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Fidelidad

“Cuando Jefté volvió a su casa en Mizpa, su hija salió a recibirlo. Al verla, rasgó sus vestidos y exclamó: ¡Ay hija mía! ¡Me has desecho! ¿Habías de ser tú la causa de mi dolor? Porque he dado mi palabra al Señor y no puedo retractarme” (Jueces 11,34-35)

Esta es una triste y tórrida historia de Jefté, el octavo juez de Israel. Había hecho un voto necio al Señor: buscando obtener la victoria sobre los amonitas, sus enemigos, se comprometió con Dios que, si lograba el triunfo, ofrecería en sacrificio lo primero que le saliera al encuentro al regresar a casa.  La historia de hoy, relata el dramático momento del regreso, con su terrible desenlace: ¡su hija salió a recibirlo con panderos y danzas!

Sin perder de vista lo necio que puede ser entrar en ese tipo de acuerdos con Dios, quien no está interesado en sacrificios humanos, ni en estúpidas promesas; si bien vale la pena, rescatar del ejemplo de Jefté, un elemento importante: ¡que era un hombre fiel a su palabra! Esta es una cualidad deseable en la vida de todo verdadero líder, cumpliendo así lo que dice el salmo 15: “El que, aun jurando en perjuicio propio, no por eso cambia”.

Aplicando la enseñanza: Son muchas las ocasiones en las que, en el apuro y el deseo de obtener victorias, nos comprometemos con alguna actividad que luego trae inconvenientes a nuestra vida. Otras veces, nos traiciona el deseo de agradar a los demás y damos nuestra palabra con respecto a algo. Sin embargo, cuando llega el momento de cumplir lo que hemos prometido, nos damos cuenta que el compromiso nos desborda y de que nos hemos metido en problemas. 

Mi hermanito, Francisco Andrés Mejía, “Pacho”, cuando le prometes algo, te estrecha la mano y mirándote a los ojos, te pregunta: ¿Palabra de gallero? Así él da por sentado que el compromiso es serio. Es importante que las personas vean que somos íntegros en el cumplimiento de nuestra palabra. Esto significa que, aun cuando nos hemos comprometido con una situación que nos perjudica, no damos marcha atrás. El esfuerzo que hacemos por guardar el compromiso asumido les da peso a nuestras palabras, además de demostrar que valoramos profundamente a las personas ante quienes nos comprometemos. 

La solución a este tipo de complicaciones, no es desistir olimpiacamente de lo que hemos pactado, sino pensar con más cuidado antes, para no quedar presos de los dichos de nuestra boca. Es válido pedir un tiempo para reflexionar y decidir si realmente es algo que se puede hacer o decidir. Si nos tomamos tiempo para orar y consultar a Dios antes de cada decisión, evitaremos asumir compromisos que luego lamentaremos, además de acostumbrarnos a no tomar decisiones solos, sino con el consejo de otros y la aprobación de Dios. 

Mis súplicas de hoy es para que aprendamos a tomar decisiones sabias que no traigan dudas sobre la bondad de Dios y nos abran el camino para una vida victoriosa de paz y armonía. Hago oración para que, en lo personal, familiar y colectivo podamos ser una generación que agrada a Dios y cumple sus promesas. 

Abrazos y bendiciones del Señor.     

POR: VALERIO MEJÍA.

Categories: Columnista
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