El proceso evolutivo de Valledupar tuvo en su primera generación de dirigentes, gestores que comprendieron el significado del ordenamiento territorial, entendido como un proceso de planificación y gestión para facilitar el desarrollo institucional y el crecimiento territorial.
El proceso de gestión territorial que nos mereció el remoquete de ‘Ciudad Sorpresa Caribe’ empezó su declive a partir de la medianía de la década de los noventa. El producto conseguido por los señores Aníbal Martínez Zuleta, Rodolfo Campo Soto y la primera alcaldía de Elías Ochoa Daza, fue suspendido por los siguientes mandatarios. En su paso por la alcaldía no advirtieron el deterioro de los indicadores socioeconómicos ni la exacerbación de las fragilidades urbanas conexas con la inseguridad, desempleo, movilidad, transporte público, ordenamiento territorial, cultura ciudadana y discontinuidad en la prestación de los servicios públicos.
La nueva generación de dirigentes políticos ha sido inconsecuente con las demandas de la ciudad, han creído erróneamente que administran la ciudad de casitas de bahareque renombrada en nuestra expresión oral y no un sistema en constante evolución.
Los exalcaldes de Valledupar desde 1995 coadyuvaron con el estancamiento de la ciudad y compraron pasaje al ostracismo. Ninguno logró trascender en el ejercicio de la actividad política, pero sí han tenido que dedicar mucho tiempo en las oficinas de la justicia.
No son fáciles de resolver los problemas de inseguridad, desempleo, movilidad, transporte público, ordenamiento territorial, cultura ciudadana y discontinuidad en la prestación de los servicios públicos. Solucionar estos problemas en cuatro años es prácticamente una causa milagrosa, insistir en esa proeza garantiza pasaporte al fracaso.
La recua de candidatos a la Alcaldía intuyo deben ser conscientes de los pesados pianos que significan los diferentes problemas que tiene la ciudad. Ruego a Dios que no falle mi intuición, para no desconfiar y acertar sobre lo que se ha constituido en un negocio: el montaje de una candidatura a la alcaldía, para luego desmontarla con el interés de adherir al candidato con serias opciones de ganar. Esta práctica descarada y sin control ha sido abordada con el cuento de la afinidad programática, esa argucia no es otra cosa que un negociado.
Diferentes estudios académicos han tratado de estructurar el “perfil del alcalde”. Entre los aspectos relevantes sobresalen las virtudes, preparación, capacidad de adaptación, y actitud, para abordar todas las situaciones que pueden surgir al dirigir una ciudad. Valledupar necesita un alcalde capaz de mostrarnos cómo se imagina la ciudad en veinticinco o treinta años y saber qué debemos hacer en los primeros cuatro.
Es momento de construir un Plan Estratégico de largo plazo, (20 o 30 años). Este ejercicio requiere la intervención de profesionales multidisciplinares, exalcaldes, enlace interinstitucional, herramientas y capacidades de comunicación y articulación con el orden nacional, para gestionar el territorio, con el fin de identificar las potencialidades, limitaciones y tendencias que propicien una nueva cultura con acciones concretas de forma sostenible, viable y eficiente. La capacidad de mirar a largo plazo es una señal importante para evaluar la seriedad de los candidatos y de los equipos políticos que los rodean.
Con el alcalde Mello Castro la ciudad siguió en la senda del tiempo perdido. El bisoño mandatario ahondó la debilidad en liderazgo y autonomía, en su gobierno empeoraron los indicadores socioeconómicos. Mello Castro, corona el título en mi opinión como el peor alcalde de Valledupar desde 1995.
Gastón Berger, uno de los fundadores de la prospectiva, la definió como la ciencia que estudia el futuro para comprenderlo y poder influir en él. Es pertinente analizar la vocación empresarial de la ciudad, comprender el impacto del efecto post-Carbón, aprovechar nuestros recursos energéticos y fortaleza hídrica y resolver el siguiente interrogante: ¿Por qué la ciudad no es atractiva para el inversionista.
Por Luis Elquis Díaz