En esas andamos. La tierra que los cristianos llaman ‘santa’ hoy es un infierno. Parece más bien que, con bastante ironía, estuviera del lado judío: ‘tierra prometida’, mito que hasta hoy alimenta el imaginario de los judíos más ortodoxos, incluyendo al ultraderechista Benjamín Netanyahu. El asunto es más político que histórico, en razón de que los palestinos han habitado desde siempre ese territorio. Y si se mira con más rigor, es posible que los palestinos tengan más sangre hebrea que los judíos de hoy, quienes por razón histórica (guerra judeo-romana) debieron dispersarse por el mundo (la diáspora).
Tampoco sabemos si por la cabeza de Jesucristo pasó aquello de ofrendar su vida por la salvación de la humanidad (‘humanidad’ en la que no entran China, India y vecindad, más de la mitad de la población de la tierra). Creo más bien que eso fue idea de Juan y Pablo, para darle un fundamento teológico a la doctrina; y que como dogma todo creyente repite. Cuando he preguntado: ¿salvarnos de qué?, la respuesta se difumina en prosa.
Más respuesta encuentro en el Génesis: Caín mata a su hermano Abel. Es la primera guerra mundial, y es fratricida; como en lo sucesivo van a ser todas las guerras. Más adelante los hermanos venden, por pura envidia y codicia, a José, el hijo amado de Jacob. Lo que se teje en el magnífico libro de la Biblia es la «condición humana». No hay salvación.
La guerra ha sido el deporte favorito del hombre: se apaga una y se prende otra, y así hasta el exterminio de la raza humana. Como diría el maestro Rodrigo Valencia: ‘somos ángeles en permanente caída’. Así lo vieron los griegos también, en su mitología: a Prometeo, encadenado, un buitre le picotea el hígado hasta la eternidad; porque “nacemos para el sufrimiento”, como dijera Buda un poco antes. En esa perspectiva, qué salvación puede haber, tiene más filosofía aquello de ‘sálvese el que pueda’.
Y asimismo la historia hace su cíclica tarea. En efecto, miren el mapa de los palestinos en 1947 y compárenlo con el de ahora. ¿Qué encuentran? Que sus hermanos judíos les han ‘comprado’ casi el 80% de lo que ayer tuvieron. Ha sido un trabajo político minucioso de despojo, despojo, despojo… Y con el discurso político tapan y tapan la verdad: “Hamás es un grupo terrorista que no representa a Palestina”. Mentira. Hamás es una de las muchas ‘pústulas’ de un organismo mil y una veces degradado y envilecido.
Dejo como constancia las varias veces que he usado en este artículo el término «político(a)», porque el señor Netanyahu y sus secuaces no representan al pueblo judío, esa milenaria etnia que tantos aportes ha hecho a la humanidad, en el pensamiento, las artes, la ciencia, la literatura… Es un punto sobre el que no debe quedar duda. Lo que hay es deuda con el sufrido pueblo palestino. Y vaya usted a saber si ese ‘animal’ (así adjetivaba Aristóteles al ‘político’) tendrá alma para pagarla. En mi caso, el escepticismo me puede. Como le pudo al pacifista Bertrand Russell: “Los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible. Los políticos, por hacer lo posible imposible”.
Por: Donaldo Mendoza