Por: Valerio Mejía
“… todo el pueblo gritará con fuerza, y el muro de la ciudad caerá”. Josué 6:5
El pasaje que hoy nos ocupa es la histórica toma de la ciudad de Jericó, primera conquista en el avance hacia la tierra prometida. Dios había prometido a Josué, entregar en sus manos a Jericó y a su rey, junto con sus hombres de guerra. El plan consistía en rodear la ciudad, todos los hombres de guerra, los trompetistas y el Arca del pacto en medio de ellos, dando una vuelta alrededor de la ciudad cada día, durante seis días. El séptimo día, darían siete vueltas alrededor de la ciudad, y al terminar la séptima vuelta, los sacerdotes tocarían las trompetas. Así cuando el cuerno de carnero diera un toque prolongado, tan pronto como oyeran el sonido de la bocina, todo el pueblo gritaría con fuerza, y el muro de la ciudad caería. Entonces podrían avanzar cada uno hacia delante y tomar la ciudad.
En los primeros seis días, durante el rito de las primeras seis vueltas alrededor de la ciudad, el pueblo debía permanecer en silencio. Josué dio esta orden al pueblo: “Vosotros no gritareis, ni se oirá vuestra voz, ni saldrá palabra de vuestra boca hasta el día que yo os diga: ¡Gritad! Entonces gritareis”.
La promesa recibida no decía, “te voy a entregar”, sino “te he entregado”. Es decir, que por la fe ya esa promesa les pertenecía. Ahora estaban siendo llamados para que tomasen posesión de ella. La dificultad real era: ¿Cómo tomar posesión de una ciudad cuyos muros eran inexpugnables?. La misión parecía imposible de cumplir, pero Dios les reveló un plan, sencillo e ingenuo pero que daría cuenta de su fe también sencilla en un Dios grande y poderoso que peleaba sus batallas.
No podemos suponer que fueron las ondas sonoras en altísimos decibeles de los gritos, los que causaron la caída de los muros; pero si podemos asegurar que el secreto de su victoria estuvo precisamente en esos gritos de fe y de júbilo.
Creo que fueron esos gritos de fe y esperanza los que se atrevieron, bajo la autoridad de la palabra prometida, a proclamar una victoria anhelada. Aunque durante siete días no existían señales de que esa victoria se cumpliría, Dios les respondió conforme con su fe. Así que cuando gritaron como señal de compromiso y demostración de fe, Él hizo que se derrumbaran las murallas y se abriera el camino para avanzar tomando la ciudad, en pos de su tierra prometida.
Queridos amigos lectores, Los gritos de una fe firme están en oposición directa con los quejidos lastimeros de una fe vacilante. Los gritos de la fe siempre contradicen los sollozos del corazón apocado e incierto.
En nuestra cotidianidad, siempre nos encontraremos con “Murallas de Jericó”, en forma de problemas que nos desbordan y situaciones apremiantes, en crisis estructurales para las cuales no tenemos soluciones validas. Los gritos de fe se convierten en el mejor recurso de apelación a Dios, de cara a los problemas de la vida. No que andemos como niños gritando y haciendo rabietas cada vez que las cosas no salen como esperamos; sino como ejemplo y modelo de una firme decisión de obediencia y fe para tomar las promesas que nos pertenecen. Dios declaró que les había dado la ciudad, y la fe lo creyó y fue por ella para tomarla. Siglos después, el Espíritu Santo recordaría este triunfo: “Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días”.
En el camino hacia la eternidad, son muchas las conquistas que nos esperan, creamos y tomemos por la fe con gritos de victoria todas aquellas promesas que hemos recibido.
Oremos: “Querido Dios: Gracias por todas tus promesas. Ayúdame a creerlas y poseerlas para seguir avanzando en pos de lo eterno. Amén”.
Recuerda: Creer, confiar, gritar y poseer.
Oro que todas las promesas de bendición de Dios se cumplan para ti y los tuyos.
Abrazos y muchas bendiciones
valeriomejia@etb.net.co