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¡Por fin se silenciaron los fusiles!

El 23 de junio de 2016, comenzó el fin de la guerra en Colombia, se llegó al punto de inflexión, podremos envejecer en paz y acariciar la cara de nuestros nietos con dignidad y sin vergüenzas ajenas. Con muchos sacrificios, tolerancia y paciencia, se le cumplió a las próximas generaciones y al país con unos negociadores serios, capaces y con un Gobierno muy comprometidos. No más trincheras y bombas antipersonas, ahora hablaremos de entrega y dejación de armas, zonas veredales transitorias y campamentos. El proceso de paz está fortalecido y preparado para perdonar y cicatrizar heridas dejando a un lado los odios, egoísmos y las pasiones personales. Todos sabemos que la firma del fin del conflicto es un paso transcendental, pero falta algo muy importante, como es la refrendación del pueblo colombiano.

Ahora esperamos un país nuevo, con paz territorial, menos desigual y menos excluyente. Hoy, la paz es la esperanza y el sueño que comienza a ser una realidad donde las Naciones Unidas tendrán un papel protagónico junto con los ocho millones de víctimas que ha dejado este conflicto armado sin sentido, estéril, doloroso e inútil, que tendrá posibles zonas de concentración en nuestras regiones de Fonseca y La paz, Cesar. Esta confrontación armada es la más longeva en el hemisferio y es en este escenario donde la mayoría de los colombianos no han vivido ni un solo día de paz. Se está abriendo una nueva página en la historia de Colombia, pero es una gran verdad que vamos a “necesitar salud mental para seguir con la vida después de la guerra.”

Así mismo, se puede hacer política transformando los territorios del país sin el uso de las armas. Este es parte del compromiso de las nuevas generaciones de la paz. Queda la impresión que los colombianos hemos llegado al límite de la tolerancia y la administración de los miedos. Basta ya, tenemos el derecho a vivir en paz “y a exigir que la muerte no provenga de la certeza de una bala”.

Estamos muy contentos por los miles de compatriotas que podrán volver a dormir tranquilos en las zonas de violencia, por los que regresarán a su tierra para reconstruir sus hogares, por los niños que conocerán a sus padres, por los policías y guerrilleros que tendrán la oportunidad de empezar a sanar las heridas humillantes de 52 años de guerra, por los que ahora vivirán como seres humanos y personas civilizadas y por el compromiso de no repetición de las oscuras experiencias vividas. Estamos viendo cómo se aleja, ojalá para siempre, la pesadilla de la guerra.

De Churchill nos queda la enseñanza que “la guerra es una invención de la mente humana, y la mente humana también puede inventar la paz”.

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