodrigo Botero, “la estructura de la canasta exportadora colombiana registra una creciente dependencia de la venta de productos primarios y de la extracción de recursos no renovables. Desde el punto de vista de la transformación de la estructura productiva de la economía, este proceso constituye un retroceso. Lejos de ser causal de celebración, lo que está sucediendo representa un cambio poco saludable”.
Sigue siendo cierto el aserto del experto Manuel José Cárdenas: “apoyarse en factores tan estáticos como los recursos naturales, puede ser una buena manera de comenzar pero una mala manera de continuar”. El país está urgido de un cambio de paradigma en su política de crecimiento y desarrollo, así como de una estrategia encaminada a promover la modernización, reconversión y relocalización industrial, así como también de la dinamización del descaecido sector agropecuario. De otra manera le será asaz difícil a este gobierno y a los sucesivos alcanzar tasas de crecimiento sostenido del PIB por encima del 6% y bajar la aberrante tasa de desempleo a un solo dígito y de esta manera desactivar la bomba social de la pobreza, la inequidad y la exclusión que avergüenzan a Colombia.
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