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Fruto del amor, no de la guerra

Resulta humanamente placentera la imagen presentada por un noticiero nacional de una joven guerrillera embarazada que narraba su felicidad porque fruto del amor y no de la guerra, muy pronto nacerá su hijo, y con su esposo también guerrillero sueñan que el niño crecerá sin el temor de los bombardeos y los fusiles y con la oportunidad de tener casa y escuela.
Cuenta la futura madre que desde que la guerrilla inició el cese unilateral de los ataques armados se llenó de esperanza y pensó que la firma de los acuerdos iba a ser una realidad. Ahora siente que pronto vivirá con su familia, liberada de las atrocidades de la guerra.
La guerra es el peor invento del hombre. Es la razón de la sinrazón. La guerra es un vendaval endemoniado que destruye todo lo que encuentra, no distingue edades ni sexos, ni rocas ni monumentos. Al final deja muertes, escombros y cenizas. Todas las guerras son bárbaras e inhumanas, no es válido afirmar que existen guerras humanizadas.
Desde tiempos bíblicos se narran acciones crueles donde los niños son víctimas sensibles de la guerra. En el libro Éxodo se describe la forma como “los hijos de Israel” lograron salir de Egipto. El Faraón, empecinado en someter a los israelitas bajo el imperio de la espada, sólo permitió la salida cuando padeció en su reino el peor de los siete males, la muerte de los primogénitos de toda casa que no fuese cubierta con la sangre de un cordero, y entre ellos murió su adorado hijo.
Las cruzadas fueron campañas militares impulsadas por la Iglesia católica, que se libraron entre los siglos XII y XIV, con el objetivo específico inicial de restablecer el control cristiano sobre Tierra Santa y contra enemigos políticos de los papas. Miles de niños, mujeres y ancianos murieron en esa guerra que duró más de 200 años. Al final hubo diálogos y acuerdos para el cese del conflicto. En referencia a estos episodios, en 1997, el papa Juan Pablo II pidió perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América.
En estos 50 años de la existencia de la Farc como grupo armado, son de conocimiento público nacional e internacional sus acciones atroces de emboscadas, secuestros, asesinatos, torturas, bombardeos a poblaciones y reclutamiento de menores. Lamentablemente esa es la triste realidad de la guerra. Para que estos horrores salvajes de lesa humanidad no se repitan, la inmensa mayoría de los colombianos apoyamos los acuerdos de La Habana firmados entre la Farc y el gobierno nacional.
La experiencia en Colombia de este tipo de acuerdos aún se mantiene en la memoria, fue en el mandato del presidente Virgilio Barco con el grupo guerrillero M-19, hubo opositores que renegaban que un guerrillero no podía ir al Congreso. El doctor Antonio Navarro Wolf nos dio el ejemplo de reinserción a la civilidad y a la vida pública. Un demócrata y estudioso de la transformación de la política nacional.

Votar Sí en el plebiscito, significa que la guerrilla desaparecerá como grupo insurgente. Será el inicio de un complejo proceso de posconflicto, que debe conducir a la renovación del Estado, más eficiente y moderno, donde todos tengamos mejores oportunidades de vivir dignamente, alejados de las atrocidades de la violencia.

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