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Gabriel García Márquez y sus raíces en la provincia vallenata

La provincia vallenata, la de Padilla, se extendía hasta Riohacha. Es ver los mapas del viejo departamento del Magdalena hace 60 años. Lo que llamaban entonces La Guajira, al norte,  se confundía con el distrito del mismo nombre en la hermana Venezuela. Cuando se creó el departamento de La Guajira, antes que el Cesar, esa delimitación, para muchos arbitraria, cobijó hasta Villanueva. ¿Esa digresión qué tiene que ver?

García Márquez ha muerto y lo despedimos como paisano. No es fácil decir más de cuanto se ha dicho, empezando porque los diarios del mundo desde América hasta el Asia, destacaron la noticia en primera página.

Recordamos en el reciente centenario de Alfonso López Michelsen que al vallenato y a su Festival, lo hicieron la enjundia de  Consuelo Araújonoguera,  el poder y las relaciones de López y la magia de Escalona y García Márquez. Éste tuvo una particular curiosidad por la capacidad creativa de los compositores vallenatos, de cómo meter unas palabras, echando un buen  cuento, en los compases de la música y la métrica. Ese vallenato narrativo, contador de historias, el periodismo ambulante de nuestros juglares, acompañados por versos de medida, ritmo y rima. El vallenato clásico de Rafael Escalona, Luis Enrique Martínez, Armando Zabaleta, Emiliano Zuleta o Alejandro Durán.

Cumplidos los 20 años, después de Zipaquirá, donde se hizo bachiller, y Bogotá, donde tomó su año y algo más de derecho en La Nacional y pasó el trágico 9 de abril, García Márquez regresó a la Costa. Intentó continuar la universidad, pero se le ganó la lectura y el periodismo.

Empezó a escribir notas en El Universal y El Heraldo y ya desde 1948, un muchacho de 21 años, anunciaba su aprecio y la importancia de la música de acordeón. Conoció a los portentosos músicos de este folclor, comenzando por Escalona. Escribió maravillado en esa época de la dictadura de Rojas y la historia del viaje del gobernador del Magdalena que fue visitar a un joven cantor en la población de La Paz, donde residía.  ¿Qué encanto tendrán esa música, esa provincia y Escalona para semejante rendición del poder ante el joven compositor?

Por esos años, García Márquez, cuentan sus biógrafos, vivió dos hechos claves de su creación: un viaje a Aracataca porque, dada la mala situación, debían vender la casa familiar, y  viajes a la provincia vendiendo enciclopedias. Su hermano Eligio en el libro sobre el origen de Cien Años de Soledad registra el impacto tan fuerte que estos últimos tuvieron sobre la construcción del imaginario de Macondo y sobre ese libro que ya tenía en su cabeza con el nombre de “La Casa”. Encontró aquí el escritor a los parientes y amigos, y recreó las historias inverosímiles que había escuchado en esa casa.

En la casa de Aracataca vivió García Márquez con sus abuelos provincianos Nicolás Márquez Mejía y Tranquilina Iguarán Cotes, aquél nacido en Riohacha, ella en Barrancas. Sus padres, que se fueron a Barranquilla, lo dejaron a merced de los recuerdos provincianos de esa pareja. Nicolás, oficial liberal derrotado en La Guerra de los Mil Días, había terminado en Aracataca porque en un duelo dió muerte a Medardo Pacheco. Siempre el nieto le oía decir lo que pesa un muerto, con un dejo de nostalgia por la provincia.

Recordó, ya nobel en Valledupar, el acontecimiento que en esa casa representaba cuando un pariente de la provincia iba de paso a comer, llevando noticias de la comarca.

Su amor por esta tierra está reflejada en sus libros, artículos, reportajes y entrevistas. En El amor en los tiempos del cólera, recordó en el epígrafe los bellos versos de Leandro Díaz en La Diosa Coronada. Ahí también fueron protagonistas nombres tan sonoros de la Provincia como Florentino Ariza y Fermina Daza.

¿Qué más que llegó a decir que su libro cumbre, el segundo Quijote del castellano, es un vallenato de 350 páginas? ¿Habrá aun tiempo para que el próximo Festival de La Leyenda Vallenata haga también un merecido homenaje a García Márquez?

Nuestro premio Nobel universalizó nuestro mundo vallenato, y al Caribe colombiano, que no se reduce a los cantos; es un acervo de costumbres, tradición oral, literatura, música, artes plásticas, etcétera.

Merecen ser recordadas dos cosas paradójicas en García Márquez: la primera que solía insistir en que el costeño era un hombre triste y nostálgico; y la segunda que dio muestras, contrariando el estereotipo en boga sobre nuestra cultura, que la voluntad de aprender, de conocer y de desarrollar una gran disciplina de trabajo nos hace salir adelante. “Escribía todos los días, cuando estaba en El Espectador, hacía tres historias semanales, dos o tres notas editoriales diarias, en las noches leía y escribía la novela “La Hojarasca”.

En siglos se unirán las letras de su literatura y la de los bellos cantos vallenatos. Un
buen ejemplo para las nuevas generaciones que vivirán para contarlo

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