En medio de la pandemia se reúnen 31 académicos y exfuncionarios públicos latinoamericanos y españoles, según lo reporta José Antonio Ocampo, con el fin de buscar una alternativa diferente al Consenso de Washington, cuyos resultados negativos son ampliamente conocidos.
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El documento contiene 18 recomendaciones para mejorar lo que está mal en la estructuración de los modelos de desarrollo en América Latina. Ocampo resume el contenido de este documento en cinco grandes objetivos: 1.) Lucha por el desarrollo social: Reducción de la desigualdad con educación, salud y empleo formal. 2.) Diversificación Productiva y exportadora con creciente contenido tecnológico: Política de desarrollo productivo ambiciosa con apoyo a la pequeña empresa. 3.) Política macroeconómica: Finanzas públicas sanas con sistemas tributarios más progresivos. 4.) Compromiso firme con los Acuerdos Internacionales: Objetivos de Desarrollo Sostenible y despolitización de los procesos de integración regional y 5.) Fortalecimiento de las instituciones públicas: Acompañada con un firme compromiso con la democracia.
Para la misma época de pandemia en que se produce este Consenso surge la opinión de varios expertos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, en cabeza de Mario Pezzini, Sebastián Nieto Parra y Juan Vázquez Zamora, en la que tratan de establecer cuáles son los obstáculos que frenan el desarrollo de América Latina, a los que ellos llaman “trampas”, y que identifican de la siguiente manera: 1.) Trampa Institucional: la cual implica debilidad en la “moral tributaria”. 2.) Trampa de la vulnerabilidad social: que hace referencia a la “clase media vulnerable” en peligro de caer en la pobreza. 3.-) Trampa de la baja productividad: esta trampa contempla la dependencia de la exportación de comodities, eliminando la posibilidad del valor agregado a estas materias primas y 4.-) Trampa del riesgo medioambiental: insostenibilidad ambiental por explotación de recursos no renovables.
Estos expertos, basados en estas “trampas” proponen, en primer lugar, mediciones multidimensionales de aspectos del bienestar social. En segundo lugar, sólidas estrategias de coordinación entre sectores e instituciones con mecanismos de seguimiento y evaluación.
En tercer lugar, empoderamiento de la ciudadanía en todas las etapas de la formulación de políticas; y en cuarto lugar desmantelación y/o transformación de la infraestructura y política medioambiental existente.
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Como se puede apreciar, tanto las recomendaciones del Consenso Latinoamericano 2020, como las de los expertos de la OCDE, están basadas en un sobrediagnóstico recurrente; todos sabemos el qué hacer, y ellos lo confirman, pero el gran reto es el cómo hacerlo, ese conjunto de acciones aterrizadas que nadie propone, aquellas grandes ideas que no aparecen.
¿Y LA CORRUPCIÓN?
Me llama la atención que ninguna de las dos propuestas se refiere a la brutal incidencia negativa que tienen, en el objeto de su preocupación, el ejercicio de la politiquería y la rampante corrupción, que operan en toda América Latina, en un marco social permisivo.
Son agrestemente naturales las expresiones “cómo voy yo ahí”, “así es como se manejan las cosas”, “lo malo es no estar en la rosca”, “se dejó coger”, y un largo etcétera de antiprincipios y no valores, que no nos permiten avanzar, los cuales considero las mayores y verdaderas “trampas” en la búsqueda del desarrollo.
Estas recomendaciones, producto del conocimiento y la experticia burocrática, si bien responden a la realidad económica que se debe atender, no pasan de ser una buena intención como alternativa al Consenso de Washington, Consenso que tuvo el apoyo del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial para su implementación.
El Consenso Latinoamericano 2020 alcanza a ser un buen ejercicio académico, que no tiene un respaldo institucional de incidencia internacional. Lo otro son meras recomendaciones sobre el qué hacer, ya de todos conocido, sin aclararnos el cómo hacerlo.
Considero que la aplicación de estas recomendaciones siguen siendo utópicas, en nuestro medio, ya que nuestro problema básico parte de lo político a partir de la falta de conciencia cívica y de pertenencia con el entorno, temas en los que es necesario ocuparse de manera frontal partiendo del fortalecimiento del capital social, basado en el clima de confianza, la capacidad de asociatividad, los valores éticos y la conciencia cívica, así como propiciar una nueva manera de hacer negocios orientada al concepto de sostenibilidad de la empresa privada, que, además del objetivo económico, debe considerar el compromiso social en un marco de valores éticos de convivencia social público privada, en la que la empresa privada entre a ser parte de los “activos productivos” de la comunidad objeto.
Es claro que las consecuencias económicas de la implementación impositiva del llamado Consenso de Washington, basado en una filosofía monetarista de libre mercado con la reducción del tamaño del Estado y la privatización de los servicios públicos, que desembocó en una “globalización perniciosa” cuyos efectos negativos, producidos por la reducción y eliminación de aranceles proteccionistas, solamente beneficia a los países desarrollados.
Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001, opinión autorizada, por haber sido economista jefe del Banco Mundial, corrobora esta apreciación, cuando propone cerrar este organismo por el mal que produce a los países en vías de desarrollo, citando ejemplos evidentes en su libro ‘El malestar en la globalización’.
CONTRATO SOCIAL
En estos momentos de crisis, producidos por la pandemia, me viene a la mente la frase de Paul Samuelson, premio Nobel de Economía 1970: “Todas las malas experiencias enseñan algo útil”. Es el momento de contribuir a crear una “nueva normalidad” que conlleve a un contrato social incluyente, a partir de la concepción de un modelo económico de carácter endógeno, que incluya un plano adicional a los tradicionales (económico, político y social) como lo es el plano cultural, bajo los criterios planteados por la Unesco en su definición del concepto cultura: “La cultura puede considerarse como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.
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Atendiendo las consideraciones de Bernardo Kliksberg, este plano cultural debe incluir la aplicación de los principios contenidos en las dimensiones del postulado del capital social y la implementación del Sistema de Gestión de Responsabilidad Social Empresarial, en entidades públicas y privadas; adicionalmente considero la participación, en todas sus manifestaciones, del voluntariado debidamente formalizado.
Este conglomerado del voluntariado se considera soporte importante en el fortalecimiento del capital social, dada su capacidad autogestionaria basada en motivaciones de orden moral y compromisos éticos que lo convierten en un constructor de capital social, dada su imagen real de credibilidad y confianza.
KNOW HOW
Se hace necesariamente imperativa la aplicación del conocimiento. Hoy en día el conocimiento explícito está al alcance de nuestras manos, a través del internet y de las publicaciones de tratadistas de diferente tipo. Necesitamos aplicar el conocimiento implícito, denominado Know how (saber cómo), producto de la experticia en nuestra realidad; los galardones de maestrías y doctorados obtenidos en el exterior, son muy útiles para la “meritocracia”, pero no nos representan, son contenidos de economías desarrolladas que no son aplicables en nuestro medio.
La Pirámide Informacional de Bellinger, después de escalar los conceptos de datos e información, nos define el conocimiento (inteligencia más certeza) como la mezcla de experiencias, valores, información y saber hacer, que son útiles para la acción. En la cima de la pirámide nos define el concepto sabiduría (síntesis del todo) como la capacidad humana que permite aplicar el conocimiento adquirido para comprender, interpretar y resolver problemas nuevos.
Como mensaje para las buenas intenciones de abordar “el esquivo desarrollo”, entendamos que debemos pasar del diagnóstico a la cura de la enfermedad.
Por Carlos Llanos.