La Encíclica Fratelli Tutti (hermanos todos), del Papa Francisco, es una exhortación para toda la humanidad en la que compendia su gran ministerio petrino.
No deja de ser una osadía de mi parte tratar de resumir acá uno que otro aspecto de ese magno documento. Pero es propio de los ingenuos arriesgarse aún a sabiendas de su incapacidad.
El Papa reflexiona sobre el terrible problema de la pandemia y por las tantas situaciones conflictivas mundiales que nos amenazan con violencia fratricida. Ora por la solución de tales calamidades y exalta el amor fraterno como remedio de los malestares humanos.
Son temas de su santa preocupación magisterial aspectos como el bien común, la hermandad universal y el diálogo interreligioso, entre otros, como colorario del origen común de toda la única raza humana asentada sobre la faz de la tierra. Y ello, independientemente de cualesquiera consideraciones sociales o ideológicas.
Destaca la idea de que no se trata simplemente de enseñar y predicar el valor de la fraternidad universal, como si se tratara de una asignatura electiva, sino de practicarla en el seno de la vida familiar, en el ámbito social, en las diversas instituciones del Estado político.
Considera, y esto es una novedad en el tratamiento del Derecho público nacional e internacional, que la noción de Bien Común no debe ser objeto de apropiación ni del Estado ni de los gobernados, sino que su formulación y constitución competen por igual tanto a las instituciones del Estado como a los particulares.
Que el Bien Común es constituido por valores como la igualdad de las personas, la libertad, la justicia, la paz, la solidaridad, la subsidiaridad, y a cuyo disfrute tienen derecho todos los hombres sin excepción.
Y que al respecto suele haber una errónea comprensión por parte de algunos gobernantes, quienes tienden a entender que el Bien Común es solo un deber que compete al Estado, lo que no es cierto, generando entonces una inconveniente pasividad de los ciudadanos quienes infortunadamente terminan por considerar que cuando las cosas no van bien es por culpa del Estado (mentalidad estatista), cuando lo que realmente ocurre es que ellos han abandonado sus deberes.
Toda la Encíclica está atravesada por el mensaje del amor evangélico. Querernos a nosotros mismos tal como somos, con nuestra historia personal y colectiva, y querer al otro, a los demás , tal cual como ellos son. Es la única sentencia capaz de asegurar la paz personal, la paz familiar, la paz social, la paz del mundo.
Sin embargo, cuántas contradicciones permanecen intactas: la sabiduría de la Encíclica aún no ha sido asimilada y mucho menos practicada por importantes sectores de la población a quienes ha sido dirigida, tanto en la esfera pública como en la privada. Cuánta violencia por doquier que desdice de la benevolencia de la Encíclica. Seguimos de espaldas a ella, como si no se hubiera escrito y publicado. Desde los montes de Pueblo Bello.