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García Márquez y la “Gaba” Mercedes Barcha

En periodo de vacaciones estudiantiles viajaba a visitar a sus padres residenciados en la población de Sucre, después de la muerte en 1936 del abuelo Papalelo como lo apodaba. Allí la conoció en un baile de Cayetano Gentile (Santiago Nasar en Crónica de una Muerte Anunciada). Persiguió a su amiga de infancia por años, hasta que se encontraron a comienzos de la década del 50 en Barranquilla, en la época en que él trabajó en El Heraldo y la familia de ella había llegado a esta ciudad. Don Demetrio Barcha, su padre, un boticario de Sincelejo quien se instaló en Barranquilla, cerca al Hotel El Prado adonde Gabo y Mercedes iban a bailar los domingos. Ella dice “Cuando yo tenía esa edad mi papá aseguraba que todavía no había nacido el príncipe que se iba a casar conmigo”. Al viajar a Europa enviado por El Espectador en 1955, iba enamorado y con noviazgo en firme, había decidido casarse con ella. (Silvia Galvis. Los García Márquez).

Los gabólogos le reconocen los méritos y han iniciado el trabajo que hace tiempo debió hacerse sobre Mercedes de quien García Márquez afirma que es una extensión de su personalidad.

En efecto así lo hizo, un marzo de 1958 en ceremonia realizada en la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Barranquilla con Mercedes «a la que le había propuesto matrimonio desde sus trece años». El tenía 31 años de edad, ella cumplía 25. Llegó el día anterior de Caracas donde trabajaba en las revistas Élite y Venezuela Gráfica. “Esta es la primera casa a la que entro como casado”, le dijo a la poetisa barranquillera Meira del Mar a donde fue a almorzar después de la ceremonia. Siempre afirmó: “Con Mercedes conformo un matrimonio maravilloso”.

Su compadre periodista y escritor Plinio Apuleyo Mendoza, en el Olor de la Guayaba, habla de las mujeres que dejaron huellas en su vida. Inicia con su abuela, Tranquilina Iguarán Cotes, (Mina) a quien describe como “una mujer imaginativa y supersticiosa que llenaba la casa con historias de fantasmas, premoniciones, augurios y signos a tal grado que la considera la primera y principal influencia literaria y de su estilo e inspiradora del personaje de Úrsula Iguarán en Cien años de soledad.

Mercedes Barcha, a quien García Márquez afirma haberla conocido delgada como un alambre. En 1996, durante el cierre de un taller de periodismo deportivo en Cartagena, comenta de manera espontánea en una columna escrita de su autoría a principios de los años 50 titulada ‘La jirafa’, regaló la pregunta que ningún periodista le había hecho.

• ¿Cuál, Maestro?, le pregunto Plinio.
“¿Por qué yo ‘bauticé’ a esa columna con el nombre de La Jirafa?”, respondió. Y tras una breve pausa, agregó: “Así le decía yo a Mercedes, el amor de mi vida”.

En 1965, el conductor que iba en el automóvil vía México Acapulco con su mujer y sus dos hijos, freno en seco y viró para devolverse a ciudad de México. Le dijo a ella que había llegado a su mente la inspiración que por tantos años había buscado, desde cuando siendo niño su abuelo lo llevó a conocer el hielo:Como iniciar su novela Cien años de soledad. Mercedes mostró durante este tiempo su capacidad para enfrentar y asumir una serie de responsabilidades económicas, porque la venta del carro y otros enseres que le permitieron a Gabo encerrarse a escribir duraron apenas seis meses. Ella toreaba las dificultades económicas, haciendo gala de su ingenio y de ser muy recursiva. En casa nunca faltó nada, ni las 500 hojas que a menudo requería el nobel escritor. Cuando más desesperada parecía la situación, Francisco Antonio Porrúa le ofreció un anticipo de US$500 para publicar la novela que dejo deslumbrados a sus lectores al leer algunos apartes publicados en El Espectador y en la revista Nuevo Mundo de Paris.

Y lo mismo le sucedió a Miguel Porrúa quien dijo: no sé si el autor es un genio o está loco. Empapeló sin darse cuenta el largo pasillo que iba desde la entrada del apartamento hasta el estudio con hileras de papel, que simulaban estar allí para limpiarse los zapatos después del aguacero que ese día había caído en Buenos Aires, eran las cuartillas que ante la emoción que sentía al leerlas, Porrúa iba dejando caer a medida que leía la magistral obra.

El novelista Tomas Eloy Martínez (fallecido), jefe de redacción del Semanario Primera Plana con el que Francisco Porrúa director literario de la editorial Sudamericana, hizo una alianza para publicar Cien años de soledad su novela de gloria premio nobel de literatura 1982, comenta los García Márquez llegaron a Buenos Aires el 16 de agosto de 1967: Vimos bajar al escritor con una indescriptible chaqueta a cuadros, en la que se entretejían rojos chillones con los azules eléctricos del Caribe. Lo acompañaba una mujer bellísima, de grandes ojos orientales, que parecía la reina Nefertiti en versión de la costa colombiana. Era Mercedes. (Tomás Eloy Martínez. García Márquez, hace 40 años).

Descripción que coincide con la que hace Gerald Martin, uno de sus biógrafos, “es una mujer alta y linda con pelo marrón hasta los hombros, nieta de un inmigrante egipcio, lo que al parecer se manifiesta en unos pómulos anchos y ojos castaños grandes y penetrantes.” “Sin Mercedes no hubiera llegado a escribir el libro”, dijo una vez antes de recibir en 1982 el Premio Nobel de Literatura. Aída, hermana menor del escritor, dice que “Lo que sí me consta, todavía hoy, es que Gabito respira por el pulmón de Mercedes”.

Los gabólogos le reconocen sus méritos y han iniciado el trabajo que hace tiempo debió hacerse sobre Mercedes de quien García Márquez afirma que es una extensión de su personalidad, a pesar de haber roto su silencio en muy pocas oportunidades. Precisamente fue hace poco tiempo, en la entrevista que concedió al escritor puertorriqueño Héctor Feliciano, de los diarios El País, de España, y El Clarín, de Argentina, donde por primera vez dio a conocer aspectos relevantes de su vida familiar después de 54 años de vida matrimonial. Entrevista publicada en más de 20 páginas como parte del libro García Márquez, periodista, que incluye además la recopilación de las crónicas periodísticas durante su paso por El Espectador y El Heraldo, de Barranquilla.

Por Giomar Lucía Guerra Bonilla

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