“Nosotros éramos todos humanos, hasta que la religión nos separó, la política nos dividió y el dinero nos clasificó”.
El fenómeno fundamentalista abarca matices del desarrollo social, político, cultural y marcadamente religioso de la humanidad, sobretodo de las llamadas “religiones del libro”; Cristianismo, Islamismo y Judaísmo, que reaccionan a la modernización con miedo a perder valores o referentes simbólicos y míticos, motivando el fanatismo y la intolerancia como fundamento de las creencias.
Para el mundo Occidental, el crimen por motivos religiosos es un acto de salvajismo, reprochable por el alto grado de delirio, crueldad y sin razón, sin embargo la misma cultura modernista legitima el crimen por motivos políticos o económicos, justificando ataques a la humanidad, tal como los sucesos de Venezuela o el juego con doble moral de las Farc por la paz.
Es degradante para la sociedad, implementar modelos fundamentalistas en la vida política, más si surgen de eruditos ante referentes del pensamiento filosófico abierto, justificando desquiciadas acciones narcoguerrileras, con afirmaciones públicas de “matar para enriquecerse es una cosa diferente a matar para que la gente viva mejor”.
Tamaña aseveración revolotea sin permiso en la mente de los ciudadanos, buscándole un sentido enfrentado al de creer que es la confesión ideológica, irreflexiva e irresponsable de un orate en su decadencia física, pero otra afirmación también nacida de la influyente mente de una heredera política, que permea medios periodísticos difusores de la parrafada que los militares colombianos mueren asesinados porque ofenden a los guerrilleros farianos.
El colombiano debe interpretar con cordura y lógica ese pensamiento retrogrado que han querido implementar en la mente social para eliminar posibilidades de desarrollo de la conducta grupal, que anule intenciones y oportunidades de empoderamiento y enriquecimiento corrompido de los valores fundamentalistas de avaros protagonistas.
Los riesgos de caer en ésta perjudicial tendencia, se acrecientan ante elocuentes afirmaciones de gobernantes justificando resultados, el actuar de sus socios o de hechos consecuentes de políticas mal aplicadas. Pajaritos trasmitiendo ordenes del mas allá o publicitados retiros espirituales del mandatario, no dan la solución dogmática a la multitud de problemas nacidos de la ingobernabilidad y corrupción.
Fundamentalismo o no, la sociedad reclama que el hombre justifique sus demenciales acciones detrás de la mascarada política o religiosa, si asesina en nombre de un grupo armado, ese grupo es criminal y si degüella en nombre de Dios, hace de Él un asesino.
Por Alfonso Suárez Arias