Canto de arrugado viento que gime de dolor, tristeza entre los que aman y cantan el vallenato, lloran los acordeones por la partida del maestro Jorge Oñate González, el silencio es más inmenso en los que aún no creen esta triste noticia y que contrasta a su vez con el lamento de sus seres queridos y la melodía de su canto que suena en las bocinas, como por primera vez en cada rincón de las regiones que lo escucharon muchas veces interpretar las vivencias propias del hombre Caribe, alegre, aventurero y enamorado.
Escuchar las canciones del ‘Jilguero de América’ es una bocanada de aire fresco en momentos donde nos perdemos en la nostalgia y el recuerdo, con sublimes letras convertidas en flamantes clásicos musicales que nos acarician el alma y regocijan el corazón, música inmortalizada en la retina de la historia, limada con diamantes en el marco del tiempo y que este excelso artista ayudó a convertir en patrimonio cultural.
Más de 50 años de carrera artística confirman su grandeza musical, uno de los magnos junto a Diomedes Díaz y ‘Poncho’ Zuleta, un baluarte y forjador de nuestro folclor, que empezó a concebir su leyenda cuando grabó su primer disco de larga duración (LP) con Emilio Oviedo en 1968, abriendo el camino a nuevas generaciones que siguieron su pauta de modernidad y dinamismo, pero respetando la esencia del auténtico vallenato, y desde ese imborrable génesis hasta el final de sus días podemos recorrer una estela de éxitos conjugados en innumerables reconocimientos, premios e inolvidables canciones. Junto a Escalona fue uno de los únicos artistas en recibir un Grammy Latino a la Excelencia Musical (2010), un premio honorífico por su trayectoria, un galardón fuera de concurso que exalta aún más su historia.
Próximo a cumplir 72 años y aunque muchas veces quiso retirarse de los escenarios para dedicarse por completo a su familia y a jugar con sus nietos, como lo dijo en varias entrevistas, el cariño de la gente lo hacía continuar montado en una tarima, llevando alegrías y despertando sentimientos a través de sus canciones y a la vez afirmaba que eso era lo más importante en su vida musical y constantemente le pedía a Dios que le permitiera seguir cantándole a sus seguidores, esos que hoy lloran su partida pero que siguen escuchando con el mismo apego su música.
Al final, la propia vida nos deja y comparte sus recuerdos y éxitos musicales, esos mismos que escuchamos al crecer y en donde se reflejan muchas de nuestras vivencias, contadas y cantadas como por un omnipresente relator; amores, desamores y lugares están fusionados con las notas de un acordeón; poesías convertidas en canciones y la voz de este titán del vallenato que brillarán por siempre con la fuerza de mil soles y el latir de un millón de corazones en nuestra memoria.
Gracias ‘Jilguero’, usted nos enseñó con su canto a ser más fuertes, a calmar la melancolía en los dilemas de la vida y que, aunque volvamos a llorar muchas veces tristes y confundidos por no comprender el amor, siempre brillará otra esperanza y sonarán esas palabras en la voz del ‘Ruiseñor’, con nuevos amaneceres del Valle y paisajes de sol, donde siempre tendrá el cariño de su pueblo a quien en vida usted le dedicó sus triunfos.