El 10 de enero de 2024, la editora Fundalibro presentará su nueva obra literaria titulada El plagio y el derecho de autor en la música caribeña, la cual tiene un contenido de 400 páginas, su portada está representada por una pintura de la artista valduparense Marianne Sagbini y trae 65 códigos QR de canciones, videos y documentales, con pruebas de lo expresado sobre 500 canciones víctima de plagio, cesión patrimonial y préstamo.
El estudio que duró más de dos décadas, con un trabajo de campo en más de 98 municipios del Caribe colombiano, estudia la situación de derechos de autor en los géneros musicales de los bailes cantaos, la cumbia, la gaita, el porro, el vallenato, la champeta y la música tropical.
Sobre este nuevo libro, su autor, el escritor Carlos Alberto Ramos, reconoce sobre el aporte hecho con el texto: “Se ha narrado y aceptado socialmente un mundo de mentiras a medias y totales, y en esto me incluyo como escritor, en cuanto a la historia verdadera de canciones y enalteciendo inmerecidamente a personajes que no lo merecen, y hoy se le resta mérito a los verdaderos creadores y a sus obras. En el marco de la verdad, la justicia y la reparación debida, ahora nos toca reescribir la historia de la música del Caribe colombiano para no caer en los errores del pasado, y tanto al Gobierno nacional, así como a los gremios representativos del arte en general, y en particular a los organismos responsables del derecho de autor y las regalías, le corresponde la tarea urgente de liderar una acción de justicia y reparación a las víctimas de la usurpación y el olvido”.
El autor plantea que, después de 20 años de investigación, tiene la autoridad, la experiencia y el derecho para escribir sobre música; y como autor de este libro servirá de medio para dar a conocer la verdad expresada como testimonio del mismo pueblo que conoce el origen de sus creaciones musicales, además de rendir un homenaje a la obra musical de los verdaderos creadores de obras musicales plagiadas o cedidas.
Carlos Alberto Ramos, un investigador con gran experiencia, nacido en el corregimiento de Chimí, jurisdicción del municipio de San Martín de Loba (Bolívar), con su séptima obra literaria, presentará a partir del 2024, esta obra titulada “El plagio y el derecho de autor en la música caribeña”, cuya finalidad es visibilizar aquellas obras musicales que fueron víctima de plagio y cesión, y hacer justicia en medio de un proceso de paz que busca reconocer la verdad y ser justos con las víctimas.
“Tuvimos la responsabilidad de abordar en entrevistas sobre este fenómeno, a las diferentes partes implicadas, para no tomar partido ni favorecer a nadie, buscando al máximo, desde la neutralidad, dejarles los testimonios y antecedentes a los lectores, ya que al respecto, se dice que las palabras no son de nadie, y resulta muy difícil comprobar los plagios intelectuales, pero el lector tiene la última palabra y la decisión definitiva de acuerdo a lo que lee”, reconoce el autor del libro.
PRÓLOGO DE CIRO QUIROZ
El abogado y escritor Ciro Alfonso Quiroz Otero, es el prologuista de la obra, cuyo contenido compartimos a continuación:
“Mientras leía este magnífico libro, sentimientos de júbilo y nostalgia se ocuparon de mí; fue inevitable traer a mi mente, escenas de mi infancia; me vi siendo niño, cuando en épocas decembrinas, en El Paso (Cesar), escuchaba en la distancia al morir la tarde, los golpes temerarios de Enrique Campo sobre su tambor para convocar a las bailadoras y dar inicio al recorrido de la tambora por las calles arenosas del pueblo.
“La algarabía comenzaba en la casa de Catalina Peinado, cerca del cementerio. Ella con su voz ronca y contagiosa, incitaba con retóricos versos a las otras cantadoras, insinuándoles que “soltaran los suyos”. En frente de las casas, a donde llegaría la tambora, era adornada con crespones, cintas de colores y velas, una rama del “árbol barriga de culebra”, llamado “chandé”, de hojas jaspeadas y pequeñas flores con figuras de trompo, a cuyo pie, se ubicaban los músicos alrededor de la estaca, entre cuyos instrumentos no faltaba el caparazón de una hicotea que, golpeada con una piedra o un manduco, marcaba el compás del ritmo. En la casa de palma de mi abuela Otilia, la tambora moría al agotarse un bulto de ron de tapa botijas, salido del presupuesto de mi antecesora, dueña de algunos bienes. Botellas que iban de mano en mano, entre músicos y bailadores, donde solo una pareja danzaba en alharaca de todos.
