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Gabito y yo

Gabriel García Márquez y Julio Rojas en una de las innumerables parrandas en las que compartieron.

Después de haber ganado la gran mayoría de festivales del género vallenato en el país, porque mi pasión no era simplemente tocar el acordeón, sino sudar la fiebre musical en cuanto concurso grande o pequeño existiera, en pueblos o ciudades, siempre que tenía la oportunidad me iba detrás de los conjuntos de la época para aprender y algún día ser como ellos, eso pensaba en esa hermosa edad de la vida.

De alguna manera me sirvió para complementar esa otra parte que llevo impregnada en las venas, que afloré desde muy niño y de la cual me siento orgulloso por tener ese don maravilloso de la música. También en el famoso y prestigioso Festival Vallenato había ocupado el segundo y tercer lugar consecutivamente, pero me faltaba algo después de esas dos “experiencias vividas” en Valledupar. Ansiosamente esperé la llegada del siguiente Festival a donde llegué una semana antes para relacionarme y darme a conocer un poco más, tocaba sin pensar en el dinero, a pesar del gran sacrificio de estar en Valledupar, definitivamente lo económico no era mi finalidad.

Gabito llegó a Valledupar y esta ciudad se transformó por semejante visitante, se habla de uno de los festivales más concurridos de la historia, pero Gabo estaba totalmente desconectado de ese otro mundo fascinante, el del vallenato en su propia cuna. Consciente de su gran responsabilidad como jurado principal de ese gran evento y además vigilado por la prensa mundial, porque apenas estrenaba el galardón de ese otro, pero mucho más interesante festival, el de literatura, Gabito le pidió a doña Consuelo Araujo de Molina, presidenta del Festival, que le hiciera una parranda con los participantes, escucharlos para tener más claro cuál era su papel como jurado.

Por razones que no recuerdo no fui invitado a esa convocatoria, no era muy conocido y además recaía sobre mi sombrero, mi acordeón y mi talento, esa absurda división entre sabaneros y vallenatos que en su momento ingenuamente no distinguía. Para mí era igual Colacho Mendoza que Andrés Landero, Lizandro Meza que Alejo Durán o Luis Enrique Martínez, a todos los admiraba por igual, a lo mejor mi mente guardaba sin saberlo, algo que puedo sostener con argumentos hoy en día, que la música no tiene fronteras o líneas divisorias.

Con ese deseo de conocer a Gabo y hacer parte de esa reunión recorrí casi todo Valledupar hasta que llegué, pero dicha parranda había terminado, para mi sorpresa estaban en la puerta de la casa de algún reconocido y pudiente habitante de Valledupar, Gabito, Escalona y unos pocos más, ya cansados de elogiar y manosear al premio Nobel.

Con mis deseos de hacerme notar, dejé de lado sin proponérmelo mi compañera de siempre, mi timidez que para mí era sinónimo de ese respeto inculcado por mi hermosa madre, por un momento se salió de mí y saludé a Escalona a quien conocía y a ese grande e ilustre colombiano que nos dejó su obra para toda la vida: Gabito.

Ingenuamente le dije: Maestro yo estoy participando en el Festival y me llamo Julio Rojas ‘Buendía’ y para hacerme más creíble le mostré mi cedula que apenas estrenaba, al mirarla y leer mi último apellido me dijo: Que no nos vean juntos porque tal que ganes y vayan a pensar que te ayudé por tu apellido ‘Buendía’. Pensé que sus palabras eran para que me alejara, pero después que tuve el honor de tener una gran amistad con él, entendí su nobleza y sencillez, que no coincidían con aquellas palabras.

Todo no quedó allí, después del fallo histórico a mi favor y en medio de mi alegría, no sé cómo, ni en qué momento le entregue a Gabo una tarjeta con mi número telefónico, no lo vi más, el Festival terminó para todos.

