Verdaderamente en este país del realismo mágico, cualquiera sin formación, ni preparación alguna, pretende asumir el rol del redentor, del salvador de Colombia. Es hora ya que nuestros dirigentes entiendan que para ser eficientes y eficaces servidores públicos, es requisito fundamental estar provistos, no sólo de actitudes intelectuales, sino también poseer una incondicional capacidad de servicio, liderazgo de gestión e intachable y ejemplar hoja de vida.
La verdad verdadera, es que hoy, muchos pretenden ser sin serlo, sin tener el más mínimo bagaje en valores y virtudes. Por ello, es común observar como en el escenario político de nuestro país, aparecen congresistas con maestrías y especializaciones falsas, otros con títulos de pregrado comprados. Preguntamos: ¿Qué mensaje le están inculcando a la juventud? La respuesta de inmediato nos ubica en el espectro del engaño, de la trampa, de la perversidad.
Estas anómalas actuaciones a la luz de la legitimidad, hacen que los jóvenes pierdan interés por educarse y formarse en el campus universitario y antes por el contrario, los invita al plagio, a lo más fácil, a actuar arropados bajo la máscara del engaño y la perversidad; de allí que cualquiera sueñe y pretenda ser concejal, alcalde, diputado, gobernador o congresista; no lo hacen con vocación de servir a los demás, sino más bien por el apetito mezquino e individual que le permita llenar sus bolsillos y cuentas bancarias, sin importar para nada gestionar desarrollo integral y prosperidad para todos. Podría decirse, que esta es sin lugar a equívocos la razón de no ser, de tanto caos e inestabilidad en el equilibrio armónico de la gestión político territorial de esta nación.
Nación que muestra a las claras un panorama frío, paupérrimo y desalentador, donde el inconformismo y la falta de oportunidades en materia educativa y laboral se constituyen en el común denominador. Colombia es el vivo ejemplo del atraso, del subdesarrollo y de la exclusión social; tal vez, por culpa de nosotros mismos.
No exigimos, es como si fuésemos robots predispuestos a obedecer órdenes; cuando lo cierto es que, en el ajedrez participativo de la actuación gubernamental, todos tenemos derecho a elegir y ser elegidos.
Un testimonio fehaciente y palpable, que resume esta contextualización, lo configura el cúmulo cada día más robustecido de anomalías e irregularidades que se practican en nuestra amada Colombia, donde lo absurdo termina siempre avalado, practicado y en la cultura de la trampa, convertida en Ley. Colombia es un país desencuadernado, que en vez de avanzar retrocede y de qué forma.
Así mismo, se aprecian rectores de colegios y universidades que nunca en sus vidas han diseñado la implementación de una estrategia que facilite el mejoramiento de la calidad educativa; les interesa devengar un sueldo mensual.
En el mismo orden, se encuentran un sinnúmero de docentes, no todos, desde luego que hay excepciones, pero en su gran mayoría carentes de una verdadera vocación en el proceso de enseñanza y aprendizaje; a estos, solo los motiva el deseo de estar atornillados a los roles, que ejercen equivocadamente con el propósito de obtener su respectiva pensión. Esta es una de las causas por la cual la educación en nuestro país, es una de las más atrasadas del continente.
Concluyendo, Colombia es el país del absurdo mágico que permite la existencia de personas que se creen ser sin don ni condición.
Por Jairo Franco Salas