El coronavirus, enemigo silencioso, tiene en jaque al mundo, sus efectos son analizados por las diferentes instituciones de carácter económico, en aras de determinar su impacto global. El Fondo Monetario Internacional prevé una caída de la economía global del 3 % en 2020, la mayor contracción desde 1930.
Las predicciones económicas compiten en paralelo con la crisis de salud pública, propuesta por la pandemia, advirtiendo que poner en la balanza salud y economía para decidir a cuál de las dos salvar, no es un falso dilema, sino una decisión que en todo caso es peligrosa, costosa y carente de alternativas, la única es el antídoto para acabar el brote de manera definitiva, para volver a barajar con el fin de conversar sobre el nuevo orden mundial.
Los momentos críticos demandan de liderazgos y mucha garantía de credibilidad; no obstante, la pandemia del COVID-19 ha desnudado la apatía de Estados Unidos, para desempeñar el rol que ostenta desde 1945, suscitando vaivenes y desorientación. Sin embargo, no estamos cercanos al fin del imperio americano, pero sí en la evidencia de la cesión de la posta del liderazgo mundial.
Las decisiones del presidente Donald Trump, para encarar la crisis del coronavirus, coinciden con el año electoral en Estados Unidos, la reelección como oportunidad en las primeras de cambio amenazan con esfumarse, el trato nacionalista, negacionista y populista de las decisiones inclinadas hacia la defensa y protección de la economía tienen dando tumbos impensados a un país caracterizado por contar con un modelo de democracia capitalista y liberal.
El mundo se apresta a concebir un nuevo modelo que interprete el rumbo de la humanidad sin la confrontación ideológica gestada después de la II Guerra Mundial. Las lecciones aprendidas deben fundarse en la perspectiva de poner al ser humano en el centro de las operaciones. En esa línea están los Objetivos de Desarrollo 2030, ese horizonte quizá merece replantearse, pero sus metas apropiarse para acabar con el hambre, la pobreza y muchas flaquezas con las que conviven muchas personas en el mundo.
Para la economía es desfavorable un mundo enfermo, pobre y limitado en recursos naturales, porque exacerba la diferencia que implica la distribución de la riqueza. El G7 conformado por Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá y Japón, amasó el año pasado cerca del 40 % del PIB mundial.
No es tiempo para prescindir de los logros del multilateralismo, al contrario, la situación convoca mayor cooperación y cotización de la globalización, tampoco es momento para buscar responsabilidades ni sembrar semillas conspiratorias, pues no han servido de mucho en el pasado reciente. La historia es instructiva, aunque las vacunas permitieron a la mayoría de los países ricos eliminar la viruela unilateralmente a fines de la década de 1940, la enfermedad seguía regresando desde fuera de sus fronteras. Se requirió un esfuerzo global lanzado por la OMS para erradicar la viruela a nivel mundial en 1978.
En la mejor era de la tecnología, poner a coexistir la influencia del poder con las brechas sociales, conduciría a la humanidad a una bomba social amenazante y temeraria, encontrar el equilibrio y los cambios superan las teorías, anticipar los acuerdos y los lineamientos de cooperación dependerá en gran medida de la voluntad del orden plural que regirá los destinos de la humanidad en los próximos años.