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Grandioso servicio humanitario

Juana Jugan fue una religiosa católica francesa que nació en 1792 y falleció en 1879, cuya vocación fue socorrer con gran devoción a las personas vulnerables, especialmente a los adultos mayores desamparados. Con su noble y humilde labor logró fundar la congregación de las Hermanitas de los Pobres, para cuidar con amor y esmero a personas de la tercera edad carentes de protección. Tan grandioso servicio humanitario la enalteció a la santidad, cuando fue canonizada por el Papa Benedicto XVI en 2009.

La congregación de las Hermanitas de los Pobres, con su magnánima misión caritativa ha creado ancianatos en más de 30 países de los cinco continentes de la tierra, siempre con la colaboración de las autoridades de los países donde han llegado a beneficiar a la población adulta mayor pobre que, afortunadamente, también han contado con la solidaridad de la gente altruista.

En 1889, a Colombia llegaron 7 Hermanitas de los pobres y desde entonces han creado varias “Casas del Abuelo”, la primera en Bogotá, después en Cali, Cartago, Medellín, Tibú (Santander del Norte), Istmina (Chocó), Tunja, Zipaquirá y Valledupar, donde en marzo de 1974 en una pequeña casa ubicada en el sector del barrio Panamá, como en todos los territorios que han llegado, empezaron la consabida grandiosa gesta humanitaria con tres hermanitas incluida la directora. Coincidentemente, en el mismo año llegué yo a Valledupar, recién graduado como médico general y, provisionalmente (porque la Casa del Abuelo no está habilitada para hacer medicatura rural obligatoria), comencé a cumplir el año social obligatorio, entonces, requisito para poder ejercer la profesión médica. Allá me trasportaba el conductor de la Casa del Abuelo llamado Pedro, cuyo apellido no recuerdo, y todavía ya pensionado, voluntariamente le sigue prestando servicios a los abuelos, en la nueva casa construida a finales del siglo 20 por la congregación de las Hermanitas de los Pobres con la infaltable ayuda de las autoridades regional y local, y también con el aporte generoso de la ciudadanía valduparense.

La nueva sede de la Casa del Abuelo, a cuya inauguración asistí con mi esposa y nuestros hijos, muy regocijados la recorrimos en compañía de los demás invitados, guiados por el sacerdote Juan Bautista Segarra (q.e.p.d.) y la madre directora de entonces, jubilosamente nos mostraron toda la infraestructura, moderna, confortable y amplia con capacidad para albergar mayor cantidad de ancianos.

Actualmente, la directora de la Casa del Abuelo de Valledupar es la hermana Beatriz, y bajo su dirección, poco a poco, la están remodelando, para que todas sus habitaciones tengan duchas, inodoros y lavamanos individuales, con el propósito de brindarles mejor calidad de vida a los adultos mayores alojados. Para esto y otros bienestares de los abuelos y abuelas albergados, el pasado domingo 12 de mayo, coincidente con el día dedicado a las madres en Colombia, en el amplio y arborizado patio de la Casa del Abuelo se realizó un día de campo familiar. Concurrí con Marta, mi esposa, y quedamos maravillados con la nutrida asistencia de familias completas. La mayor satisfacción fue ver la gran cantidad de auxiliadores que tiene la Casa del Abuelo de Valledupar, cuyas ayudas filantrópicas hicieron posible el éxito económico de esta tan especial celebración.

Los lectores de esta columna quedan invitados a la conmemoración del 50° aniversario de la Casa del Abuelo que se realizara este año a finales de octubre o a comienzos de noviembre. Esperen la programación que la publicaré cuando la hermana Beatriz logre acomodarla.

José Romero Churio

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