El más reciente informe de la CEPAL dejó mal parada a Colombia situándola como el país más desigual de América Latina (AL) con la más alta concentración feudal con un Gini de 0.91; esto coincide con el Censo Agropecuario: el 1 % de los propietarios posee el 46 % de las tierras. En la propiedad accionaria, dice la CEPAL, también existe mucha inequidad, el Gini es 0.95 y el 1 % más rico de los colombianos recibe el 20.5 % de los ingresos, el más alto de AL. Dice que nuestro sistema tributario es regresivo, que a la Comisión de Expertos le dio pánico hablar de tributos. En los valles del Sinú y San Jorge y fincas cercanas a Bogotá, pagan 2/1.000 por predios entre 2.000 y 3.000 hectáreas; en Apulo, por casas de mil quinientos millones de pesos, el predial es de $200.000 cuando debería ser de diez a doce millones de pesos/año. Por eso, agrega el informe, la evasión en el país es tan alta, cercana a 38 billones de pesos al año.
Dice la CEPAL que no saben de dónde han sacado la información quiénes manejan la política tributaria al decir que en este país se paga las más alta tasa tributaria si aquí es 16 % del PIB, mientras que la media en AL es del 23 %, en Europa 46 % y en los EE.UU 42 %. Eso sí, el gasto social es de los más bajos de la región. Significa que los sectores más pobres son doblemente sacrificados. ¿Qué hacer, entonces? Podríamos decir que la Constitución de 1991 fue la primera etapa de los cambios requeridos por el país, pero esta ya ha sido mutilada tratando de regresar a la momificada visión de patria que tuvieron Núñez y Caro. No se concibe que haya gente que piense como se hacía hace siglo y medio.
La situación de Colombia es dramática, la polarización es amenazante, el síndrome de la Unión Patriótica ha comenzado a tomar fuerza, el país tiende a derechizarse, la inseguridad capea.
Cuando en un país la mentira prevalece sobre la verdad y la corrupción es el paradigma de los gobiernos, de las instituciones y de las personas, estamos en cuidados intensivos. Por eso, en el post-conflicto, una nueva república deberá nacer, otras lógicas y formas de pensamiento y liderazgo deberán surgir, sine qua non, por encima de toda ideología, capaz de hacer las transformaciones que requiera el Estado, que son muchas. Para el debate electoral del 2018 las apuestas deben ser todo o nada y para eso los partidarios de una reingeniería estatal deberán unirse en una sola bandera cuyos colores, al girar, sean el blanco de la paz y la esperanza, para izarla frente a la bandera del odio, el atajo, el ego y la zancadilla a la justicia y la equidad secuestradas por siglos de vida republicana.
A esa caterva de la guerra no la podemos subestimar, tiene métodos eficaces para llegar y no tiene escrúpulos; es más fácil vender la mentira emotiva que la verdad racional. El candidato (a) a la Presidencia de la República que esta unidad escoja deberá ser quién haya hecho de su vida un dechado de pulcritud y despierte la menor resistencia; no nos podemos fraccionar, la patria está en peligro, lo pactado en el acuerdo de paz debe respetarse y mantenerse en el tiempo, las oportunidades son calvas y esta no la podemos desechar. Ahora podemos parodiar “la culebra está viva” pero esta vez es una serpiente venenosa. nadarpe@gmail.com