La llamada de Gabo
Una semana después siendo las diez de la noche aproximadamente, sonó el teléfono de mi casa, con su timbre diferente contagiado por la alegría de toda mi familia, alguien lo contestó y me dijo: Julio te llama dizque una tal Mercedes de parte de Gabito. Oye la gente no respeta llamar a estas horas a mamar gallo, yo que si le di credibilidad, pero con un poco de desconfianza contesté. Hola Julito cómo estás, te habla Mercedes, ya te paso a Gabito. Sin saludarme, y con esa voz que se parecía solo a él, me dijo en forma de interrogante: ¿Julito sabes por qué ganaste el Festival? Yo un poco nervioso e impresionado, le contesté: Por usted Gabo. Y me respondió rápidamente: No señor, por sus cualidades, usted ganó porque fue el que mejor tocó, y te llamo para darte la gracias. ¿Cómo así don Gabriel?, le dije. Si Julito, me dijo, durante el desarrollo de la final del Festival yo tenía un dolor de cabeza porque sentía que todos los participante tocaban iguales y yo me preguntaba y miraba a los otros jurados queriéndoles preguntar: ¿Qué hacemos? De pronto apareciste tú con ese acordeón totalmente diferente, tocaste agresivamente y con una gran digitación, me miré con Enrique Santos y le dije: Este muchachito nos salvó la patria. Julio nos salvaste la noche y me quitaste ese dolor de cabeza que ni Escalona con su ‘Mejoral’ me lo hubiese podido quitar.

Pasados unos días fui a Bogotá invitado por Gabo, que estaba en un apartamento con unos amigos entre ellos Gloria Triana si no estoy mal y Enrique Santos estaba en otro lugar, ambos querían que les tocara al tiempo, todos con invitados. Cuando estaba donde Gabo, Enrique llamaba apresuradamente. Enrique quería que dejara a Gabo y me fuera para allá. En momentos me quise sentir muy importante por el par de personajes que me asediaban, pero esa misma razón de la que me despojé para saludar a Gabo en Valledupar no me lo permitió. Después de un tiempo cualquier noche sonó nuevamente el teléfono rojo de mi casa en Barranquilla: ¿Julito qué vas a hacer el sábado? Le conocí la voz enseguida, no nada, le dije. Julito por fin me terminaron la casa de Cartagena, esa restauración demoró demasiado, tu sabes cómo son “los albañiles” (no habló de arquitectos) pero ya me mudé y quiero que vengas a la inauguración, te vienes como a las 10:00 p.m. que tengo una cena con unos invitados, ya Mercedes te explicará. Julito te hospedas en el Hotel Santa Clara que está aquí cerquita, la casa está ubicada en la calle del Curato y cuando llegues a la puerta preguntas por mí.
Buenas noches, por favor doña Mercedes. ¿De parte de quién? De Julio Rojas.

Sí un momento, lo están esperando. Llegó doña Mercedes y me hizo entrar pero nos quedamos al lado de la puerta, Gabo dijo que quiere recibirte, espéralo. Al ratico llegó. Me dijo Julito vamos, y entramos a su oficina adornada con una pintura inmensa, un cóndor azul de Obregón. Menos mal que llegaste Julito, ese mariachi me tiene hasta aquí y se puso el dedo en la frente. Que honor para mí, dejó a sus invitados en el jardín de esa gran casa y nos quedamos unos 40 minutos en su estudio, hablamos de todo, de Escalona, de México, del Festival, de las canciones que más le gustaban. Me habló de un premio aquí en Colombia, que siempre se lo quisieron dar pero nunca lo aceptó y prefirió que se lo dieran a Mutis. Ese día me comentó: Oye Julito ese compositor de apellido Zabaleta que me echó vainas en un disco porque yo no voy casi a Aracataca y porque no le puse luz eléctrica y hasta me comparó con Pambelé, creo que los servicios públicos los debe poner el Estado, además yo no soy político. Al sentir que el mariachi terminaba con la canción ‘Chabela’, hubo un cambio en su rostro. Ahora si se compuso la vaina, me dijo. Lo seguí y con bombos y platillos me presentó ante los ilustres invitados .Este es el rey vallenato Julito Rojas. Me puse mi acordeón al pecho y comencé a hacer lo que más me gusta, después de interpretar varias canciones, muchas de Escalona por supuesto, su amigo inolvidable, recibí delicados aplausos de los escogidos visitantes; recuerdo a Julio Mario Santo domingo, Lina Botero, Belisario Betancourt, Carlos Ardila Lule. Gerardo de la Madrid, hijo del expresidente de México, Miguel de la Madrid. Cuando poco a poco se fueron despidiendo los ilustres invitados, Gabo lanzó la frase que siempre decía cuando quedaba un poco solo después de una parranda: Ahora si quedamos los que somos y empezamos a escuchar todo ese repertorio de Escalona, Adolfo Pacheco y otras canciones que le traían muchos recuerdos. Ese día cantó Gabo un merengue de Escalona, ‘El Tigre de las Marías’, sinceramente no sabía que el cantaba. Después vinieron muchas parrandas.

