Por las repercusiones de la actual pandemia, recuerdo esta columna, publicada en 2009: «Leer la Encíclica “La Caridad en la Verdad” del papa Benedicto XVI, pone a reflexionar no sólo a la feligresía católica, sino a la población global, sobre el galopante incremento del libertinaje de la humanidad, porque por la falta de vigilancia y control; a veces o a menudo no hay aplicación de los castigos establecidos en las leyes, más que todo por indulgencia o falta de voluntad de las autoridades competentes. Además, los libertinos por el derecho a la presunción de inocencia, objetan las denuncias para que precluyan, se archiven y olviden.
Desde la antigüedad se escuchan los permanentes mensajes de las diferentes religiones y de prominentes filósofos como Sócrates, Diógenes el Cínico, Emmanuel Kant y Fernando Savater, relativos al comportamiento que la gente debe guardar, con base en la ética y la moral, pero nunca han faltado los personajes falaces que rinden culto a la pulcritud, siendo autores solapados de intrigas, injusticias, conflictos y usurpaciones de erarios, etc… Esta gente crea el caos, en el que predomina la codicia de riqueza y la desmedida ambición por el poder político.
Desafortunadamente, tal desafuero en nuestro país ha llegado a la extravagancia execrable; en consecuencia, surge la pregunta ¿Desde cuándo comenzó el despropósito que, internacionalmente, nos estigmatiza por indeseables? Algunos argumentan que llegó con los conquistadores españoles, verdaderos delincuentes de la peor ralea, cuya mezcla con los indígenas y negros africanos traídos como esclavos, legó una raza ‘sui géneris’, incomparable en la capacidad de engañar y causar daño con la frívola disculpa de que el fin justifica los medios.
La trivial conjetura, ignora aquello de que los humanos al nacer, por la inmadurez cerebral, no son buenos ni malos. El comportamiento proviene más de los paradigmas de la sociedad: familia, ámbitos educativos, amistades… El acaparamiento de los recursos por unos pocos genera enorme pobreza, la cual, por carencia de oportunidades de superación individual y colectiva, se convierte en la gran antagonista de la prosperidad y de la convivencia pacífica.
Entre las especies biológicas, solo los humanos han alcanzado un elevado nivel de inteligencia, lo que confiere la facultad para pensar, discernir, disentir, disimular y proyectar, etc… Aunque logremos la mejor educación posible, seguimos con el comportamiento bestial de los animales.
Otra degeneración o aberración tratada en la Encíclica comentada, es el drama de las apetencias sexuales, tales como el denigrante turismo sexual, la violación de niñas y niños, la pederastia, la desobediencia clandestina del sacro celibato clerical. En cambio, la caridad y la verdad, cada día, van disminuyendo a lo largo y ancho del globo terráqueo. En fin, este es un tema como el iceberg que solo revela la punta.
En resumen, la inteligencia de la humanidad, hasta ahora, ha fracasado en la misión que le ha delegado la naturaleza, para la conservación recíproca. Si a la conducta humana la sopesáramos en una balanza de alta precisión, podríamos repetir lo que afirmó el antropólogo estadounidense, Ralph Linton: “El hombre no es un ángel caído del cielo, sino un antropoide erguido”, análoga a la teoría evolucionista de Darwin. Por lo cual, la especie humana prefiere estar más cerca de lo terrenal que de lo celestial. Entonces, no se sabe cuál será el final que le deparará la selección natural darwiniana al homo sapiens».