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Forzoso apertrecharse

Grande es la alharaca del sector ganadero colombiano ante la inminencia de la suscripción del Tratado de libre Comercio con la Unión Europea.

Proporcional a esa alharaca, y quizás mucho mayor, es la preocupación del sector, que se percibe en estado de indefensión o menoría ante los competidores europeos, los cuales se tomarían con extrema facilidad el mercado interno, y de ñapa, los productores nuestros no pellizcarían un ápice del de ellos.

El que no llora no mama. Por esta vez, de algo ha servido el requiebro. El Gobierno Nacional ya ha anunciado una salvaguarda a la leche en la eventualidad de afectación del precio por desbordamiento de las importaciones. Algo es algo.

Por fortuna, pocos colombianos son los que rabiosos se oponen a la internacionalización de la economía. Colombia ha evolucionado en esa concepción, entendiendo la importancia de la apertura de los mercados como alternativa de desarrollo. Pero se ha estancado Colombia en esa concienciación al no prepararse para la competitividad, es decir, dejándose agarrar con los calzones abajo por el intercambio, como si guerra avisada no matara soldados.

Este predicamento no es sólo válido para los sectores rurales, los más alharaquientos a la hora de nonas. Atendiendo las innumerables críticas formuladas contra el TLC con los Estados Unidos, y ahora con el de la Unión Europea, queda la certidumbre de que los países interlocutores y negociadores siempre logran imponerle sus condiciones a Colombia en un tira y jala donde se evidencian no  relaciones de igualdad sino de subordinación, fungiendo los extranjeros de jinetes y Colombia de caballo.

Esto es: Colombia, exteriorizado a través de sus negociadores, parece traslucir mucho respeto reverencial hacia sus interlocutores. Ahí de entrada está la pelea perdida, por mirar de rodillas al que tenemos enfrente. Nos contentan con algunas concesiones, pero nos imponen otras claves y vitales que dejan al país desguarnecido. Por sector, la víctima siempre resulta siendo la producción rural, venerada y protegida por los países interlocutores, y subestimada y menospreciada en esta Locombia nuestra.

Ahora bien. El predicamento de estancamiento es sobre todo para el propio sector rural. En el país, es el sector de la producción más antiguo, con el ítem de participar muy significativamente, como el que más, en el PIB, y con el aditamento de ser esponja para absorber cantidades inmensas de mano de obra, no obstante lo cual es paradójicamente el más flagelado por fenómenos de violencia. Con todo y eso, el sector rural no escarmienta, no se organiza, no se apropia de su condición privilegiada, no se tecnifica, es reacia a la competitividad, capitis diminutio que le hace espernancar las puertas para ser pisoteado.

Ahora está más que advertido. Es un hecho la suscripción del TLC con la Unión Europea, y más temprano que tarde lo será con los Estados Unidos. Está advertido también por las rabietas e intereses del vecino bolivariano, inclusive de todos los del eje ídem, por manera que les toca por obligación repensar su actividad y volverla rentable a fuerza de competitividad. Las épocas de la contemplación deben relegarse, so pena de atraer la quiebra.

Tantos lloriqueos, tantas rogativas de favores, tanto hincamiento de rodillas, basta ya. El sector agropecuario debe creer en si mismo, en sus fortalezas, en sus oportunidades, pero más que dichos y palabras, ello debe traducirse en hechos que trasmitan el mensaje de la competitividad.

Sólo así, mentalizándose y organizándose internamente, apropiándose de su mercado para que les cueste a los foráneos tomárselo, sólo así puede enfrentarse, primero, a las instancias de poder nacional para reivindicar el palco de honor a la hora de las definiciones intersectoriales, y sólo en mancomunidad con esas instancias de poder será posible enfrentar con rentabilidad a la competencia extranjera.

La mejor manera de defender el mercado interno es fijar el norte hacía el mercado externo, ahí abierto: tomémonoslo. Ha de ser una decisión nacional sectorial e intersectorial que entraña tecnificar y agro industrializar al subsector ganadero, pues no es sólo cuestión de su salvaguarda, también seguridad nacional alimentaria.

Ya no hay reversa. Ante la inminencia del asalto, hay que apertrecharse.

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