“Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa”. Hebreos10, 23.
En cierta ocasión los discípulos le dijeron al Señor: ¡Auméntanos la fe! Como si la fe viniera en diferentes cantidades para ser distribuida en mayor o menor grado en la vida de aquellos que siguen al Señor. Para modificar esa manera de pensar, el Señor usó la ilustración de la pequeña semilla de mostaza; dejando claro que la efectividad de la fe no está en su medida, sino en el objeto en que se deposita.
Muchos de nosotros depositamos nuestra fe en criterios propios, opiniones de otros o elementos externos; pero se hace necesario que re-direccionemos nuestra fe y la orientemos hacia la persona de Dios para que podamos ver la extraordinaria manifestación de un árbol que se desarraiga y se planta en el mar. Percibo que la fe está más relacionada con los proyectos de Dios, no es como un cheque en blanco que Dios otorga para pedir lo que queramos, sino mas bien la convicción de que Dios cumplirá lo que ha prometido.
Jeremías el profeta, declara que es maldito el que confía en el hombre y pone su confianza en la fuerza humana, mientras que es bendito el que confía en el Señor. El primero, se refiere a la persona que renuncia a depositar su confianza en Dios para depositarla en los hombres. El segundo, el bendito que confía en Dios, es quien ha iniciado una nueva relación de pacto, aceptándolo como su Señor y Salvador personal, dejando que él provea para sus necesidades, guíe sus decisiones y sea su consuelo en tiempos de crisis.
Una de las mayores bendiciones que podemos recibir de parte de Dios es el permitirnos disfrutar de relaciones de amistad y familiaridad, personas que nos aman y que son especiales e importantes también para nosotros. El problema está en pretender que los demás siempre cumplan con ciertas responsabilidades y obligaciones con nosotros; porque una vez que transferimos el peso de nuestra existencia a otros y ellos nos fallan, nos sentiremos traicionados, defraudados o desilusionados. Así, el problema no está en las relaciones, sino en pretender recibir de las personas lo que solo Dios puede darnos.
Muchas de las angustias que sufrimos en la vida no tienen que ver con las circunstancias adversas; cuanto sí, con el dolor que sentimos cuando nuestro ser interior no tiene la capacidad de sobreponerse a las dificultades y contratiempos que se presentan; dejándonos sumidos en el dolor y la desesperanza.
Amados amigos lectores: Nuestro bienestar no puede depender exclusivamente de un entorno agradable, sino de una firmeza interior que no descarta en los momentos de desesperación, la confesión de esperanza que hemos hecho. La esperanza es la precursora de la fe y no podemos permitir que dependa de las circunstancias y los sentimientos en los diferentes momentos de la vida. No es loable que cuando las cosas se presentan agradables, nuestra confesión se mantenga firme; pero en tiempos de aprietos, titubeamos y nos hundimos en desaliento.
Es precisamente en este punto, cuando negamos la confesión de nuestra esperanza, donde se derrumba la fe.
Es en tiempos de dificultades cuando tendemos a cuestionar la bondad de Dios y su confiabilidad como nuestro proveedor, protector, guardador, sanador. No es posible vivir una relación de intimidad con Dios si no tenemos absoluta certeza de la confiabilidad de su persona.
Recuerda que Dios siempre será fiel a lo que ha prometido… ¡Traslademos nuestra confianza y competencia a Dios! Abrazos y muchas bendiciones en Cristo.