La vanidad y la gestión pública han hecho un matrimonio poco conveniente, son tan incompatibles como el agua y el aceite. Del gobernador del Cesar, Luis Alberto Monsalvo se espera más presencia en algunos eventos donde se demanda, y no son pocos los altos representantes de gobiernos extranjeros y nacionales que al visitar al departamento se han quedado esperándolo “como las novias de Barrancas”.
¿Por qué el mandatario de los cesarenses no asiste a la mayoría de eventos a los que se les invita y siempre envía a un representante? Pero sí se le ve activo en las redes sociales cuando la encuesta de un medio cada mes lo pone entre los mejores gobernadores del país.
La responsabilidad de un gobernante es ejecutar un Plan de Desarrollo en procura de mejorar la vida de su población, que incluye los proyectos y recursos con que cuenta, que en el caso del Cesar son suficientes, por las jugosas regalías, para cambiar el rumbo.
Se reconocen sus logros con sectores, como el ganadero, del cual la familia del gobernador Monsalvo es miembro activo, hecho que lo ha motivado, quizás, a invertir con mayor énfasis en éste. Las inversiones benefician a todo un importante gremio y de paso a sus intereses, que visto, no es un delito, ni más faltaba.
¿Es iniciativa o – ante el gesto de beneficiarios que quieren agradar al gobernante- refrendación de su parte, el que el Coliseo de Ferias que inaugurará el próximo 15 de agosto como una las grandes obras de su gobierno, lleve el nombre de su padre, nombre que coincide con el suyo? ¿La decisión de que este Coliseo lleve el nombre de Luis Alberto Monsalvo Ramírez es impuesta o fue discutida en la Junta Directiva de la Corfedupar?
No dudamos de que unos señores quieran en acto de incienso hacerle un gesto al mandatario, ni tampoco vamos a dudar de la contribución importante de su familia a la actividad ganadera, pero ceder al gesto mostraría el talante del funcionario.
Andrés Oppenheimer, el pasado 26 de julio en artículo en el periódico El Nuevo Herald, -que reprodujimos el viernes- hacía referencia a presidentes latinoamericanos que “están promoviendo un descarado culto a la personalidad”, al ponerles sus nombres a las obras que realizan, y a su vez resaltaba la decisión, ejemplar por cierto, del de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, quien expidió un decreto que ordena no incluir su nombre en las placas inaugurales de obras públicas.
Las obras públicas se hacen con recursos de todos, y los funcionarios deben actuar con eficiencia en la ejecución de ellas. Si el mandatario, que así se llama porque así lo determina el mandante que es el pueblo, al que debe servir, lo hace bien, podemos afirmar, que es un buen funcionario. Hasta ahí.
En las sociedades democráticas se limitan las actuaciones del gobernante y la función pública, a diferencia de algunas satrapías, preponderantes en países africanos en los que coincide la baja educación, el escaso desarrollo económico basado en actividades rentistas, predominio de la violencia y de la ilegalidad, la frágil institucionalidad y los nombres en las obras, de gobernantes considerados enviados de Dios.
En Colombia ya es tendencia que colegios, hospitales, coliseos, plazas, barrios, lleven el nombre de quienes por su ejemplo han dejado un legado a la sociedad.
Gobernador: ciertos de que usted es un modesto trabajador, con el respeto que usted nos representa, puede que lo que haga con las manos lo borre con los pies.