Era el año 1997, cuando siendo concejal de La Paz nos invitaron a Cali, para tratar las bondades y falencias de los sistemas territoriales de gobierno. Gustavo Petro Urrego asumiría la defensa del federalismo. Con el progresista recién llegado de Bélgica tras ser amenazado, compartimos mesa en la integración de clausura del evento, oportunidad que aproveché para conocer sobre el ideario de un hombre que ya se erigía como figura prominente de la política nacional.
Aunque la fluida conversación no se limitó a ponderar y hasta amalayar la negada autonomía de las regiones. Entramos en otros temas. Por ejemplo, me contó que conocía nuestros municipios del norte del Cesar, porque estuvo en un campamento guerrillero del M-19 ubicado en San Diego. Le pregunté también por el motivo de siempre usar suelta la corbata, sin apuntarla en el botón de la camisa, a lo que me respondió que al ajustarla no pasaba sangre al cerebro y uno se volvía bruto. Respuesta que no olvido.
Conversar con Gustavo Petro en ese momento era como devolverme al día en que regresando del colegio, con mi hermano nos enteramos que un comando del M se había tomado la Embajada de República Dominicana con todo el cuerpo diplomático adentro.
Rosemberg Pabón era el héroe de ‘Así nos tomamos la embajada’, un libro que devoré en varias oportunidades. Lo escuchaba hablar y repasaba cada renglón de ‘Noches de humo’, un excelente documento escrito por Olga Behar, en el que encontré los detalles de la toma del Palacio de Justicia. Algún día se develará la realidad de este evento.
Fue una noche de tragos, risas, anécdotas y la grata compañía de una atractiva muchacha de pelo oscuro, rizado, cuyos acentuados atributos físicos hacían casi imperceptible una pronunciada cicatriz en un brazo. Veinticinco años después la encontré nuevamente y casi no la reconocí, estaba más acuerpada, pelirroja, ya era ella quien llevaba el peso de la conversación y hasta displicente me pareció, al soslayar a un conjunto típico vallenato que de La Paz había venido a complacerla. Era Mary Luz Herrán, la ex esposa del revolucionario que acababa de ser elegido presidente de la República. Gustavo Petro.
En esa reunión la euforia copaba los espacios entre cervezas. Las ilusiones de poder se transformaban en clientelistas fantasías de bucaneros tropicales al encontrarse el botín presidencial. Caminando al carro pensaba en el exilio laboral que impidió mi activa participación en las presidenciales del 2018, pensaba en mi columna ‘Cualquiera menos Petro’ que con un simple trino de agradecimiento se convirtió en la más leída de El Pilón, pensaba en el sudor, fatiga y sed de lucha que con lágrimas de emoción coronamos el 19 de junio en las urnas. Colombia es otro país.
Me ilusioné al participar del cambio, pero tal vez cometí un error. Me inscribí como precandidato a la gobernación en Colombia Humana, el partido del presidente que tanto admiro y en cuyo triunfo puse mis esfuerzos para capitalizarlo. Fue un concierto en mi contra. La Junta Directiva Nacional manipuló el censo electoral, los militantes de la plataforma no eran los mismos habilitados para votar, solo sufragaron los del guiño político. Pasquines, calumnias, desinformación y todo tipo falsedades se volvieron los argumentos para atacar mi aspiración. Los que pública y solapadamente empuñan la espada del cambio, esgrimieron las prácticas politiqueras de siempre. Hoy para volverme a utilizar soy un héroe.
Ojalá el error solo haya sido mío al equivocarme de partido y no del partido al equivocarse de candidato. De mi parte seguiré obediente a mi concepción política y decálogo ético en buenas prácticas electorales. El fin no justifica los medios, no devolveré la vileza con traición. Sobre lo rescatable construiremos la política del amor por el Cesar, sin engaños, sin mentiras, sin trapisondas, solo en el reconcilio y el respeto por las diferencias. Gustavo Petro necesita un gran partido, no lo tiren por la borda de los egoísmos personales. Acá está el soldado de siempre, firme para luchar por las buenas costumbres. Fuerte abrazo. –
Por Antonio María Araújo Calderón