Encuentro en el tren
Tiempo después le organizaron la llegada a Aracataca en tren desde Ciénaga para divisar la Zona Bananera y pidió que me contactaran para que lo acompañara con mi acordeón. Fue un viaje muy exquisito, me senté un rato a su lado y las notas de mi acordeón se confundían con el ruido escandaloso del viejo ferrocarril, que finalmente llegó a su pueblo natal donde lo esperaban ansiosamente.

En una oportunidad un seguidor y amigo de Gabo quería hacerle una atención en su apartamento, pero Gabo no se animaba a asistir, doña Mercedes me dijo en una oportunidad de diez invitaciones que le hacen, Gabo desprecia nueve. Alguien le insinuó al señor: Invita a Julio Rojas o a Adolfo Pacheco y verás. Me llamaron y acepté ir con mi acordeón, los interesados volvieron a llamar a doña Mercedes: Dígale a Gabo que para la invitación que le tenemos viene Julio Rojas, después me enteré que se frotó las manos y dijo: Si es así la vaina cambia. Así fue, nos encontramos en la fiesta y compartimos como siempre.

En una invitación que me hicieron para otra parranda donde Gabo iría como invitado especial, horas más tarde lanzó nuevamente su acostumbrada frase: Ahora si estamos los que somos, quedamos poquitas personas, él sentado en un sofá amarillo y yo al lado con mi acordeón al pecho, recuerdo que le pregunté por su salud, ¿cómo estaba? Me respondió: Aquí Julito huyéndole a la vida; sigo sin entender esa respuesta que pudo tener muchos significados, ya más tarde en las postrimerías de la fiesta aun sentado largo rato en el sofá amarillo, con un vaso a su derecha del mismo color del mueble por que contenía más agua y hielo que whisky, me supongo fueron sus últimos sorbos de esa deliciosa mezcla de whisky y música, ya casi no tomaba.

Al rato de estar sentado me hizo seña que me acercara y casi al oído me dijo: Julito yo en la vida me he levantado solo, pero ahora si necesito que me ayudes a levantar porque me estoy meando. Que honor, le di la mano, se levantó y lo llevé al baño. Yo me dije: Si me toca hacer algo más íntimo lo hago con el mayor de los gustos, pero no hubo necesidad, lo esperé en la puerta, después de los conocidos pasos, se apretó el cinturón y me dio la mano nuevamente, no recuerdo cuál de las dos y lo llevé al mismo sofá amarillo, de donde finalmente lo abordó doña Mercedes para darle fin a la parranda con su retirada. Esa fue la última parranda que compartí con Gabo fue en el 2012.

Gracias por su sincera amistad. Gracias por permitirme compartir con usted y su familia momentos agradables e inolvidables durante muchos años. Gracias por valorar lo que humildemente hemos hecho durante toda una vida; alegrar los corazones a través de las notas de mi acordeón, esas que alguna vez me llevaron a conquistar una posición valiosa en el pedestal de nuestro hermoso folclor. Gracias a su humilde deferencia me hice Rey Vallenato por primera vez en 1983, bajo su honrado y respetado criterio, ratificándose once años después su gran acierto, al coronarme nuevamente como Rey Vallenato por segunda vez en 1994.

Es un inmenso orgullo para mí, tener el honor de ser el único Rey Vallenato que ha recibido la corona de manos de nuestro inmortal Premio Nobel de Literatura. Gracias Gabito

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