“Una cantadora parafraseaba versos alusivos a la dueña de la casa, mientras un coro respondía con cantos coordinados a la espera de que ella asomara; era una mulata, alta y fuerte, que, hacía su aparición en la puerta como un rito, abría sus brazos, colocaba sus manos en el marco y en un instante se lanzaba al ruedo entre golpes de percusión y toque de palmas. Yo prendido de la bata de su ancho vestido, tendría a lo sumo siete años, me movía en el centro de aquel jolgorio que no sé cómo definir. Mi abuela provenía de africanos y era como un eslabón de tradiciones, dueña de santos milagrosos, intermediaria de dioses obedientes e invisibles que quedan aún en algún lugar del pueblo.
“El libro de Carlos Alberto Ramos, es eso, descriptivo y recuperador de todo un pasado, de tradición oral, melodías y percusiones que unen sus raíces y repercuten en el tiempo. Tiene el lector por primera vez, un texto metódico, razonado y argumentado, obra de un autor que recorrió la región caribeña, que transitó por caminos, ríos y carreteras, buscando por cualquier medio hasta dar con las evidencias de sus propuestas. Interesado en saber quién era quién, dentro del concepto de autor, plagio y una gama de modificadores de origen sociológico que van desde las nociones de préstamo, alteraciones y mutilaciones sobre melodías y letras, hasta la usurpación total de una obra.
“En un ámbito donde el derecho autoral no existía y donde la idea de folclore musical erróneamente abarcaba todo, partiendo de la noción del Código Civil sobre el producto del talento hasta la evolución definitoria de la Ley 23 de 1982, el escritor plasma con precisión, el concepto del proceso administrativo del reconocimiento, los derivados patrimoniales del producto intelectual y las consecuencias penales de quien ostenta lo ajeno como suyo.
“Este libro recauda y aporta el desarrollo histórico sobre el plagio en sus diferentes formas, ya sea melódico o textual, sin pasar por alto las especificidades de préstamo, cesión, hasta llegar a la irreverencia de inescrupulosos, que montaron una compraventa de canciones y luego de adquirirlas a su nombre las hacían circular como suyas sin haber compuesto ninguna obra en su vida, operando luego el fenómeno de la reversión, cuando los autores empezaron por valorar lo suyo.
“Con el pulso, cuidado, corte y precisión de un cirujano plástico, el investigador desmenuza historias para precisar quién no ha hecho lo que dice ser suyo, dentro de la extensísima producción de los cantos vallenatos, ante lo cual muchos palidecerán por las verdades que revela en su libro porque en este orden, sí que hay ramas que cortar. Nos trae el caso de los abogados, Tulio Villalobos Támara y César Cumplido, quienes adquirían composiciones en esta modalidad para presentarlas como suyas en las grabaciones y penetrar en el mundo de los artistas famosos.
“La obra de Carlos Alberto Ramos, autoridad en la materia, no se detiene en el aspecto jurídico, sino que nos brinda también hipótesis antropológicas, sociológicas, sobre las diversas modalidades melódicas y denota también que es imposible precisar el carácter genérico de determinados ritmos sin que pueda decirse “esto nació aquí o allá”, por fenómenos como la transculturación y las complejidades étnicas, características del pueblo caribe. Pero nos trae el autor con precisión histórica la individualidad de lo que cada quien hizo o no hizo, por lo que su investigación, contextualiza con la historia de la música tropical colombiana.
