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¡Fuerza Petro!

Por Luis Napoleón de Armas P.

Desde el día que Gustavo Petro ganó las elecciones presidenciales, contra todo pronóstico, este país, el de la belleza, se convirtió en un valle de lágrimas para una pequeña casta que siempre ha vivido del Estado.

Es esa gente que prefirió vender todo su inventario empresarial y acabó con las empresas insignias del sector privado con la teoría de que es mejor importar que producir, esa que siempre ha vivido de la guerra. 

Algunas de las víctimas de estos depredadores son Coltejer, Fabricato, Almacenes Éxito, Avianca y otras que nos enorgullecían; fue esa la que acabó con empresas públicas como ICA, Inocora, Idema, Telecom, Energía de Bogotá, Promigás, Seguro Social, Isagen, Carbocol, Terpel, Refinería de Cartagena, Paz del Río, Caja Agraria, Banco Cafetero y Popular, IFI, y muchas otras más. Vendieron hasta el sofá. 

Solo en el periodo de Uribe se subastaron más de 50 empresas estatales rentables y aún no sabemos dónde está el dinero de las ventas. Eso se llama atraco institucional hecho por una elite burócrata que le parecía difícil administrar un portento de Estado. 

Mientras tanto se decía que en el país había que acabar con la pereza incrementando el número de horas trabajadas por los asalariados y eliminando las horas extras. Les parecía mucho más fácil y rentable aliarse con fuerzas oscuras y gastarse la plata de los impuestos en fortalecer un estado represivo y en la contratación pública con empresas de ellos mismos, inundando al país de obras inútiles e inconclusas con innumerables adiciones presupuestales. Por eso el país retrocedió, sus indicadores son tercermundistas. 

La reciente publicación de las pruebas PISA muestra esta realidad, nuestra juventud ha perdido la capacidad de discernir y de leer críticamente los fenómenos sociales que les circundan, estamos formando una generación de zombis. No sé cuánto durará esta asepsia que hace Petro ni cuánto tiempo aguantarán porque producir no saben. 

La ruptura del estado mafioso se está dando, ya no pueden hacer lo de antes, la vaca lechera huyó y esto les ha dolido mucho, lloran como una una Magdalena, su angustia es patológica; por eso quieren sacar a Petro hasta de los estadios con voces alquiladas; están bravísimos y cualquier fanático irredento se vende por una camiseta para gritar ¡FUERA PETRO! 

Son los mismos que venden el voto por un mendrugo. Más, Petro se queda, él no llegó a la presidencia gratuitamente, más de once millones de votos lo ungieron, la más alta votación que un presidente haya obtenido en esta nación de abstencionistas. Esta victoria es una larga y decente lucha de debates y denuncias contra un estado mafioso. Fue él quien desenmascaró las relaciones Congreso-narco paramilitarismo. Sus propuestas se abren paso, pese a una delirante oposición en el Congreso  de la República, en los gremios económicos y en los medios, igual que en gran parte de la institucionalidad; parece que la fiscalía general, la procuraduría y las cortes han convertido a la casa de Nariño en un polígono de entrenamiento de francotiradores, la sevicia es total; mientras tanto, Petro en solitario como Leónidas en el desfiladero de las Termópilas, se defiende bajo la sombra de tantas flechas. 

Pero cuando uno mira los indicadores macroeconómicos se da cuenta que esta guerra es apátrida e injustificada, porque pese a tanto obstáculo vamos bien: la inflación, el desempleo, la paridad peso-dólar, el turismo, la adjudicación de tierras, los mejores presupuestos para salud, educación y el agro, la presencia y credibilidad internacional, son algunos de los elementos con los cuales podemos medir la eficacia del gobierno del cambio, hoy surge un nuevo paradigma. Decir lo contrario es mentir, es una habladuría barata. 

La paz total es un intento loable pero difícil, la guerra es el mejor camino para sostener una economía subterránea. Petro no está solo, el contragrito es: ¡FUERZA PETRO!, que su eco revote en todas las calles y rincones de Colombia y frente a todos los poderes porque once millones no cabemos en ningún estadio donde un grupito amorfo de barras bravas pueda definir un partido. Se trata de Colombia la bella. 

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