“Reconoce el texto, en cuanto los personajes, lo virtuoso de Rafael Escalona como letrista a quien el autor deja en “paños menores” a través de documentos y testimonios cronológicos como a otros autores; es el caso de Carlos Vives y lo popularizado de sus cantos, con las apropiaciones que adornan sus emisiones, sin omitir a Shakira, a quien se refiere con detalles inimaginables, casos ejemplares en los cuales el escritor detalla cada una de las canciones apropiadas; son apenas ejemplos de una inmensa gama de usurpaciones de lo cual no se escapa tampoco el reconocidísimo José Barros, en el caso de “El gallo tuerto”, cuyo autor Miguel Ángel Ceballos Caballero, del pueblo de Chimichagua (Cesar), se lo compuso a Eugenio Carvajal, hombre obsesivo que creía transformarse en gallo en los cambios de luna, se subía al caballete de la pequeña cocina de palma y desde allí durante las noches, aleteaba y cantaba como un gallo, mientras su mujer, Gervasia, aburrida de su comportamiento cuando lo oía, lo bajaba a escobazos correteándolo por los alrededores de su casa, costumbre que le quedó a Carvajal de cantar en la iglesia la misa del gallo en épocas de Navidad y cuyo verso inicial recitaba:
… “se murió mi gallo tuerto
que será de mi gallina
a las cinco é la mañana
le cantaba en la cocina”…
Resulta muy interesante lo que Carlos Alberto Ramos nos brinda sobre el paseo “Se marchitaron las flores” que rivalizaba melódicamente su autoría con el paseo “Mi cafetal”:
… “porque la gente vive criticando
que paso la vida sin pensar en ná”…
Registradas en 1948 y 1947, respectivamente, presuntamente usurpada por Crescencio Salcedo a Andrés Paz Barros, mientras recorría los pueblos en búsqueda de fantásticas melodías que enriquecieran la naciente industria discográfica del país. Al final esta disputa no tuvo resolución alguna, pero la contagiosa melodía recorrió el mundo en 28 versiones y produjo regalías en el exterior en cuantía superior a los USD 95.000 de la época que quedaron en manos de Antonio Fuentes, quien podría reconocerse como el primer beneficiario del florecimiento musical carente de identificación autoral.
“Se dice de Paz Barros, que al compaginarse tanto con la música, sentado en la puerta de su casa, le ponía notas musicales a todo lo que por allí pasaba; por ejemplo, si un burro rebuznaba, decía: “lo hizo en do”; si un gallo cantaba, “lo hizo en fa”; y si un cerdo gruñía, decía, “lo hizo en sol”; y es que, para Paz Barros, todos los sonidos tenían una representación musical, como contaba alguien que, al paso de una gaviota, derivó de su cantar que era soprano.
“También está el caso de “Santa Marta tiene tren”, cuya disputa intelectual la asumían varios autores en el país y mientras ella navegaba por el mundo, a su regreso después de un tiempo ya tenía un autor extranjero.
“El texto trae reminiscencias biográficas de ‘Lucho’ Bermúdez, su recorrido inicial por pueblos de la Costa y la manera como fue seleccionando porros, gaitas y cumbias, que tomó de las versiones que escuchaba, a tal punto que muchas de las letras se dice que no eran suyas. Como lo afirma también el libro, sobre Joe Arroyo.
“El papel histórico que jugaron canciones nacionales como “El helado de leche” en el ámbito cultural, al ser tocada, como el caso en la despedida de los restos del Libertador Simón Bolívar, el 22 de noviembre de 1842, rumbo a Venezuela.
“Explica este investigador, cómo las melodías por obra de una necesidad colectiva, iban extendiéndose a través de versos y más versos, en una misma forma y variados aconteceres hasta convertirse en una versión interminable sin saberse quien de verdad, verdad la hizo. Ya se trate de un origen fluvial o mediterráneo.
“Una característica de este libro, es la inclusión de códigos QR donde el lector puede constatar por sí mismo la similitud entre unas y otras piezas musicales para cuestionar aquello que se ha discutido históricamente.
“Pienso que este estudio no constituye agresión a nadie, sino que resulta enriquecedor para la historia de nuestra música, más cuando por ley después de los ochenta (80) años de la divulgación de una creación hace tránsito al dominio público.